gente de aquí
César Corpa, del teatro a la pintura: «Huelva era un páramo al que bastaba muy poca agua para que floreciera»
El maestro que llegó de Cuenca para agitar la vida cultural onubense, a sus casi ochenta años, repasa una trayectoria en la que ha transitado por el teatro, la fotografía, la pintura o la literatura sin perder nunca la curiosidad ni la pasión por crear
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Onubense de Barajas de Melo, en la provincia de Cuenca, César Corpa llega a Huelva justo en 1970 para ejercer de preceptor en el Colegio Menor, un colegio similar al que en Cuenca capital le había dado la oportunidad de estudiar Magisterio y ponerse en contacto con una oferta cultural en aquellos años normalmente recortada y en precario. Tras pasar por Oviedo, Huelva fue el destino elegido por un joven maestro ávido de poner en marcha proyectos como los que antes había podido disfrutar y realizar en su etapa de formación. Era un destino nuevo pero la misma ilusión de siempre, y no se para en mientes al hacerse cargo de las actividades culturales que se desarrollaban entonces en esta que vendría a ser su tierra, un destino del que ya nunca ha querido alejarse, salvo para las visitas que periódicamente hace a su pueblo conquense, a su tierra chica, la que ha estudiado desde esta lejanía rosa que cantara el poeta de Moguer.
Hasta cuatro destinos le fueron a ofrecer en unos tiempos escasos en licenciados y en los que un maestro valía un potosí. De entre estos destinos eligió Huelva por dos razones, porque siempre le había atraído Andalucía, una región que no conocía, y porque el nombre de la ciudad le sonaba a mar. De modo que marcó en la solicitud el nombre de una ciudad que entonces no sabía aún que acabaría siendo su ciudad, el lugar en el que ha echado fecundas raíces. Del mismo Huelva son sus hijos y sus nietos, de una tierra en la que se desenvolvió con lucidez y pocos medios, justos los imprescindibles para poner en marcha distintos proyectos culturales desde el Colegio Menor Santa María de La Rábida, en la calle Marchena Colombo, hoy albergue juvenil de la Junta y entonces la única oportunidad que tenían muchos jóvenes de la provincia de acceder a unos estudios de Bachillerato que les posibilitaran realizar estudios superiores.
- Un camino complicado el de un joven procedente de un pueblo alejado de la capital, del único instituto de Cuenca.
- Noventa kilómetros de aquellas carreteras y aquella escasez de transporte público en los años cincuenta. Sí, demasiado lejos. Pero siempre hay un camino. El mío fue estudiar con el maestro de mi pueblo hasta que me fue posible. Me preparó para el examen de ingreso en Bachillerato, y debió hacerlo muy bien porque saqué notas sobresalientes. Tenía diez años y me quedé aún un año más en el pueblo preparando por libre el primer curso de lo que entonces era el Bachillerato Elemental, que aprobé también como el anterior, debiendo realizar los oportunos exámenes en la capital de la provincia, donde estaba el único instituto de la provincia. Era exactamente lo que ocurría también en Huelva, donde solo había un instituto, el Rábida.

- Tu familia y las buenas notas decidieron que debías continuar tus estudios en la capital.
Así es. La opción era acudir interno al Colegio Menor de Cuenca y allí estuve cinco años para terminar el bachillerato y comenzar Magisterio, que entonces se podía empezar con apenas catorce años. Bastaba con tener aprobado el Bachillerato Elemental y aprobar el examen de Reválida, de modo que me pude matricular en Magisterio al tiempo que seguía con el Bachiller Superior. Al término de esta etapa me aconsejan que realizara estudios de Ciencias, pero las Letras, a estas alturas, me habían atrapado. De manera que decido terminar Magisterio y hacer oposiciones que consigo sacar adelante. Acepto continuar de educador en el Colegio Menor de Cuenca, con objeto de poder matricularme al mismo tiempo en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia.
- Muy lejos. Desde luego tenías un problema con las distancias.
Más o menos. Pero las distancias no me detienen. Queda una plaza vacante en el Colegio Menor de Oviedo, y allí hay Universidad, de modo que al curso siguiente empaqué todos mis bártulos y me fui al Principado de Asturias. Continúo con el trabajo de Educador que puedo compaginar con una Universidad que a finales de los sesenta era un auténtico hervidero, pero con la tapadera puesta. Apenas dábamos clase por las tardes en los distintos seminarios que mantenían abiertos los profesores. Fue algo frustrante la experiencia, de modo que regreso a Cuenca donde consigo plaza de maestro en un centro escolar de la capital, pero entré en quinta y ya sabes lo que eso significaba.
