Sobre la necesaria existencia de los haters

Amo a los odiadores. ¿Ustedes no? Lo contrario les convierte en ellos, es decir, en haters al cuadrado, en enemigos de ustedes mismos, entrando en una espiral exponencial de autodestrucción... No, no, es mejor aceptarlos y quererlos, háganme caso, y en este artículo les voy a explicar brevemente por qué son necesarios para la sociedad en general y para el arte en particular.

Sobre la necesaria existencia de los haters

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Sobre la necesaria existencia de los haters

El odio une. Prueba de ello es una app creada en 2016 llamada Hater (su nombre ya evidenciaba su similitud con Tinder) en la que los usuarios se emparejaban a partir de la animadversión común. ¿Detestas el maíz? Flechazo instantáneo. ¿Morirías antes que comer pizza con piña? Petición de matrimonio. Además, el odio es democrático: nadie se libra de las críticas. Nadie. Políticos, actores, músicos, estrellas televisivas... y tú no ibas a ser menos.

Los haters son personas incomprendidas, inseguras, necesitadas de afecto y de atención, y un poco cobardes, debo admitirlo. Tras la pantalla se sienten refugiados y parapetados para insultar y humillar, es verdad, pero nos hacen crecer, nos hacen venirnos arriba ante sus ofensivos juicios e, incluso, recapacitar, por si llegasen a tener algo de razón. Eso es precioso, pues cumplen un papel de revulsivo social, de agitadores de conciencias.

Sobre la necesaria existencia de los haters

Pero vayamos al campo que nos interesa, el del arte. Es aquí donde encontramos un caso particular de estos seres hijos de la queja: los artistas haters, dispuestos a tirar por tierra, principalmente a través de las redes sociales, las elecciones de instituciones, galeristas o comisarios. Da igual si es emergente o consagrado, local o foráneo, si no son ellos los elegidos, directamente el proyecto no vale nada (siendo muy light).

Como comisaria, he tenido haters en mis exposiciones y es algo que me alegra enormemente por dos razones fundamentales. La primera es que me resulta imposible creer que una exposición sea tan perfecta que a todo el mundo le guste, aunque sea por estadística, y me parece más realista, más auténtico, que haya críticas (por favor, no más bienquedismos).

La segunda es que es importante que se hable de ti, aunque sea mal. Ya lo dijo Dalí: Que hablen bien o mal, lo importante es que hablen de mí, aunque confieso que me gusta que hablen mal porque eso significa que las cosas me van muy bien. Es mejor la ofensa que la indiferencia total. Así que, tropa, si se topan con un odiador, denle cariño, adóptenlo. ¡Ah! Y no olviden llenar este artículo de comentarios llenos de desprecio y asco. Me harían tremendamente feliz.

Muchas gracias a la artista María JL Hierro por ilustrar este artículo con sus maravillosas (y nada odiosas) tipoesías.

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