Birras y claveles entre la gauche satanique

50 años de Los Cuartelillos

Cuando el padre de Juan se mudó hace medio siglo a la calle Roque Barcia no sabía que su hijo convertiría la taberna en una referencia entre los locales de ocio y restauración de la ciudad

Hoy aún lo puedes ver por allí, pero ya fuera de la barra, igual con un ramillete de clavellinas que tiene su historia

Juan el de 'Los Cuartelillos' y un homenaje inolvidable: «Me hicieron sentir la persona más afortunada y más rica del mundo en amistades»

Estos son los míticos bares galardonados este año en los Premios a la Hostelería de Huelva

Juan en la puerta de su establecimiento B.r.

Bernardo Romero

Aún conserva Los Cuartelillos cierto aroma a izquierdas de las de antes, de una izquierda alejada de los despachos, de los cargos públicos, y del Chanel. Aquí se reunía en los tiempos finales de la Oprobiosa el personal de izquierdas que ya no se escondía. Gente del barrio primero y luego desde todo lugar, porque trocó a destino dichoso de una peregrinación que concluía con los conceptos fundamentales del materialismo histórico o con el origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Si la cosa se ponía trascendente se llegaba a la cuádruple raíz del principio de razón suficiente o te perdías por los caminos de Swan para desembocar en la Internacional Situacionista. Pero todo aquello se perdió tras una Transición que fue ocupada pronto por la izquierda profesional que, curiosamente, ahora disfruta, en realidad lo ha hecho siempre, del poder. Igual son los mismos. Los Cuartelillos, a todo esto y en todo caso, sigue.

El padre de Juan, cuya sonrisa aún permanece en la taberna, empezó en un pequeño local al final del Matadero, para mudarse hace ahora cincuenta años a la calle Roque Barcia y sin saber que Juan, un jovencito igual de alegre que su padre, iba a llevar la

Queda poco de esta taberna en la que hace medio siglo se confundían teatreros, pintores, poetas y un rojerío en general que ya peina canas

taberna, solo con altramuces y papas aliñás, a ser toda una referencia entre los locales de ocio y restauración de la ciudad. Hoy es más bar que taberna y tienen una pizarra tremenda en la que te pierdes entre mil sugerencias, pero siempre con el recurso de pedir eso, papas aliñás. Queda poco de esta taberna en la que hace medio siglo se confundían teatreros, pintores, poetas y un rojerío en general que ya peina canas, entiéndase aquel al que le queda pelo o el irredento que no ha caído en el nihilismo más absoluto y respirable. Juan vive arriba, y consecuentemente lo puedes ver por allí, pero ya fuera de la barra, igual con un ramillete de clavellinas que tiene su historia.

Claveles sólo para las clientas B.R.

De muy jovencito, currando junto a su padre, veía a un señor mayor pasar los martes por la calle con un carro lleno de flores. Juan lo paraba para comprarle claveles y rosas a su madre, que gustaba de tener esos colores y esos perfumes en su casa. Un día además de las flores para su madre le dio a Juan por comprar un ramo de clavellinas y a todas las clientas que llegaban le regalaba su sonrisa y un clavel. A los tíos, no. Y mira que se lo rogué más de una vez, pero lo único que conseguí fue conocer las indicaciones precisas del camino a la gran puñeta.

Cincuenta años en la calle Roque Barcia, frente al Barrio Obrero, sobre cuyo murete se alineaban miles de botellines en tiempos de menos tráfico y menos posibles. Antes estuvo en el Mataero, desde 1957, el año en el que un señor de Bonares, de rostro siempre alegre y buena gente, se empeñó en vender medias limetas de vino de su pueblo, como tantas otras tabernas de bonariegos, tantas que se haría eterno andar anotándolas y más de una se quedaría en el cartucho de tinta. Medio siglo y ahora Juan el de los Cuartelillos, amigo de media Huelva porque la otra media no lo conoce, ha salido de la barra para no perderse ni una exposición ni una presentación de un libro ni nada de tantas cosas de las que escuchaba hablar en su taberna, pero a

Un bar como otro cualquiera, en el que si no entras no te enteras de nada, ni de su historia ni del acento de sus gentes

las que no podía asistir. Propietario, camarero y relaciones públicas, todo a un tiempo, mucho esfuerzo y mucho trabajo fue necesario para hacer que todo el que llegara a Huelva, aún hoy, traiga como referencia a Los Cuartelillos, un bar como otro cualquiera, en el que si no entras no te enteras de nada, ni de su historia ni del acento de sus gentes. Una taberna a la que como liturgia necesaria acudo periódicamente para encontrarme con los amigos que ya no están pero que allí dejaron al menos las sombras que en nosotros proyectaron, un botellín en cuyos reflejos ambarinos quedaron para siempre aquellos que fueron tan buenos años, cuando fuimos dichosamente jóvenes y necesariamente rojos.

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