- Servicio militar obligatorio.
Exacto. Con la escasez de maestros que había en España y me llevan de instrucción. Tan es así que cuando me faltan cuatro meses para licenciarme ya tengo cuatro ofertas de trabajo, y hasta unos sacerdotes salesianos habían ido a buscarme a casa para ofrecerme trabajo en uno de sus centros. Fíjate cómo era la escasez de docentes en esos años. El maestro no buscaba sino que era buscado. Pero me decido por un puesto de preceptor en uno de los colegios menores que me ofrecieron, cuatro en distintas regiones de España y entre ellos el de Huelva. No lo dudé. Andalucía, el mar…

- Pero estás a punto de no poder consolidar la plaza.
- Sí, porque anuncié que no podría incorporarme hasta finales del primer trimestre, cuando me licenciaran. Alguien debió mover papeles o usar el sentido común, porque me dieron un permiso indefinido en el cuartel y pude incorporarme al Colegio Menor de Huelva. Nunca supe cómo se produjo aquel hecho, pero el caso es que pude continuar mi carrera docente.
- Pues por lo que me han contado, llegaste con las pilas puestas.
Cuando llego lo primero que hago es montar un grupo de teatro. Ya traía experiencia acumulada de Oviedo y por supuesto de Cuenca, donde pude armar algunas piezas teatrales. Al principio hice un montaje sobre la poesía de Becquer, porque los alumnos estaban trabajando en clase de Literatura sobre este autor. Pude organizar con algunos alumnos del Colegio Menor una somera puesta en escena de algunos de sus poemas y hacer un recital poético. Funcionó bastante bien, pero lo más importante es la aceptación que tuvo aquel primer paso entre los alumnos, de ahí que me lanzara a montar un pequeño grupo de teatro.
- Y algo más.
También puse en marcha un cine club y un taller de fotografía. Me hice con un proyector y hasta con una cámara de super 8, y consigo películas del catálogo de San Pablo Films, en Sevilla, y también de aquí de Huelva gracias a José Luis Ruiz, que por entonces ya dirigía el cine club Huelva. Me pasó hasta 'El acorazado Potemkin', que estaba absolutamente prohibida, tanto que apenas se conocía, con lo que la pudimos proyectar en el Colegio Menor y charlar no solo del genio del montaje cinematográfico que fue S. M. Eisenstein, y de sus películas, también pudimos admirar el cine de Luis Buñuel, sobre todo lo que había rodado en su exilio mejicano, o el también comprometido cine de Juan Antonio Bardem. Ya con la llegada de la democracia todo aquello tomó otro cariz muy diferente. De hecho, me ofrecieron poner en marcha un taller de fotografía dentro del Plan de Dinamización Cultural que se organizó desde el primer ayuntamiento democrático. Para ello
«José Luis Ruiz me pasó hasta 'El acorazado Potemkin', que estaba absolutamente prohibida, por lo que pudimos proyectarla en el Colegio Menor, al igual que el cine de Luis Buñuel o el de Juan Antonio Bardem»
aproveché el buen trabajo que realizamos en el taller de fotografía que había puesto en marcha en el Colegio Menor y me permitieron volver a ponerlo en marcha para colaborar con el taller municipal. Fue un tiempo precioso y no parábamos. Hacíamos fotografía y también cine. En el caso de la fotografía pudimos contar con Pedro Rodríguez, que aportó su experiencia profesional y fue un colaborador notabilísimo en los resultados que obtuvimos. Y en lo que respecta al cine, hicimos el ciclo completo, desde escribir los guiones hasta realizar las tomas y hacer el montaje final. Toda una aventura que llegó a Juvenalia, el encuentro cultural para los más jóvenes que se organizaba en Madrid. Esto fue posible a José Antonio Marín Rite, entonces alcalde de Huelva, que se puso en contacto con Enrique Tierno Galván, su homónimo en la capital del reino. Llevamos la película que resultó ganadora en una sección juvenil que José Luis Ruiz nos permitió llevar a cabo en el contexto del Festival Iberoamericano, en las primeras ediciones. Los actores, técnicos y realizadores, todos onubenses en edad escolar, fueron invitados a Madrid para presentar la película y no se creían lo que estaban viviendo. Nos trataron como auténticos artistas. Fue una experiencia que no creo que ninguno haya podido olvidar.



