El imperio de lo inmediato

No sé si recuerdan la película 'El club de la lucha', esa en la que un tipo con personalidad dividida creaba un club donde hombres jóvenes y desesperanzados se liaban a guantazos como forma de denuncia ante una sociedad hedonista y decadente.

El imperio de lo inmediato

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 En el filme de David Fincher, el protagonista explica que la vida se ha convertido en un lugar donde imperan las single services o porciones únicas (muestras de champú, cepillos de dientes pequeños, bandejitas de pollo, porciones de leche individuales, jabones en miniatura…) destinadas para uso personal,  pequeños pedazos de consumismo creados para el homo Sapiens de finales del siglo XX y principios del XXI, siempre ocupado, siempre en movimiento, uncido al yugo de la productividad y el dinero.  Esta película (y su novela homónima) surge en la época (finales del siglo pasado) en que aún no se prefiguraban las redes sociales en el horizonte. Las famosas “punto com” dominaban el entorno virtual, pero todavía no se había pensado para el gran público la comunicación masiva a través de redes de comunicación caseras de forma definitiva. Pocos años después, vieron la luz Facebook, YouTube, Twitter, Instagram, TikTok, etcétera, y el predominio cultural universal de las single services, de las porciones pequeñas resulta más patente, obvio y abrumador que nunca, habiendo inundado todas y cada una de las parcelas sociales, culturales, económicas y políticas de nuestro mundo híper conectado.  Les pondré un ejemplo más cercano en el tiempo, ideal para ir centrando el tema. Hace unos meses leí en una revista destinada al público masculino (en la que aún pueden leerse cosas como: '7 consejos para lucir unos abdominales brutales sin salir de casa') un artículo sobre “la nueva forma de consumo literario”. Para empezar, ver la palabra “consumo” junto a la palabra “literario” me produjo una tristeza más profunda de lo que podría haberme esperado. Pero lo peor no era eso. En el artículo en sí se afirmaba que las redes sociales y su preferencia por los textos muy cortos habían desplazado definitivamente la lectura tradicional de libros a espacios “más clásicos”, signifique esto lo que signifique para el autor del artículo. Según su tesis, el público actual demandaba urgencia, rapidez, poca extensión y simplicidad, de modo que los autores que ofrecían ese perfil creativo eran quienes se amoldaban mejor a los gustos del mercado y, por consiguiente, obtenían el favor de la gente y el tan ansiado éxito: fotos de parejas bajo la lluvia junto a textos llenos de obviedades, libros de presuntos poetas con poemas que no son poemas, sino pensamientos vacíos de contenido, frases de filósofos o escritores a los que no se lee, juegos de palabras vergonzantes, vídeos de no más de medio minuto, titulares muy llamativos que después esconden el vacío más absoluto; micro esto, micro lo otro, micro lo de más allá… En Instagram campan innumerables usuarios que se presentan como escritores o autores sin haber escrito apenas nada, más allá de pequeñas cartelas como las del cine mudo donde expresan ocurrencias momentáneas o pequeños poemas en prosa (no confundir con el magnífico libro de Charles Baudelaire) en los que escribir anacronías como “ese dulce amargor” o aún peor “ese fuego que no quema”. En fin.  El universo audiovisual, que es donde nos movemos de forma más asidua los seres humanos del siglo XXI, nos regala una paradoja extraordinaria y muy divertida: gente incapaz de aguantar un vídeo de más de 45 segundos, capaces, sin embargo, de ver tres horas seguidas de vídeos de 45 segundos, abducidos por el famoso “scrolling”, es decir, darle al dedito hacia abajo en la pantalla del móvil viendo vídeo corto tras vídeo corto, foto de desayuno tras foto de desayuno o fragmento de serie tras fragmento de serie.                            Si le preguntara ahora mismo a diez personas al azar, estoy convencido de que, al menos, siete de ellas me dirían que ya apenas ven películas, que prefieren las series porque se amoldan mejor a su tiempo libre disponible, afirmando, a continuación, que el día anterior se han visto cinco episodios seguidos de 'Juego de Tronos', lo que viene a significar que estuvieron unas cinco horas, o dos películas y media. Creo que se aprecia el contrasentido claramente.  Por su parte, WhatsApp ha ideado una herramienta diabólica, ya saben, la posibilidad de avanzar la velocidad de reproducción de los audios. De nuevo, el dominio de lo inmediato, de la urgencia, de la pequeña duración: el imperio de las 'single services' que les decía al principio de este artículo. Si no era suficientemente excluyente el hecho de no hablar ya por teléfono casi nunca, ahora disponemos de la posibilidad de esquivar aún más a nuestro interlocutor pasando a doble velocidad aquello que tengan que decirnos. ¿Quién de entre nuestros políticos no maneja su cuenta de Twitter como si fuera el lugar legítimo y natural donde hacer política? ¿Cuántos de nosotros leemos el titular de una noticia y ni siquiera nos molestamos en examinar el contenido si nos va a tomar más de un minuto hacerlo? ¿Cuántos de ustedes pincharán en este artículo y lo dejarán a medias, aburridos de tanta papanatería?  Permítanme el desvarío cultureta, pero a mí todo esto me suena a cuando Ulises se tira al principio de 'La Odisea' siete años bajo el hechizo de la ninfa Calipso, invitándolo a un 'scrolling' constante de comidas deliciosas, dulzura ilimitada y encuentros sexuales a demanda. Digamos que el pobre era incapaz de parar de darle a la pantallita para abajo para ver qué vendría después y después y después…La parte ventajosa de todo esto es que, al final, el bueno de Odiseo (el nombre griego de nuestro héroe) se cansa de tanto rollo y desea largarse de allí, pese a las evidentes ventajas de saborear las gentilezas dispuestas ante él por la ninfa. Su principal problema es encontrar la fórmula adecuada para lograr huir de la isla. Casi como nosotros, ¿verdad? Atrapados en la rueda de lo inmediato, ávidos por lo siguiente y lo siguiente y lo siguiente, pero deseando escapar al mismo tiempo de la esclavitud del estímulo virtual.  A Ulises lo tuvieron que ayudar los dioses, forzando a Calipso a dejar marchar al desconsolado héroe. No creo que nosotros necesitemos la intervención de ninguna divinidad en esto, al menos eso espero. Lo que sí creo es que, si nos detuviésemos un poco y volviéramos a disfrutar del ciclo natural de los acontecimientos, podríamos desuncirnos del yugo de la inmediatez y volver a juzgar un artículo no solo por su titular, una película por su tráiler o una persona por el contenido de sus desayunos en Instagram o sus opiniones políticas, sociales o culturales en Facebook. Eso creo yo, pero, mientras tanto, si me lo permiten, voy a seguir dándole al 'scrolling' un rato, que hay unos vídeos muy divertidos de cocineros turcos en Instagram que me tienen hipnotizado. Blog del autor

