Cabezos

Se ama lo que se conoce, lo que se entiende y en consecuencia se puede disfrutar. Con los cabezos ocurre justamente eso, que uno no puede amar la tierra que han caracterizado estas elevaciones sobre las que en un primer momento se emplazó la ciudad.

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Porque los cabezos han sido la vida y el sustento de Huelva y de los onubenses desde tiempo inmemorial. Sobre ellos se cultivó desde que el hombre descubrió que podía afanarse sobre la tierra. Los campos de cultivo neolíticos, los fondos de cabaña y los importantes restos de la Edad de los Metales que se han extraído en la ciudad de Huelva, pueden dar una idea de cómo el hombre, a lo largo de los siglos, ha sido capaz de dominar el hermoso paisaje que lo sustentaba, e incluso se aventuró a acercarse precavido al proceloso mar que bajo esas elevaciones rompía sus olas contra la sucesión de escarpes margosos que los cabezos son.

También desde los cabezos llegó el agua que sació la sed de la importante villa romana que Onuba fue, del importante puerto estuario desde el que se enviaba a la capital imperial el oro y la plata, el cobre también, que se extraía en la cercana faja pirítica. La ciudad empezaba en esos siglos en que nos hicimos ciudadanos romanos, a bajar de los cabezos y a dominar los esteros y los caños, la marisma que circundaba una ciudad elevada entre ríos. Y así continuó durante muchos siglos, dulcemente acunada por sus cabezos, horadados de viviendas y de grietas, cultivados en las hoyas donde se había consolidado algún suelo, cambiantes de color según la humedad y la declinación del sol, de los meses y de los días. Así siguió viviendo la ciudad, sobre sus cabezos y bajo su protección. Ahora, tantísimos siglos después de que el hombre se asentara en la que es arqueológicamente hablando la ciudad más antigua de la península Ibérica, quienes desconocen su historia, recién llegados y harto crueles con lo que lejos de amar, desprecian, han decidido acabar con el perfil y la razón de ser de la ciudad.

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Ya atacaron sin piedad a la ciudad que les acogió en otras ocasiones. Mandaron derribar dos hermosos edificios barrocos, uno en la calle que en otros tiempos llevaba al puerto y otro en la de la fuente, los palacios de los Trianes y los Garrocho, como antes destrozaron el muelle embarcadero de la compañía Riotinto simplemente para que pudiera pasar una turbina con destino a las fábricas que fueron y siguen siendo la pesadilla de esta ciudad. Alicataron por las buenas el cabezo de la Horca, separándolo desde entonces de la vida y hasta de la historia de la ciudad. Permitieron que se perpetuara una industria altamente contaminante justo al costado de la ciudad, cegando la hermosa vista de su ría, que en Huelva es mirar al mar. Permitieron que se acumularan depósitos tóxicos en las marismas del río Tinto, los malditos fosfoyesos. Y ahora le toca el turno a los cabezos. Son la última obsesión de quienes no conocen ni la historia ni el discurrir de los días de esta ciudad. Sitiarlos con cemento, ocultarlos y separarlos de nuestras vidas, darlos en almoneda a la especulación más bárbara y cruel.

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Puede que esta sea la última agresión de estas gentes que han hecho profesión del gobierno de la ciudad. Huelva está cambiando, ahora se asienta y sus hijos la conocen y por lo tanto la aman. Tanto desprecio por la ciudad, tiene sus días contados. Huelva, pese a las tropelías que sufre y ha estado sufriendo en unos tiempos que nunca deberemos olvidar, resurge. Cambia al socaire de nuevas generaciones de onubenses que la quieren porque la conocen, que es la mejor manera de amar.

Taparán los cabezos como derribaron las huellas del barroco o instalaron una industria química, que ahora huye, pegada a la ciudad, ocultando su salida al río Odiel, que es a la mar. Tal como convirtieron el río Tinto en un lodazal cancerígeno o cercenaron de raíz las posibilidades de desarrollo, de progreso y bienestar con la instalación de un polo químico que ha sido el causante directo de que otras industrias y otros sectores no se hayan podido asentar en esta ciudad. Las cifras de paro o el hecho de que Huelva sea la capital de provincia española con la renta media per capita más baja, son una clara demostración de que el Polo Químico y Básico ha sido el tapón de nuestro desarrollo, el descalabro de nuestra economía.

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Continuarán todavía estos dirigentes, extraños a la ciudad, con su lento proceso de destrucción, pero Huelva resurgirá. La ciudad, como ave fénix, resurgirá de estas cenizas de fósforo y de cal. Y no resta demasiado porque las nuevas generaciones de onubenses, criadas en una ciudad ya asentada firmemente entre sus dos ríos, sobre sus cabezos o a sus amables sombras, no lo van a permitir. Huelva, quieran sus enemigos que ahora la gobiernan, o no, está pronta a estar en otras manos, en las de gentes que la han observado y saben que puede ser una muy hermosa ciudad, jóvenes que la quieren porque la conocen y, en consecuencia, la pueden amar. Los tiempos, van a cambiar.

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