Vuelta al cole

Tirando de sentido comúnlo normal sería que no se regresará a las aulas hasta que haya unas garantías mínimas de que esta concentración de personas no facilite la propagación de la pandemia.

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Esto podría afectar a un número considerable de personas, no sólo a alumnos y profesores o personal no docente, sino a sus familiares, como está harto probado y comprobado. Evitar un nuevo colapso de los hospitales debería ser la aspiración lógica y máxima de las autoridades sanitarias. Esto sería lo normal, pero ya sabemos que la normalidad es rara cuando hay por medio políticos, que salvo excepciones y lamentablemente suele ser gente poco formada, sin experiencia laboral las más de las veces y dependiente de los sillones a los que se atornillan como pueden ycomo cuestión de supervivencia. Un desastre.

Iniciar el curso escolar con unos meses de retraso no debería suponer ningún trauma para nadie, ni sería una generación perdida, como algún iluminado milenarista va pregonando por ahí. Este posponer apenas unos meses el inicio del curso sería factible si se suprimieran todas esas asignaturas de relleno que posibilitan que las clases duren toda la mañana para que colegios e institutos cumplan una función para la que no deberían servir pero que es la más usada y solicitada, la función guardería. Evitando las religiones, que en centros docentes donde se supone que hay que ofrecer a los alumnos la posibilidad de conocer y dominar métodos científicos, no deja de ser un contradiós; u otras asignaturas que son un auténtico insulto para un docente que se precie, como esos valores éticos que si se deben ofrecer a los alumnos es debido a que el profesorado carece de esos valores o simplemente pasa olímpicamente de trasladarlos a sus alumnos, sea cual sea su especialidad. Hay margen entonces para retrasar solo unos meses el inicio escolar y hacerlo con las debidas garantías. Menos asignaturas y sobre todo más clases no presenciales, avanzando de paso en el dominio de las nuevas tecnologías, esas que deberán tener los alumnos si quieren ser visibles en un muy próximo futuro mercado laboral. De esta manera el curso podría empezar en enero y acabar en agosto del próximo año. Si hay que ir en julio a clase, pues se va y ya está, y si tienes calor pues te llevas un abanico a clase. Tampoco podemos estar supeditados a que los hoteleros, que parecen ser el centro del mundo y de sus circunstancias, sean quienes dicten la manera de actuar de toda la sociedad. La salud, debería prevalecer, aunque fuese algo, un poco al menos. Digo yo.

Me podrán argumentar que igual en enero la pandemia sigue igual, pero ahí les respondo con absoluta rotundidad que no. El virus no es igual hoy que hace cuatro meses y no será igual dentro de otros cuatro. Y ahora les voy a explicar por qué. Darwinismo puro. Verán. Los virus más letales acaban con el huésped que les alberga, el enfermo contagiado, causándole, como desgraciadamente es sabido, la muerte. Esos virus más letales desaparecen por lo tanto con el enfermo, pues sin células en las que habitar, los virus no son nada y un fallecido que se sepa no respira, luego no trasmite esos virus que en su sistema celular se han reproducido. Sobreviven aquellos virus menos letales, los que te causan una pequeña gripe o ni eso siquiera. Estos son los que se pueden reproducir sin riesgo de acabar con el huésped y desaparecer en el intento. De ahí que este virus sea el que prevalezca, el más débil, y como ha ocurrido con todos los virus a lo largo de la historia, la epidemia va cediendo en lo que a letalidad se refiere. Y además estarán las vacunas, muchas de las cuales se anuncian ya para primeros de año. Pero hay otra razón más poderosa y evidente que la opinión de la comunidad científica sobre la menor letalidad del virus hoy que ayer. Os la cuento y acabo.

La clase política está feliz y contenta, anda de vacaciones y no se le ve demasiado preocupada con la pandemia de las mascarillas. Algo esconden. Se les ve ya a la greña, tomando posiciones para aparecer mejor en las encuestas de opinión, excepto la del Tezanos, claro, porque esa tiene dueño. Hasta se anuncian ya huelgas con un evidente trasfondo político, o se les ve a cada uno por su lado diseñando estrategias para que su vuelta al colegio resulte ganadora. Anda la clase política diseñando todo tipo y condición de maneras de regresar a las aulas exceptuando la más lógica pero también la más cara, la reducción de la ratio, es decir, que en lugar de tener a treinta alumnos en clase, tengas quince, algo absolutamente imposible por razones no ya de presupuesto sino de puro espacio, aunque sobre esto también podríamos hablar largo y tendido, pues el primer ciclo de secundaria, en el caso de los institutos, podrían dar clase por la mañana y cuarto de la ESO, bachillerato y ciclos por las tardes, pero no les quiero cansar más y eso sería otro tema a tratar y peliagudo además porque tendría en contra a la mayor parte de los alumnos, de los padres de los alumnos y de la administración.

Sólo quería trasladarles un mensaje de optimismo y, espero que coincidan conmigo, también de sentido común. La vuelta al cole es posible, un poco más tarde y ya está. El mundo, con toda seguridad, seguirá dando vueltas por el Universo, alrededor del Sol y entorno a sí mismo, como buscándose el ombligo. Pues eso, que si Gardel ya nos anunciaba que veinte años no son nada, ya me dirán lo que van a suponer un par de meses o tres. Sed buenos.

Bernardo Romero, periodista y escritor, es funcionario de carrera y lleva veinte años dando clases en un instituto. 

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