LA HUELVA CHOQUERA Y TABERNERA

Se nos ha ido Antonio Chichaque, alma del Bar Marina

Era el destino de oleadas sucesivas de marineros a los que la fama de buen hombre de Antonio les había llegado surcando las aguas

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El Macareno

Antonio Postigo Castellano 'Chichaque', tras la barra del Bar Marina H24
José Ramón Andikoetxea 'Andi'

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Estos libros de la Huelva choquera y tabernera me han traído muchas alegrías y hoy decir esto resulta desconcertante para mí. Se ha ido Antonio Postigo Castellano 'Chichaque' (1). Tuve la suerte de disfrutar de su simpatía y su sabiduría. Siempre me saludaba alegre desde la puerta de La Ría, cuando culminaba su camino hacia la merecida jubilación. Me he encontrado con la noticia que me envía una persona que le quiere mucho, María Raya. Un abrazo muy fuerte para todas esas personas que le desean que descanse en paz y he aquí mi homenaje a una persona buena.

En el Bar Sebas

Primavera del 2023. Nos encontramos Antonio y yo en un bar de barrio. Qué mejor, por ejemplo, que en el Sebas de Viaplana, en la calle Pastillo.

Enseguida desarrolla una historia de enamoramiento hacia una profesión que le tuvo treinta y un años liado, por «sólo» catorce embarcado.

Antonio Chichaque, junto a una fotografía con su ponche H25

Antonio, tras el mostrador

A Antonio Postigo Castellano lo tengo delante. Él fue el último en el bar Marina, pero antes ya se habían apropiado los Antonios de dicho bar. En los sesenta Antonio Pérez Gallego. Después lo cogió Antonio Guimerán Santomeu, un gallego que fue marinero.

«Empecé en el 80, con el traspaso, ya funcionando. Una taberna marinera con mucha fama. Entraba la crem de la crem y la no crem de la crem. Un estilo, como te voy a decir yo, al Paco Moreno. Una taberna con el suelo de albero y gente de toda índole a comer pescaíto frito».

Y de tapa le puedo ofrecer...

Antonio giró el timón 180 grados. «Yo lo cogí y lo cambié. Porque aquello era aguardiente, bebidas espirituosas, coñá, los brandis, los anises. Y el vino fino, de Jerez. Eso es lo que había. No había más. De tapa no tenía… unas avellanas, unas aceitunas, unos altamuces. Y yo le dí la vuelta. Me arriesgué, porque aquello era un local muy grande. De servicio nada más que tenía uno, y con placa turca. Aquello era gracioso. Un agujero en el suelo. Lo más limpio y lo mejor, pero era una placa turca. Se hizo esa casa antes que el Muelle del Tinto».

«Ya empecé a poner queso manchego, una buena caña de lomo, un poquito de morcón, un poco de conserva. Después tapas de cocina. Un potaje. Una buena carne de jarrete, una carrillera. Unas carnes muy ricas. Y fíjate cuánto me costaba a mí. Carrillera ¡de carne de vacuna!, doscientas cincuenta pesetas ¡el quilo! Y fíate como está ahora». Los buenos olores atrapaban a los que pasaban y se unían a la fiesta de los sentidos que Antonio guisaba en sus fogones. Cuando le preguntaban por esa carne exquisita, él tiraba de orgullo de buen ahorrador: «la carne más antigua que qué… esta carne la compraba la gente pobre».

Bar Marina y Academia Arte2Sentados los profes de la academia. Fernando junto a la barra y Paco en el quicio de la puerta. Dibujo de Rafael Mélida (que también fue profesor de la academia en los inicios de su andadura) H24

«La ensaladilla de marisco… ¡Eso ya fue…! ¡cogió una fama…!». Me la retrata de tal forma que empiezo a segregar saliva. No es un recurso literario. «Para bodas, bautizos, cumpleaños… Tú no te puedes imaginar. Un día un padre del colegio que está en el paseo Santa Fe, ese grande, de monjas, Las Esclavas, para un evento de fin de curso catorce bandejas ¡catorce bandejas! De acero inoxidable».