- Desde luego en el Colegio Menor tuviste una enorme cantera.
Por supuesto, pero más que en el colegio, en Huelva en general. En el Colegio Menor teníamos medios, pocos, pero algunos, y lo que no teníamos lo buscábamos. En cuanto a gente con inquietudes, las había y sobradamente preparadas e interesadas en hacer cosas. Huelva entonces era un páramo al que bastaba poca agua para que floreciera. Me traje a José María Rodríguez, el escritor, que estudiaba Magisterio en Huelva y estaba alojado en casa de unos tíos. Le ofrecimos alojamiento y se incorporó al grupo de teatro, que fue lo primero que hice nada más llegar a Huelva. También contacté con Antonio Ángel Ligero, que puso en marcha una agrupación de música folk, desde luego magnífica y hasta hoy con un estado de salud excelente y no es otra que la Coral Santa María de la Rábida. En este grupo musical se pudo incorporar otro fichaje estrella, Rafael Castizo que fue además un fenomenal jugador de balonmano como es sabido, pero también un notable cantante que pasó a formar parte del grupo musical que ensayaba en el Colegio Menor.
- Estamos hablando de Jarcha.
- En efecto. Y al grupo se incorporó mi hermano Ángel Corpa, al que convencí para que se viniera a Huelva. Él había realizado un curso de Educador y se vino a ocupar ese puesto en el Colegio Menor. Después se integrarían Maribel Quiñones, la tan conocida Martirio, o Crisanto, Maribel Martín, Gabriel Travé, Lola Bon… y después otros como Juanjo Oña, Inés Romero, Pepe Bulerías, Toñi García, Rosa María Salas, Rosa Soler, Beachu, José Luis Jerez Manfredi, o Pepe Roca, que ya tenía un reconocimiento y un nombre en la música española. Esto fue el buen caminar de Jarcha en definitiva.
- Tú no cantabas, pero algo tuviste que ver.
- Le puse el nombre. Lo de Jarcha fue cosa mía, pero para cantar ya estaban otros y
«Teníamos pocos medios y lo que no teníamos lo buscábamos. En cuanto a gente con inquietudes, las había y sobradamente preparadas e interesadas en hacer cosas»
muy buenos que eran y que son, como la historia musical española popular conoce sobradamente. Quién no ha tarareado eso de 'Libertad sin ira' o 'La copla que está en mi boca'.
- El teatro de Samuel Beckett, Antígona, Lorca… Tú sigues a lo tuyo, el teatro
- Por supuesto, zapatero a tus zapatos. Además apostando por autores que antes de la democracia era complicado trabajar con sus textos, pero de una manera u otra sorteábamos la censura y logramos poner en escena todas esas obras que se querían ver, pero que no siempre se podía.
- Nada más llegar a Huelva, los textos de Becquer, y acto seguido el Oratorio de Alfonso Jiménez Romero, una obra muy reciente que antes había llevado a Madrid el Teatro Lebrijano.
- Así es, y poco conocido entonces a pesar de ser uno de los dramaturgos más importantes de Andalucía. Pusimos en escena Oratorio en 1971, una protesta formal contra el Régimen del general Franco disfrazada de tragedia griega y con un acento muy flamenco. Y no nos paramos ahí, aquello empezaba a funcionar y hasta nombre le pusimos, Teatro La Garrocha.
- Un hito en la escena onubense al que Manuel de la Torre Espinosa le dedicó un libro con motivo de los cincuenta años de su fundación, una edición de la Diputación de hace tres años, creo recordar.
