En una tarde cargada de recogimiento y profundo sentido litúrgico, la Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la Merced acogió este Viernes Santo, 18 de abril, la celebración de la Pasión del Señor, presidida por Mons. Santiago Gómez Sierra. La ceremonia, que reunió a numerosos fieles, estuvo marcada por la proclamación de la Palabra, la adoración de la Cruz y la distribución de la Sagrada Comunión, en un clima de oración y contemplación del misterio redentor de Cristo.
La celebración, marcada por el recogimiento y la contemplación del sacrificio de Cristo en la cruz, constó de tres momentos esenciales: la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y la Sagrada Comunión. Durante la proclamación del Evangelio, el silencio de la asamblea y la intensidad del relato pusieron de manifiesto el carácter único de este día santo.
Uno de los momentos más destacados fue la adoración de la Cruz, llevada a cabo por miembros de la Hermandad de los Judíos de la parroquia de Nuestra Señora de la Merced. La sagrada imagen del Cristo de Jerusalén y Buen Viaje fue portada en hombros por los hermanos, mientras el diácono entonaba el tradicional canto: «Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo». Este gesto solemne invitó a todos los presentes a acercarse con reverencia y fe, venerando el símbolo del amor redentor de Jesús.
La ceremonia estuvo marcada por la proclamación de la Palabra, la adoración de la Cruz y la distribución de la Sagrada Comunión
diócesis de huelva
Numerosos fieles, con gran recogimiento, se acercaron al presbiterio para adorar la Cruz de forma individual, manifestando su devoción al misterio pascual. El altar, despojado de ornamentos como signo visible del luto por la muerte del Señor, fue dispuesto con sencillez.
El Santísimo Sacramento fue trasladado desde el lugar donde se había reservado tras la liturgia del Jueves Santo y distribuido en un clima de profundo silencio y adoración.
Oración en silencio
La ceremonia concluyó con un profundo momento de oración en silencio, dejando espacio para la meditación personal y comunitaria.
El templo catedralicio, adornado con sobriedad, fue testigo de una liturgia que, un año más, ha congregado a la comunidad diocesana en torno al misterio central de la fe cristiana.
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