«Cuando empezaba a romper el verano, en la época del melocotón, hacía ponche». Una mala noche de Colombinas de unas clientas, a cuenta del ponche, le tocó el alma. «Si eso es lo más sencillo y bonito de Huelva. Lo más suave, lo más rico. Si esto es antiquísimo». Con esta declaración de amor al ponche, Antonio se puso manos a la gran obra. Primero sin mucho éxito de ventas. «En una ponchera preciosa, con el letrero… ¡y nadie pedía el ponche!». Total, que digo ¿sí? Pues voy a hacer lo que hacía en los barcos ¡una sandía grande! De dieciocho quilos, de las rayás». Recién llegada de las huertas de Almonte, por gracia del proveedor de frutas y verduras Ramos Viejo. Ahí triunfó. En la esquina de la barra situó la sandía con su letrero: ponche de La Marina. «No me daba tiempo a hacer ponche. Pa que tú veas lo que es el cambio, el color… o la moda. Cuando cerraba me tenía que poner». Para que el nuevo día no llegara sin el magnífico poche de Antonio.

«Camacho Malo lo puso hasta en el periódico y to. El ponche de La Marina con su famosa sandía».

Encrucijada

Yo iba mucho por esa calle Marina porque estaba la pajarería Manolín. Para comprar grano para los pollitos de colores que vendían en los aledaños del Mercado del Carmen. Y para quedarme embobado viendo animales de todo pelaje y plumaje. En todo caso, todo hijo de vecino tenía una o varias razones para pasar por allí.

La calle era de adoquines, con una barriga en la zona central. La circulación de vehículos pesados hacía sufrir a las tuberías de plomo. Habitualmente había roturas, escapes y pequeñas inundaciones.

«Ahí rulaban, diario, unas mil, dos mil, tres mil personas. Constantemente. Allí estaba todo el servicio portuario, administrativo y de obreros, de carga y descarga de todos los buques. Lo mismo de la pesca que de la mercante. Las navieras, la Junta de Obras del Puerto, la Pescadería cerca».

«También estaba la línea de autobuses urbanos. El punto cero de Huelva está ahí, en la plaza Doce de Octubre. Damas a dos pasos. Estaba la estación de Zafra. El Mercado del Carmen, muy famoso. La Comandancia de Marina. Unos sitios neurálgicos».

«El comercio del textil al lado lo teníamos. Tiendas muy importantes. En la calle del Carmen La Tienda Chica, que era muy famosa, más bien popular, no de alto nivel. Y Almacenes La Verdad que los regentaban la familia de Boby (2), que jugaba al baloncesto. También era muy aficionado al ajedrez».

«El bar Estrella en la esquina, la Electricidad Industrial, muy importante. Y La Bilbaína, un comercio de ultramarinos muy famoso. De muy buenos artículos y profesionales. El dueño se llamaba Joaquín, que venía mucho aquí».

La parroquia

A Antonio la primera palabra que le asalta de forma repetida es la de diversa. «Era un sitio de amistad y reuniones. Hablar y charlar. Muy popular. No había distinciones ni ese protocolo. Era un bar de mucha aceptación. Muy típico y marinero, y la gente se sentía cómoda. No había el borracho que la formaba. Cada uno a su rollo y a su aire y no metía la pata nadie».

Me hace una somera enumeración de tantas y tantas gentes. «Los de los comercios de textiles: Antonio Fernández, Juan Suárez, la familia Raya… secretarios de notaría, entraba la gente de portuario, los directivos de las empresas navieras, del Odiel, Enrico Mar… Suministradores, que eran Echevarría, que suministraba a los barcos españoles, y Corbero, que se dedicaba más bien a los barcos extranjeros. A los alemanes, suecos, daneses… rusos que venían a cargar el mineral».

