Cocinar bueno, sano y barato
Cocer cañaíllas
Abundante en los fangos de nuestro litoral, la cañaílla tiene un aspecto inocente que nos podría llevar a pensar que la criaturita es vegana, pero de eso nada
Papas con choco
Fideos con mejillones

El molusco purpurado. De hermosísima concha con seis vueltas y la última más ancha que las demás, por la que asoma el opérculo córneo, eleva hacia lo alto un canal sifonal largo y recto que es el doble de largo que el resto de la concha. Abundante en los fangos de nuestro litoral, la cañaílla (Bolinus brandaris) tiene un aspecto inocente que nos podría llevar a pensar que la criaturita es vegana, pero de comer algas, nada de nada. La cañaílla es un predador de mil pares de narices que se alimenta de coquinas, chirlas y todo bicho viviente que tenga la ocurrencia de posarse a su vera.
Cuando se excavaron las primeras piletas para la salazón de mariscos de época romana, llamó la atención algunos enormes concheros con restos de conchas de cañaillas y todas presentaban una rotura en la última vuelta, al final de la parte más ancha, en realidad en el pie de este curioso gasterópodo. Pero no era nada de extrañar, ya que de sus glándulas branquiales obtenían los romanos, y los fenicios antes incluso, y particularmente en estas costas nuestras, el tinte con el que teñían las vestiduras de mayor prestigio, la de los senadores romanos, los sacerdotes y en general toda la realeza. Se necesitaba un kilo de estas glándulas branquiales para obtener sesenta gramos de tinte, lo que explica que este producto valiese mucho más que el oro. Desde luego nuestros antepasados no perdían el tiempo en zarandajas, pues el otro producto que se exportaba desde estas costas huelvanas, era el famoso garum, en realidad sal que se aromatizaba con tripas de escómbridos, desde las caballas hasta el atún.
Hubo un tiempo en que las cañaíllas, como los ostiones, los cangrejos o los camarones, muy abundantes en todo el litoral de la costa onubense, se vendían ya cocidas y en su punto en pequeños tenderetes callejeros. Muy especialmente recordamos a Aquilino, al Rubio y otros que se dejaban caer al atardecer por la plaza Pérez Pastor de Punta Umbría. Por las calles de Huelva fue muy popular el Lepero que se ponía en la puerta del banco Santander en la calle Concepción, y del que se contaba que un paisano le pidió diez reales que le faltaban para coger el coche de Arturo Damas, y el Lepero le dijo que no podía porque tenía un convenio con el Banco Santander: él no prestaba dinero y los del banco no vendían camarones. Cada cual a sus asuntos, como debe ser.

Elaboración
Ingredientes: Cañaíllas y sal.
1. Es conveniente lavar primero las cañaíllas porque suelen traer arena pegada que luego nos la podemos encontrar en el delicioso sabor a mar de las cañaíllas. Es bien fácil, se enjuagan bajo el chorro de agua del grifo y a continuación se colocan en un bol o cacharro suficiente amplio como para que las cañaíllas queden cubiertas de agua con un poco de sal, simulando el agua del mar. Sin pasarse con la sal. A la media hora o así, las propias cañaíllas habrán expulsado la arena que pudieran tener.
2. Hay varias teorías sobre la cocción de las cañaíllas, pero mi experiencia personal me lleva a comentaros que lo mejor es colocarlas en una olla con agua ligeramente salada, a fuego medio hasta que empiece a hervir, de este modo las cañaíllas luego se podrán extraer mejor de sus conchas. En el momento que el agua empiece a hervir, y según el tamaño de las cañaíllas, las dejaremos entre siete y diez minutos.
3. Tendremos un recipiente con agua salada, más o menos una salmuera, al que añadiremos hielo. Se vuelcan las cañaíllas en esta agua helada y en cuanto cambia de temperatura el agua, que deja de estar helada y se entibia un poco. Se sacan. Sanseacabó.