- Tuvimos un nombre, que con toda modestia tengo que reconocer que, en efecto, fue un hito. Después vinieron otros grupos a dar lustre a la escena onubense: Tekantor, La Breva y por supuesto el Teatro de las Marismas. Cuando dejé el teatro para dedicarme a la fotografía y a la pintura, Juanjo Oña me preguntó si podía seguir utilizando el nombre de La Garrocha, y por supuesto que podía, porque fue su magnífica continuación. Con Oratorio salimos de Huelva, donde llegamos a representarlo en la plaza de San Pedro. Fueron unos años muy fructíferos y con un repertorio muy variado. De Lorca hicimos Llanto y posteriormente La casa de Bernarda Alba, de la que tengo un recuerdo muy grato y una anécdota que contarte. Resulta que el papel de Bernarda lo hacía una chica que se trasladó a Barcelona, quedándonos sin protagonista de un día para otro. Recordé que Ismael Merlo había representado este papel y con mucho éxito en Madrid, de modo que no tuve otra ocurrencia que pedirle a Juanjo Oña que se metiera en el papel de Bernarda, y lo hizo. Magníficamente bien, además. Sin barba, como te puedes imaginar.

- Estabais sacando los pies del tiesto y antes de lo de Bernarda Alba, de Las Troyanas o Antígona, te fueron a llamar la atención sobre lo que estabas haciendo.
- Eso fue en el 72, un año en el que La Garrocha tuvo un repertorio amplio. Teníamos muchas obras montadas, pero fue al Colegio Menor el delegado de Cultura, un falangista de pro, en teoría para felicitarnos por el buen trabajo que estábamos realizando, pero el hombre venía con la intención de llamarnos la atención sobre los autores cuyas obras representábamos. Me dijo que si teníamos ese repertorio por qué razón no montábamos una obra sobre José Antonio, que también era un personaje importante. Así que me puse manos a la obra y lo que salió no gustó demasiado. O al revés, gustó demasiado pero según a quién. Lo que hice fue fundamentarme en el perfil obrerista de Falange y resaltar ese espíritu de José Antonio; me centré en el hombre, no tanto en su ideología. El resultado fue 'José Antonio, el hombre', una pieza que se fue a representar en un encuentro nacional de teatro al que asistieron muchos prebostes del anterior régimen. Según pude saber mucho después, a algún sector de Falange, a los que disfrutaban del poder, como suele siempre ocurrir, no le gustó en absoluto la pieza y la obra se dejó inmediatamente de representar.
- Eso te debió traer complicaciones.
- Y también un afortunado cambio de timón en mi carrera profesional. Date cuenta que entonces era preceptor del Colegio Menor, es decir, que lo normal es que el paso siguiente debería ser el acceder a la dirección del centro, pero la dicha pieza teatral me cerró el paso. Lo de ser director pasó a ser improcedente, de modo que me reintegré en la docencia, y además pude seguir en Huelva. Las cosas de la vida, el colegio en el que conseguí plaza llevaba el nombre de José Antonio, el actual Juvenal de Vega, donde he tenido la suerte y la dicha de estar hasta mi jubilación.

- El buey que te corneó a buena era te echó. O eso dice el refrán.
- Así es. En aquel colegio he pasado felizmente media vida. Al empezar mi nuevo periplo docente tuve que dejar La Garrocha, y fue entonces cuando la continuó Juanjo Oña, aunque cada vez que me llamaban ahí estaba yo para lo que hiciera falta. Colaboré con el antiguo Colegio Menor Femenino, y con el Instituto Rábida, donde también se había formado un grupo de teatro… y ya con la llegada de la democracia de donde me llaman es desde el Ayuntamiento, donde se puso en marcha el proyecto de dinamización cultural del que te hablaba. Allí me ofrecieron el taller de fotografía y cine. La entonces concejala de Cultura, Oliva Tornero, se llevó a Juanjo Oña de técnico y él se supo rodear de gente muy metida en actividades culturales. Juan Manuel Seisdedos se hizo cargo de la sección de pintura, o Félix Morales de la literaria.
- Después de La Garrocha das un giro entonces a las artes plásticas.
- Primero estuve muy metido en el mundo de la fotografía, participé en algunos certámenes y logré algunos premios, incluso en concursos de ámbito nacional. De la fotografía a la pintura solo tuve que dar un pequeño paso. Era jugar con las formas, llevar al papel fotográfico o al lienzo formas y ritmos cromáticos que movieran los sentimientos. Empecé a formarme y a pintar en los noventa, y de pronto me vi con una producción no diré importante, pero sí abultada, por lo que los amigos me animaron a exponer. Y así lo hice.
- ¿Cómo fue ese paso del cuarto de revelado al acrílico sobre el lienzo?