También tres de los últimos alcaldes de Huelva estuvieron en su bar. Marín Rite, Juan Ceada y Perico Rodri. «Camacho Malo, que hace el programa de deporte en Teleonuba».

Llego a su historia por mi amiga María Raya. «Su padre, su tío, su abuelo… entraban mucho en el bar Marina y yo le preguntaba a Guillermo, su padre, por ella, por La Rebelde», y se ríe.

«Hasta los lecheros que traían la leche de las cabras de aquí, de la parte de Corrales y Aljaraque, traían las lecheras y las dejaban en el patio. Desde ahí se ponían a repartir y a expender por la zona aquella. Venían en botes o en lanchas, a remo o a motor, desde el muelle de Tharsis. Allí llegaban también los trenes a descargar y cargar los barcos».

«Y desde el muelle de Levante, donde están las canoas, y hasta la calle Marina, donde hacían sus reparticiones».

«Fue el primer sitio donde en mi época las mujeres entraban ¡solas!, a tomar café»

«Fue el primer sitio donde en mi época las mujeres entraban ¡solas!, a tomar café. Se encontraban con una libertad y un respeto que ellas lo agradecían. Aquí en tu bar se puede entrar. Venían muchas mujeres liberales, que eran enfermeras, de oficinas, del mundo de la notaría, de los abogados, de la administración…». Lo cuenta Antonio con orgullo, sabiendo que su bar rompía moldes, para bien.

La Peña Flamenca de Huelva

Flamencos y muy flamencos tenían su tertulia en el bar Marina. «En el bar se fundó la Peña Flamenca de Huelva. El embrión nace porque se reunían Antonio Fernández, el joyero que cantaba, Toscano, el abogao Mora, Camilo Gómez Cruz, que fue, de una sucursal de la Caja Rural, director. Muy aficionao al cante».

No había juergas flamencas. «Ellos nada más que hablaban del cante. De que faltaba algo para unir al flamenco y defenderlo, y proclamarlo y darle vida.

«Porque antes el flamenco estaba en las tabernas y en los barrios bajos de niñas». Me lo aclara Antonio, con una risa espontánea. «Antes no se decía a las putas… vamos a ir al barrio de las niñas. Era más diplomático. Allí es donde se escuchaba. Y en los rincones de tabernas. Porque había tabernas grandes y de eso vivían los flamencos. Por la parte de la avenida de Alemania y de Damas, por ahí había un mundo, que eso era… eso ya no viene más. Eso era increíble. Los barrios bajos normalmente, en muchas ciudades, están donde está la catedral… pues en Huelva estaba La Merced y al lao la calle Gran Capitán, la calle Cala, la avenida de Alemania. To eso estaba lleno de fondas y de garitos ocultos, privados, donde se reunían los flamencos».

Los flamencos sabían buscarse bien la vida. Subsistir con ingenio e iniciativa. «¡Las ventas! Iban a la venta Álvarez, a la venta Angelillo. Con los coches de caballo. Con los taxis antiguos que parecían estilo… ¿tú no has visto las películas de Bonnie and Clyde o de la mafia? De esos grandes. Yo conocía a muchos taxistas porque yo me he criao frente a la estación de ferrocarril de Sevilla».

Infancia en la calle Miguel Redondo

Su padre era Chichaque, el barbero de la calle. Y se da la casualidad que la familia de mi tío Alfonso Ijano eran clientes e íntimos amigos de la suya. Me habla del padre de mi tío, Juan Ijano, y de la madre: «Dolores, que era muy graciosa, muy simpááática, muy simpááática». Vivían una casa más pa´llá, o dos, de Curro, el de la tienda. Yo me he criao con él, ¡en la calle, jugando! Madre mía, a quién me has nombrao. Eran muy buen gente. Y Dolores conocía a mi mujer un montón. Íntima amiga. Mi mujer es una sobrina de Aquilino Vidal. Frente al café La Palma estaba la barbería de mi padre, donde se arreglaba él».

