OBITUARIO. CARLOS HERNÁNDEZ CORDERO
Carlos Gandinga, la ineludible levedad del ser
El lugar natural de Carlos estuvo siempre a pie de playa, en chiringuitos playeros con rocanrol de fondo, como el que fue bautizado en su honor, Puerto Gandinga
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En la tarde del pasado miércoles nos dejaba Carlos Hernández Cordero (Huelva, 1954), una persona que fue la idea misma de la generosidad, de la bondad natural, y al tiempo uno de los personajes que abrieron cartel en las principales plazas de ocio y divertimento de aquellos años que se dieron en llamar de la movida, cuando en estos lares sureños no parábamos en mientes ni estaba el personal desde luego para dedicar ni un solo segundo de nuestras atrevidas existencias en otra cosa que no fuera vivir a toda velocidad.
Carlos, de ilustres apellidos onubenses que irían a claudicar en su figura al apodo con el que cariñosamente se le conocía, Gandinga, transitó por aquellos tiempos con una sonrisa que no se le iba de los labios ni en las más adversas circunstancias. En una botica de la calle Las Señas, o de la Aceña, estuvo trabajando desde bien pequeño, hasta que los amigos le convencieron de que fuera de los analgésicos y las pastillas efervescentes había otro compás. Inicia entonces una travesía por las nocturnidades de una Huelva ahíta de decibelios, extendida sin solución de continuidad a la Punta Umbría donde prosperaron locales de fortuna abarloados a la orilla del mar. En aquellos garitos el tiempo solía ser apenas un instante, un tiempo que ahora y después de tantos veranos resultan ser de una nostalgia insoportable, como la poesía que nos avisaba Kundera que no consistía en deslumbrar con una idea sorprendente, sino en hacer de un instante algo inolvidable, digno de esa nostalgia insoportable que ahora se nos mete más en los adentros con la ausencia de Carlos Gandinga.
El periplo laboral de Carlos, incansable y feliz en sus ocupaciones, le llevaron tras la oscuridad de la rebotica de una farmacia, a La Comercial Andaluza, en la calle Marina, donde le llevó su entrañable amigo, también ahora ausente, Juan Hernández y donde le mantuvo luego Matías Hernández, o en el club náutico de El Rompido, con el Quino Freitas, aunque para todos quienes pudieron tener la suerte de conocerle, y de quererle, cosa fácil porque siempre fue pura idea de la bondad, el lugar natural de Carlos estuvo siempre a pie de playa, en chiringuitos playeros con rocanrol de fondo, como el que fue bautizado en su honor, Puerto Gandinga, santuario de aquella movida onubense donde igual podías encontrarte con una noche de jazz que con una actuación de los por entonces tan de moda Pedro (Reyes) y Pablo (Carbonell) o ya puestos tomarte un gin tonic con Kiko Veneno o con Silvio.
Benditos tiempos aquellos iluminados con la sonrisa del Gandinga, una suerte de Buda con hoyuelos en las mejillas y un botellín entre las manos sin tiempo a calentarse. Y ahora los recuerdos de Carlos, su persona y su manera de ser, revueltos en esa nostalgia insoportable que son pura poesía, se quedaran eternamente entre quienes le conocimos, transmitiéndose de paso por generaciones, cumpliéndose ese volver a existir, el eterno retorno del que nos hablaba Kundera y antes hubo profetizado Nietzsche, en el que todo regresa para repetirse eternamente, pero cada vez de una manera más inabarcable, hasta transformarnos en pura idea de lo infinito, que es la pura existencia de quienes, ilusos, nos creemos individuos hasta el momento en que nuestras cenizas se sumerjan suavemente en la mar, susurrándonos amorosamente al oído que somos nada más, y nada menos, que parte del Universo, de ahí que podamos alejarnos de la melancólica idea de la inutilidad de la existencia, al ser conscientes de la necesidad del eterno retorno, de esa levedad ineludible del ser que aportan pensamientos o simples sonrisas como la de Carlos Gandinga, que nos hace más placentero y gozoso el existir. Su memoria, imbricada en nuestros más hermosos pensamientos, nos hará por siempre, y ahora sí, ineludiblemente, felices y dichosos. Hasta luego, Carlos. Hasta siempre, amigo del alma, que en tu ausencia sabes que sigues, que estás aquí.