- Muy fácil. Para mí no fue ningún problema, es tratar la imagen, capturarla con el objetivo o con el pincel. Pero sí que hubo un momento en el que me atrae indagar en la pintura, en las técnicas y en el tratamiento de las formas o las gamas cromáticas. Fue la puesta en marcha del Museo de Arte Contemporáneo de Cuenca la que me mostró un camino muy atractivo. Allí me encontré con la pintura del canario César Manrique, que había experimentado con quemar la pintura y obtuvo unos resultados interesantes.
- Como Guevara, el onubense que inicio esa técnica según todas las enciclopedias de arte.
- Efectivamente. Y ya no he parado de pintar, hasta la fecha, aunque el tiempo ahora me lo quita la literatura.

- Le das a todos los palos. Cuando llegas a Huelva organizas grupos no sólo de teatro, sino corales, grupos folk, cineclub…
- Sí, y en eso sigo. Indagar, conocer… esa es la cuestión. De hecho, el libro con el que inicié este periplo literario, aunque antes ya había escrito teatro o hecho adaptaciones de obras clásicas, fue una recuperación de la riqueza etnográfica de mi pueblo.
- Vuelves siempre que puedes a Barajas de Melo.
- Claro, es mi tierra chica. Todos los onubenses tenemos una tierra chica. Esta ciudad siempre ha tenido mucho movimiento demográfico. Es como una seña de identidad onubense. Pero en esta ocasión regreso al pueblo recién jubilado para cuidar de mi madre, ya muy anciana. En esos días me sentaba a la fresca en la puerta de casa con algunos vecinos, ya mayores, que me contaban cosas del pueblo, antiguas costumbres, leyendas… de todo. Así que tuve la idea de grabar todo aquello, pasando de las reuniones informales a las más o menos programadas. Por las tardes me daba una vuelta por el pueblo y recogía a algunos viejos del lugar, nos íbamos a casa de mi madre y les colocaba una grabadora en el centro de la mesa. Así pude hacer el primero de los tomos que llevan el nombre del pueblo, Barajas de Melo, en el lomo y en la portada.
- Aquello debió resultar bastante bien, siempre se necesita conocer y reconocer el sitio en el que vives.
- Por supuesto, la edición fue un éxito total. Fue una autoedición y la hice en una imprenta de Tarancón. Se vendió rápidamente gracias al boca a boca, en puntos de venta improvisados, un kiosco, un bar o donde fuera. No cesaron los pedidos, pero lo más importante fue la reacción de los vecinos del pueblo, que me empezaron a hacer llegar historias y, sobre todo material gráfico, de modo que saqué un segundo volumen que, como el primero, fue un éxito de ventas. Local, claro está.
- Y ahora te veo delante de la pantalla del ordenador, tecleando sin parar.
- Resulta que de todas aquellas historias que me estuvieron relatando, muchas se remontaban a los tiempos de la República, que en Barajas de Melo duró nueve años, desde su proclamación en el 31 hasta que pasó el ejército de Franco camino de Valencia en el 39. De aquella gente mayor pude grabar afortunadamente muchas horas también sobre estos años, y es a lo que le estoy dando forma ahora, a los muchos años republicanos, y lo tengo que hacer porque ya no queda nadie que recuerde aquellos tiempos; date cuenta de que ha pasado casi un siglo desde la proclamación de la II República. Es una manera de guardar la memoria de aquellos viejos del lugar que tanto me hicieron disfrutar con sus historias y sus curiosos relatos.
En el ordenador César Corpa tiene abiertas varias carpetas, son un par de novelas al tiempo que continúa con esta relación de los años republicanos de Barajas de Melo. Dejo al polifacético onubense de Cuenca en su refugio de la plaza Houston, en esta su Huelva que le acogió hace más de medio siglo, y donde ha echado raíces, y bien fecundas, por cierto. El sol poniente contra los ventanales que dan a la plaza se reflejan en la pared del salón, donde cuelgan algunos de sus cuadros, su teoría de las formas y el color que tendrán que esperar a que se calle un incansable teclado, como él, que me despide con un aserto de Saramago, aquel de que la edad te hace libre y la libertad más radical cada día. Bajo en el ascensor con esas palabras y con un par de zarajos en la mochila, regalo de este onubense que no olvida su tierra de Cuenca, ni sus costumbres, sus historias o sus leyendas, y por supuesto su sabor.