Una calle auténticamente marinera de Huelva. «Había unos cuantos de la Pescadería. Exportadores. Un representante estatal de Franco, don José Ruiz Medel. Tenía casa propia. Allí cerca, un tal Núñez. Más tarde estuvo otro exportador que tenía muchos hijos, muchos hijos. Unos maestros rederos famosos, los Muñoz. También una familia numerosa. Un hombre, Blas García de los sacos. Que vendía los sacos pa las coquinas, pa las almejas. Y muchos marineros y patrones de pesca».

«Tenía arriba de la tienda una pensión, y ahí paraban muchas mujeres que venían a actuar a los cabarés»

En la calle, me relata Antonio, estaba el negocio de uno, también muy flamenco: Recio. «Tenía arriba de la tienda una pensión, y ahí paraban muchas mujeres que venían a actuar a los cabarés. El Rocío y el Bahía en la calle Gran Capitán, y casi en la calle del Puerto, para abajo, había otro».

También recuerda con cariño donde aprendió sus primeras letras y números. «En la academia San Juan Bautista. Y de ahí me fui al Padre Laraña. Dos años de electrónica y me fui a los barcos. ¡Con beca, cinco mil pelas de beca! Antes del 64. Y el padre Laraña barría como nadie. Era el único que iba a las puertas de los ricos a pedirles pa el colegio. El primer colegio de Huelva donde se empezó a formar un periódico. Lo hacíamos nosotros. Política, cultura, religión… todo».

Arte Dos

Su amigo, también mío, Rafael Mélida y Paco montaron arriba del bar su academia de arte.

En esos inevitables encuentros de confraternización Antonio le aconsejaba a Rafa para que, en su faceta de escultor «que conquistara la política y que hiciera algo importante, dando capotazos como los toreros, sin cabrearse… Un monumento al hombre del mar, que en Huelva falta. Algo que la gente lo entienda». Las formas y los estilos radicales y anarquistas de los artistas encajan difícilmente con el mundo de la diplomacia, por no decir hipocresía, y Antonio conocía bien a su díscolo amigo.

«Ellos montaron un buen tangai. Tuvieron la idea de una manifestación cultural y, desde el bar La Marina hasta arriba, cerca de la Caja de Ahorros, adornaron toda la calle. Los coches los vistieron como si fueran regalos. Al bazar Tánger le pusieron un muñeco. Que el del bazar se cabreó. Era el torero famoso de Huelva… de menos rango que El Litri… ¡El Batalla! El muñeco hablando, con unas cintas de casete ¡y cogió un cabreo!: no el pedaso de moro que se ha puesto ahí a vender casi en la puerta... ¡No se había dao cuenta de que era un muñeco! Lo tenían tan bien hecho, tan disfrazao…».

«Muchos clientes fueron a buscarlo ¡mi coche, mi coche!... ¡y estaba envuelto en papel de regalo! Estupendo, maravilloso»

«Aquello fue precioso. Empezaron casi a las doce de la noche hasta el otro día por la mañana. Adornando los coches… que muchos clientes fueron a buscarlo ¡mi coche, mi coche!... ¡y estaba envuelto en papel de regalo! Estupendo, maravilloso».

Rafa Mélida hizo unas series de dibujos costumbristas sobre lugares inolvidables de Huelva. Entre ellos el café bar Astoria de la portada del primer 'Huelva, choquera y tabernera'. Y también otro de este bar Marina. Primero fueron almanaques de bolsillo y después unas lujosas ediciones que sugiero busquen con ahínco. Son un tesoro que huele a la Huelva eterna.

La Mar

Muy jovencito, y durante siete años, hizo la ruta Huelva-Norte Centro Europa, llevando el mineral de nuestra franja pirítica hasta puertos como Róterdam, Ámsterdam, Hamburgo, Bremen, Amberes…

«En el año 64 fue la primera vez que vi yo una ciudad iluminada con luces de bajo consumo, que fue en Róterdam. ¿Parecido al sol cuando se va por el horizonte?, pues igual. Ese color más bien amarillento. En el año 64, fíate. Cuando sales fuera es cuando te das cuenta del atraso tan enorme que tienes en tu tierra».

