LA HUELVA CHOQUERA Y TABERNERA
Peña de barrio, garito de autor y chiringuito de playa
Una taberna de barrio siempre da juego. A veces hasta acaba en gol, aunque la gloria quede ya lejos en los calendarios
Se nos ha ido Antonio Chichaque, alma del Bar Marina
El Mai y Fernando el Jipi, dos personajes de la noche en La Mandrágora
La Punta Umbría más canalla de los 80: La Mandrágora, raíces al viento


Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEntro sin titubear. Guiándome por el olfato de un buen tabernario, sé que he de esquivar los bares que custodian, a derecha y a izquierda, este rincón de luz mortecina. Esos dos negocios que acompañan al lugar son modernos, a la moda de Chicote quizás. Pero las luces escasas dicen claramente que es ahí, precisamente, donde hay que entrar. Me salgo por la tangente. No me dejo disciplinar por los señuelos.
Cuatro jubilados juegan al dominó protegidos por las imágenes que abarrotan las paredes para mayor gloria de un club deportivo.
- El bar es al lado - me dice el más joven.
No me mira, porque lo tiene clarísimo: este no es tu bar, esto es sólo el reducto en el que nos negamos a ser globalizados. Y no necesitamos testigos de nuestra heroicidad. Es por convicción, sin jactancia.
- Sí, lo sé, pero sólo quiero una cerveza.
Y cotillear, curiosear. Esto último me lo callo.
Me sirve uno de ellos un botellín aceptablemente frío que me tendré que beber rápido. Siguen jugando. Sin mucho escándalo para ser un juego tan peligroso y propenso a trifulcas como es el dominó. Son amigos del barrio desde que llegaron por necesidad y con la talega llena de sueños desde, quizás, el Andévalo, siendo aún unos chavales. Yo paseo mis ojos por esos cuadros añejos que reflejan realidades que causaron tanto alborozo en ellos, en esta peña, como depresión en las otras, en las de «el otro equipo«.
Las fiestas de la Cinta me esperan. Raimundo Amador ya hizo su prueba de sonido sobre las tablas. Pero yo aún no sé que la verdadera estrella de la noche será la Antonia. De momento la partida termina y se acercan extrañados, ahora sí pudiendo dedicarme algún minuto y alguna pregunta. Ellos también son curiosos. Mi presencia silenciosa y un poco sin sustancia no tiene mucho sentido a priori. Me explico y ya sí se convencen de que entré queriendo entrar. Aunque fuera por otras razones.
Ahora marcho llevándome impresiones y sensaciones. Una taberna de barrio siempre da juego. A veces hasta acaba en gol, aunque la gloria quede ya lejos en los calendarios.

A esas horas, La Yerkería
Por si acaso nos fuimos a la Yerkería. La calle Rábida exhala invierno. Cuatro gatos. Hoy es día de La Cinta y la gente anda lejos, aún con el buen sabor de boca del concierto de Rozalén. Cuatro gatos, pero vaya que si maúllan. La Yerkería se está convirtiendo en un garito de autor. La excelencia de sus cervezas, la decoración fronteriza, la yerka que pica y pica. Sobre todo, este enclave se ilumina por su clientela que se ha convertido en una familia. Tan pronto es divertida, como en una buena comedia de situación, y al instante te sorprende con un magnífico ramo de flores del mal. Si te dejas llevar por el oleaje, goza. Si te agarras a una tabla de salvación y te apetece, deja que el naufragio te haga suyo.



Las mejores horas son las que el reloj marca casi en soledad, cuando los noctámbulos lo niegan todo y los abrazos se regalan con generosidad. Huye, ¡huye!, o permite que la corriente de resaca te trague en su buche siempre hambriento.
Der Matías
Al sol del octubre, aún veroño, paseando las pieles coloraítas, con reflejos butano, por los arenales recién estrenados de la bajamar de El Cruce. Piel guiri a la que le apetece quemarse... ¡y un chiringuito! Voz que parece sacada de un trabalenguas infantil o de una coplilla popular. Hombre y mujer hacen resonar sus pasos con decisión hasta las tablas, bajo el toldo. Nadie podría pararles.
-Una cerveza - dice el armario con hosca pronunciación.
-¡Uno grande cerveza! - remata ella.
Por favor, nadie lo dudaba, consorte súper teutona, entrenados que venís de la Oktoberfest.
-¡Y gambas al ajillo! – exclaman en sinfonía coral.
Que no falten, para hacer juego. Qué bien pronuncian, los joíos, cuando les conviene.

Las parejitas mayores llegadas desde lejos se hacen felices en la playa, en un miércoles de mañana. También las hay de aquí cerca. El paraíso hoy luce epidermis y soles. Qué maravilla los niños en el cole.
-¿Otras dos cortaítas?
Mala no estará la rubia si vienen de fuera a por ella. Y nos reímos y mis patas de gallo me dicen que sí, que nos las merecemos. En el Der Matías. Ojú, qué bien se está.
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesión