El sexismo no es un juego de niños

En estas semanas, mientras todos los niños disfrutan de las vacaciones, los juguetes están de exámenes. La Navidad somete a sus futuros muñecos a particulares oposiciones de Educación para la Ciudadanía y se impone una criba para determinar su aptitud como compañeros de juegos de los más pequeños.

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La obsesión por evitar rodear a nuestros pequeños de nefastas influencias a pilas incita a someter a pruebas de viabilidad pedagógica a seres inertes, cuando quienes cateamos somos los que moldeamos a estas criaturas a nuestra imagen y semejanza. Tras crear el monstruo, ahora nos apresuramos a destruirlo o anular los poderes que se le asignaron.  

Muchas voces se alzan en estas fechas advirtiendo del peligro que suponen ciertos juegos para la salud social de la mente de los pueriles protagonistas del periodo navideño. La cuestión es, ¿se dirigen los esfuerzos hacia la matriz del asunto? La psicosis censora suele imponerse al sentido común.

Los niños son esponjas que absorben sin cesar y su espíritu crítico y capacidad para discernir tienen en esas fases de crecimiento personal la misma consistencia que la fontanela de un recién nacido.  Eso es indiscutible. Su personalidad es una fina capa permeable, vulnerable tanto a un ‘chirimiri’ perceptivo como a un monzón de estímulos. El paraguas parental es indispensable para proteger de chaparrones culturales nocivos a las zonas más inundables del intelecto infantil. Aunque existe un riesgo muy habitual al desmadrarse ese celo protector.

El resultado es que el propio ‘repeledor’ de influencias nocivas aísla al niño obstaculizando la entrada de los rayos del raciocinio y la madurez, dos conceptos que se materializan en la interacción directa con su entorno, un factor necesario para el apuntalamiento de la aduana identitaria.  

Un padre puede prohibir un juego o vetar su uso por considerarlo pernicioso, pero su hijo jamás comprenderá el motivo y lo convertirá en un tabú sin moraleja. Esa tajante decisión no erradicará de su carácter la conducta asociada al juguete, solo generará un repudio aprehendido sin fundamento racional, de modo que cuando se manifieste con otro rostro u otro disfraz será incapaz de identificar aquello que lo convierte en reprobable. No se trata de observar los prejuicios y los estereotipos desde las trincheras, sino de mirarlos cara a cara en el campo de batalla y batirse con ellos.    

La clave es desmitificar. Un niño se formará y vivirá rodeado de iconos que representan a un referente articulado arbitrariamente, muchos de ellos discriminatorios e injustos, es una consecuencia inherente de pertenecer a un grupo y vivir en sociedad. Los juguetes son únicamente una mínima muestra de ese imaginario colectivo asumido que reproduce estructuras de poder y dominación. Sin embargo, es un error poner en  cuarentena toda simbología dañina y evitar cualquier contacto, es mucho más efectivo inmunizar a los niños y enseñarles protocolos de actuación para no contagiarse de sus efectos negativos. Si se levanta una burbuja a su alrededor, crecerá libre de enfermedades y patologías sociales hasta que la cápsula se quiebre y se adentre en el mundo exterior. A partir de ese instante será vulnerable en su edad adulta y carecerá de los medios de prevención y automatismos básicos, optando por recurrir a la mimesis simplista y reduccionista.

Es necesario educar, transmitir e inculcar conductas que reduzcan las distancias en las dicotomías existentes entre razas, religión, sexo, etc. Un pedazo inanimado de plástico de diez centímetros no posee en sí mismo la cualidad de dotar de significados o imponer una pauta. ¿Juguetes sexistas? No, entorno sexista. Es la publicidad, los resortes de género que se incrustan en cada mensaje asociado al propio juguete y su rol, los que determinan el uso inadecuado que los niños hagan de él en las representaciones figuradas de la realidad durante el juego.

 Por ello, el papel de los progenitores debe ser el de encarnar un modelo de comportamiento que ejerza de patrón identificable, ejemplarizar e indagar en las convergencias para desarticular las diferencias. Despojar de significados inmanentes y rancios a colores, comportamientos, sonidos, imágenes y todo el arsenal de pequeños universos de construcción libre que a través de los juguetes llegan a las manos de los niños.

No consiste en corregir a un pequeño porque en la trama de sus ficciones Spiderman salva a Felicia Hardy, al temer que asuma una visión sumisa y dependiente de la mujer frente al vigor del héroe masculino que le asiste constantemente. Es más conveniente sugerirle que Felicia Hardy es, además de una joven en apuros, la Gata Negra, una heroína resolutiva, valiente y autosuficiente, que puede socorrer igualmente a Spiderman.

@ManuelGGarrido

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