«He sido monaguillo, he estao en un colegio de jesuitas, he recorrido el mundo tres veces… Yo, detrás de la barra, opinaba. No te creas que el que está aquí es un analfabeto. El cliente lleva la razón cuando lleva la razón. No siempre».

En sus viajes, las gentes del Norte le expresaban con frecuencia que Huelva no les sonaba de nada. «Y me nombran Sevilla… no, hombre, Sevilla no». Y les daba una lección de historia de todo por lo que nuestra choquera capital es renombrada. El I don´t know no le servía a Antonio, que les recordaba el vuelo del Plus Ultra cruzando el océano Atlántico y el anterior viaje iniciático de Cristóbal Colón. «Yo los ponía firmes… fite si los ponía firme que me decían que era un stolz spanisch. Que era un orgulloso español. A mi tierra no me la toques».

Servicio público por principio

Antonio es de sonrisa fácil. Pero esta surge con fuerza cuando recuerda cómo se llevaba con su vecindario. «Yo era un servidor público». El anecdotario es amplio. Adelantar dinero a los chavales que lo necesitaban, telefonazo mediante de las madres. Estar al quite, cuando se señalizaron zonas de carga y descarga, para que los municipales no multaran con excesiva velocidad. Explicaba dónde había ido fulano, y si mengano estaba haciendo una gestión breve en el banco o comprando abonos en La Granja. Aparcar coches de conductores novatos para evitar que se formaran atascos y escándalos era otra de las buenas obras que llevaba a cabo.

Lo más sonado fue evitar un robo en el cercano comercio de electrodomésticos Teisa. Andaba Antonio escamado con un movimiento poco habitual en el altillo del local. Le sonaba raro. Le preguntó a Paco El Lega, conocido chipichanga, natural de Isla Cristina. Este se lo confirmó. Lo que estaba viendo no era una mudanza sino ¡un robo en toda la regla! Avisada la policía, les pillaron con las manos en la masa. La puerta arrancada y un camión esperando en la avenida de Alemania para llevarse todo hasta la ciudad de donde era la banda, Jerez de la Frontera.

«Yo soy feliz ayudando». Ya está. Ya está todo dicho.

Cerrado por amor

Los marinos extranjeros tenían un lugar acogedor en el bar Marina. Antonio, sabedor de las dificultades en este gremio, les hacía de cambista.

«Los rusos venían mucho porque, claro, como los hombres de mar siempre tienen monedas extranjeras, divisas, entonces, depende del horario, si venían por la tarde los bancos estaban ya cerraos. Yo cogí la fama porque decían el de La Marina es el que te puede cambiar. Yo había navegao catorce años y conocía ese mundo y sabía la necesidad que traían. Y yo le cambiaba igual que el banco, el cinco por ciento. Entonces ellos encontraron una amistad y una clarividencia. Una humanidad. No encontraban una especulación. Y al día siguiente el del banco me decía a ver si me consigues dólares, a ver si me consigues marcos… Le interesaba».

El bar Marina era el destino de oleadas sucesivas de marineros a los que la fama de buen hombre de Antonio les había llegado surcando las aguas

Los marinos se ponían a beber y se sorprendían de lo barato que era todo. Y de que Antonio les cobrara lo mismo que a los paisanos: «tú eres igual que yo, así que no tengo problema». Eso les daba alegría y confianza, y el boca a boca funcionaba. El bar Marina era el destino de oleadas sucesivas de marineros a los que la fama de buen hombre de Antonio les había llegado surcando las aguas.

«Tú fíjate la suerte que tuve que, sin pedirlo ni na, me vino un día una tripulación rusa. Venían cuatro, ya habían estado varias veces en Huelva, y me trae una lata de caviar ruso. ¡Pero de un quilo! Chapurreando el inglés, el italiano, el portugués, el español… Un idioma internacional que tú te comprendes… por tu comportamiento, porque tú eres buena gente».

