el amor no era para tanto
Apretón de manos
La rudeza del trato, el desinterés por las necesidades y circunstancias del otro y la falta de coherencia en el discurso, son las prendas que ofrece aquel que desea presentarse ante el mundo como su salvador, cuando no es más que un niño consentido, dueño, por el momento, de la pelota
El agua no hidrata.. ¿o sí?
Cocletas antifascistas
¡Más madera, es la democracia!

Ayamonte
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Iniciar sesiónEl mejor apretón de manos de la historia de la humanidad puede usted verlo en la película 'Predator' (1987), dirigida por John Mc Tiernan y protagonizada por Arnold Schwarzenegger. La secuencia nos muestra el encuentro de quien sería años después gobernador de California con un antiguo colaborador, ahora enrolado en los lodos de la CIA, encarnado por el actor recientemente fallecido Carl Weathers, conocidísimo por su papel como Apollo Creed en la saga 'Rocky'. Ambos estrechan sus manos en una delirante glorificación de masculinidad estentórea, repleta de testosterona y militarismo ochentero. Qué sonoridad, qué truculencia; cuánto anabolizante empleado y cuánta épica americana…
El segundo mejor apretón de manos de la historia de la humanidad se produjo hace un par de días entre el todopoderoso y azafranado presidente de EE.UU., Donald Trump, y nuestro Pedro Sánchez, jefe del Gobierno de España. Qué gozada, señora, vaya performance que se marcaron ambos mandatarios, por el amor de Schwarzenegger. El paralelismo entre ambos acontecimientos -la película y la cumbre sobre el plan de paz en Gaza- tomó forma en mi cabeza de manera inmediata, porque siguen una secuencia bastante similar: el sujeto más poderoso trata de amedrentar al menos saleroso, quien intenta denodadamente soportar el embate, hasta que, finalmente, claudica o abandona la pelea con una evidente disminución de poderío.
El escenario era el de siempre desde que el mundo es mundo: el niño dueño del balón que obliga al resto a jugar donde él quiera, al amparo de las reglas que decida (si es que admite reglas, o peor, que se las salte aunque las admita) y con quien él disponga. Un escenario que, aunque necesario (detener el genocidio en Palestina es motivo más que suficiente para apartar el orgullo de la ecuación), parece dispuesto para la mayor gloria y lucimiento del niño dueño de la pelota. La imagen de Trump parloteando mientras el resto de los mandamases del mundo lo escoltan de pie tras él, es digna de pasar a la historia como la metáfora de unos padres que claudican ante la rabieta de un nene consentido y le conceden la piruleta que exigía.
Nuestro presi aguantó el tipo, las cosas como son (ya sabe usted que no pertenezco a su club de fans, precisamente), aunque no estuviera preparado para ese tirón desalmado de Donald Trump en señal de dominio sobre la situación y a punto estuvo de trastabillar, pero el hombre profundamente enamorado resistió (es catedrático en esas lides) y se agarró a la mano del muñeco diabólico estadounidense como un náufrago a un madero en medio de una tormenta en el océano. Incluso, en un alarde de bravura, se atrevió con unos golpecitos en el codo de Trump, señal inequívoca de que aceptaba el reto, aun a sabiendas de la disparidad de fuerzas. Como le digo, la escena no llega a la perfección lograda por la película de Mc Tiernan, pero las sonrisas crispadas de ambos mientras combaten en un duelo de titancillos supone un acercamiento bastante meritorio.
Y es que este es el mundo que tenemos ahora, oiga: un patio de colegio abandonado de la mano de los dioses en el que campa a sus anchas un hombre cuya deriva más allá del bien y del mal resultaría cómica si no contuviera de forma tan clara el germen de la tragedia. El despliegue de pretendido dominio físico al estilo de un primate, el profundo desprecio por las normas fundamentales del decoro y la gentileza, la rudeza del trato, el desinterés por las necesidades y circunstancias del otro y la falta de coherencia en el discurso, son las prendas que ofrece aquel que desea presentarse ante el mundo como su salvador, cuando no es más que un niño consentido, dueño, por el momento, de la pelota con la que se juega el partido en el patio del colegio.
Ay, señora, qué mundo más raro nos está quedando.
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