Esta película (y su novela homónima) surge en la época (finales del siglo pasado) en que aún no se prefiguraban las redes sociales en el horizonte. Las famosas “punto com” dominaban el entorno virtual, pero todavía no se había pensado para el gran público la comunicación masiva a través de redes de comunicación caseras de forma definitiva. Pocos años después, vieron la luz Facebook, YouTube, Twitter, Instagram, TikTok, etcétera, y el predominio cultural universal de las single services, de las porciones pequeñas resulta más patente, obvio y abrumador que nunca, habiendo inundado todas y cada una de las parcelas sociales, culturales, económicas y políticas de nuestro mundo híper conectado. 

Les pondré un ejemplo más cercano en el tiempo, ideal para ir centrando el tema. Hace unos meses leí en una revista destinada al público masculino (en la que aún pueden leerse cosas como: '7 consejos para lucir unos abdominales brutales sin salir de casa') un artículo sobre “la nueva forma de consumo literario”. Para empezar, ver la palabra “consumo” junto a la palabra “literario” me produjo una tristeza más profunda de lo que podría haberme esperado. Pero lo peor no era eso. En el artículo en sí se afirmaba que las redes sociales y su preferencia por los textos muy cortos habían desplazado definitivamente la lectura tradicional de libros a espacios “más clásicos”, signifique esto lo que signifique para el autor del artículo. Según su tesis, el público actual demandaba urgencia, rapidez, poca extensión y simplicidad, de modo que los autores que ofrecían ese perfil creativo eran quienes se amoldaban mejor a los gustos del mercado y, por consiguiente, obtenían el favor de la gente y el tan ansiado éxito: fotos de parejas bajo la lluvia junto a textos llenos de obviedades, libros de presuntos poetas con poemas que no son poemas, sino pensamientos vacíos de contenido, frases de filósofos o escritores a los que no se lee, juegos de palabras vergonzantes, vídeos de no más de medio minuto, titulares muy llamativos que después esconden el vacío más absoluto; micro esto, micro lo otro, micro lo de más allá…