«Tuve el detalle de que esa lata la guardé, para un evento bonito que ya vendrá. Total, que un día a los clientes, los más íntimos… vino la fiesta esa que hay en febrero, el día del amor. Catorce parejas conformadas tenía». Antonio cierra el bar con sus cortinas y se apresta a un San Valentín especial. Hasta las cuatro de la mañana. Catorce bandejas de acero inoxidable pletóricas de canapés con el caviar como ornamento chispeante. Queso, anchoa, ensaladilla, morcón, jamón… «Todo el mostrador lleno de velas rojas. ¡Y música romántica na más! Psche, ¡música romántica! No me habléis de esto y de lo otro. De Albano, de Julio Iglesias, de Dyango, de boleros... Y, digo, de bebida ¡cava! Aquí no hay más bebida que cava, y eso es lo que hay. Aquello fue muy lindo, famoso».

La vecina de la tienda de muebles le diseñó/apañó para la ocasión un cartel que proclamaba Cerrado por Amor. El jefe de obras del hospital Juan Ramón Jiménez se contaba, con su mujer, navarros ambos, entre los afortunados de aquella velada. «Muy simpático, un navarrico muy dicharachero, con mucho mundo». Pues por petición expresa de ella el cartel acabó en el sótano que en su tierra tenían para esas reuniones entrañables que en todas partes llenan los corazones.

Ocho años de condena

«Llego la especulación y aquí no se respeta nada. Los ayuntamientos han destrozao to el centro. Llegó la piqueta y digo yo no voy a luchar con éste… Porque era un dueño que era un artista. Un artista. Por no tener jaleos. Eso fue en el 2003. Me llevé un año sabático y me llamó el de La Ría».

La Ría es un lugar que, casi siempre, ha tenido éxito, con abundante clientela. Que buscaba un equilibrio, a veces complicado, entre calidad y precio.

A Antonio le llamaron porque la cosa flojeaba. Bien es cierto que el ojo del amo engorda al caballo, y si eso no se cumple las dificultades llegan, tarde o temprano.

Fue durante ocho años, hasta que se jubiló. «La cárcel, me llamó la cárcel. Me enganchó allí. Los de la cárcel están mejor que los de La Ría. Yo no me callaba, y me enfrentaba. Porque yo traía otro mundo, otras formas, otro estilo. Y allí estaba, haciéndole clientela. Porque el dueño ni trataba ni sabía tratar. Ni cambia».

«Yo digo que el que sale con el sello de cochino morirá cochino. Y eso no falla. No falla. Lo tengo visto y comprobado. ¿Tú has visto como el que se pone en la barrera, el mánager como dicen en la época moderna, el apoderado del torero, dice ten cuidao, que ese por la derecha no le des ni un pase… no lo intentes que te engancha? Pues igual. Ahí se aprende la universidad de la vida. Te lo digo yo».

El Chaqueta, así es conocido el dueño de La Ría por la Pescadería, es, para Antonio, un cocodrilo. «Todo el día llorando, pero para devorar». Prohibía a sus camareros hablar con la clientela. Una vez, un exjugador del Recre, afincado por Cataluña, se extrañó del comportamiento de Antonio, serio y casi esquivo: «yo te sirvo la copa y me echo para atrás, porque no nos dejan…». La respuesta fue tajante: «pues ya está, ya no vuelvo más».

Hoy ya Antonio sigue deleitando a amigas y amigos de su cocina. Pero ya en fiestas entrañables, lejos de esa barra que gobernó con su amplia sonrisa.

Notas al pie

  • 1. La ciudad de Huelva llora la pérdida de Antonio Postigo, conocido popularmente como «Chichaque», propietario del histórico Bar La Marina, uno de los lugares más emblemáticos de la vida social onubense.

  • 1. Que no se olvide su legado como jugador, directivo y periodista deportivo. Como buena persona y defensor del deporte onubense.

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