EL AMOR NO ERA PARA TANTO
Morir de éxito
Resulta imprescindible que reflexionemos globalmente, como sociedad que -queramos o no- depende del turismo para su desarrollo económico, sobre las carencias del modelo turístico actual
Hasta las fórmulas más exitosas, si no se gestionan adecuadamente, están condenadas a morir de éxito. Reflexionen ustedes sobre los programas de televisión (no diremos nombres) que se dilatan una y otra temporada, repitiendo la misma fórmula encapsulada e inerme, hasta que el público, saturado hasta arriba como un invitado de boda ahíto de gambas y jamón, navega sin añoranza hacia aguas más frescas y emocionantes. O mejor aún: ¿se acuerdan ustedes de las colas kilométricas que se formaban en las llamadas «Pollerías», esos locales que se expandieron sin límite por las principales ciudades españolas y que vendían gofres con forma de pene? Pues eso, morir de éxito.
El modelo turístico español -me refiero, fundamentalmente, al tradicional de sol y playa, por concretar nuestras intenciones en el limitado espacio del que disponemos- se encuentra en una encrucijada trascendental para definir su futuro y, con ello, delimitar el porvenir de un amplio porcentaje de la población nacional que depende de su buena salud. Aunque los números de ocupación siguen siendo positivos, se acusa una pérdida significativa en la demanda y, sobre todo, en los modelos de uso y consumo, principalmente entre el turista patrio, menos boyante que el anglosajón en cuanto a capacidad operativa, es decir, la pasta. Esta circunstancia no es igual en todas las zonas costeras de España, debido a su enorme diversidad, pero parece que se pueden extrapolar algunos elementos que sostienen este argumento. La proliferación de apartamentos turísticos hasta niveles casi de monopolio, sumada a unos precios desproporcionados en bares, cafeterías o restaurantes y a la feroz competencia de otros países que ofrecen servicios similares a los nuestros contribuye a zarandear un árbol que hasta hace bien poco parecía indestructible. A estos síntomas, se le añaden los matices locales en cada zona y la disparidad en cuanto a las condiciones normativas, permisos, etc., de cada comunidad autónoma, provincia, comarca o municipio, lo que complica mucho más la cohesión y los acuerdos puntuales en materia turística.
Si es usted consumidor de redes sociales (¿y quién no?) podrá ver infinidad de vídeos cuyo contenido muestra a contrariados dueños de locales semi vacíos explicando que una mesa de cinco personas acaba de marcharse después de consumir una Coca cola entre todos o cuestiones similares relacionadas con un descenso alarmante del consumo habitual de bebidas y comidas en bares y restaurantes. Asimismo, los hosteleros también lamentan la escasez de personal cualificado para contratar, por lo que han recibido sus correspondientes críticas en sentido inverso, ya que mucha gente alude a los bajos sueldos y a las penosas condiciones laborales de la hostelería como motivos de esa supuesta carencia de un servicio profesionalizado y de calidad.
La estacionalidad es otro de los elementos destacados para explicar las dificultades por las que atraviesa el modelo turístico español. La imposibilidad de mantener un flujo estable de visitantes a lo largo del año (de nuevo, esta circunstancia puede variar según la zona), lo que impide establecer un tejido económico sólido, incide en la precarización de un modelo de negocio que precisa de «hacer su agosto» en verano para compensar las pérdidas o las zozobras del resto del año.
Ante este escenario complejo y cronificado, se generaliza un tipo de visitante que prefiere abarrotar los supermercados y comer en el apartamento de alquiler a visitar un restaurante o chiringuito donde la cuenta pueda dispararse a niveles inasumibles. O bien, pasear por el abarrotado centro de cualquier pequeña ciudad costera andaluza donde las tiendas permanecen abiertas hasta bien entrada la noche, aunque dolorosamente vacías la mayor parte del tiempo.
Así las cosas, resulta imprescindible que reflexionemos globalmente, como sociedad que -queramos o no- depende del turismo para su desarrollo económico, sobre las carencias del modelo turístico actual y los problemas asociados a ello, porque disponer de sol y playa en abundancia y buenas (ejem) infraestructuras no garantiza que el público global, como en el ejemplo que les adelantaba al inicio de esta columna, se mantenga fiel y continúe llegando en la misma proporción que hasta ahora. Para ello, para que exista una verdadera discusión pública que sirva de algo, necesitamos una política común y unificada que, aunque tenga en cuenta las diferencias regionales y las circunstancias concretas de cada lugar, disponga sobre el tablero los elementos necesarios para garantizar un modelo de turismo sostenible, duradero y coherente con las características de la población.
De lo contrario, si ocurre como es habitual por estos lares y miramos para otro lado en la esperanza de que el problema se arregle solo, lo que ocurrirá es que el vagón en el que viajamos todos se precipite ladera abajo hasta estrellarse contra el primer obstáculo serio, o lo que es lo mismo: que muramos de éxito.