El imperio de lo inmediato

En Instagram campan innumerables usuarios que se presentan como escritores o autores sin haber escrito apenas nada, más allá de pequeñas cartelas como las del cine mudo donde expresan ocurrencias momentáneas o pequeños poemas en prosa (no confundir con el magnífico libro de Charles Baudelaire) en los que escribir anacronías como “ese dulce amargor” o aún peor “ese fuego que no quema”. En fin. 

El universo audiovisual, que es donde nos movemos de forma más asidua los seres humanos del siglo XXI, nos regala una paradoja extraordinaria y muy divertida: gente incapaz de aguantar un vídeo de más de 45 segundos, capaces, sin embargo, de ver tres horas seguidas de vídeos de 45 segundos, abducidos por el famoso “scrolling”, es decir, darle al dedito hacia abajo en la pantalla del móvil viendo vídeo corto tras vídeo corto, foto de desayuno tras foto de desayuno o fragmento de serie tras fragmento de serie.

                            

Si le preguntara ahora mismo a diez personas al azar, estoy convencido de que, al menos, siete de ellas me dirían que ya apenas ven películas, que prefieren las series porque se amoldan mejor a su tiempo libre disponible, afirmando, a continuación, que el día anterior se han visto cinco episodios seguidos de 'Juego de Tronos', lo que viene a significar que estuvieron unas cinco horas, o dos películas y media. Creo que se aprecia el contrasentido claramente.

El imperio de lo inmediato

Por su parte, WhatsApp ha ideado una herramienta diabólica, ya saben, la posibilidad de avanzar la velocidad de reproducción de los audios. De nuevo, el dominio de lo inmediato, de la urgencia, de la pequeña duración: el imperio de las 'single services' que les decía al principio de este artículo. Si no era suficientemente excluyente el hecho de no hablar ya por teléfono casi nunca, ahora disponemos de la posibilidad de esquivar aún más a nuestro interlocutor pasando a doble velocidad aquello que tengan que decirnos.

¿Quién de entre nuestros políticos no maneja su cuenta de Twitter como si fuera el lugar legítimo y natural donde hacer política? ¿Cuántos de nosotros leemos el titular de una noticia y ni siquiera nos molestamos en examinar el contenido si nos va a tomar más de un minuto hacerlo? ¿Cuántos de ustedes pincharán en este artículo y lo dejarán a medias, aburridos de tanta papanatería? 

Permítanme el desvarío cultureta, pero a mí todo esto me suena a cuando Ulises se tira al principio de 'La Odisea' siete años bajo el hechizo de la ninfa Calipso, invitándolo a un 'scrolling' constante de comidas deliciosas, dulzura ilimitada y encuentros sexuales a demanda. Digamos que el pobre era incapaz de parar de darle a la pantallita para abajo para ver qué vendría después y después y después…

El imperio de lo inmediato

A Ulises lo tuvieron que ayudar los dioses, forzando a Calipso a dejar marchar al desconsolado héroe. No creo que nosotros necesitemos la intervención de ninguna divinidad en esto, al menos eso espero. Lo que sí creo es que, si nos detuviésemos un poco y volviéramos a disfrutar del ciclo natural de los acontecimientos, podríamos desuncirnos del yugo de la inmediatez y volver a juzgar un artículo no solo por su titular, una película por su tráiler o una persona por el contenido de sus desayunos en Instagram o sus opiniones políticas, sociales o culturales en Facebook.

Eso creo yo, pero, mientras tanto, si me lo permiten, voy a seguir dándole al 'scrolling' un rato, que hay unos vídeos muy divertidos de cocineros turcos en Instagram que me tienen hipnotizado.

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