Jóvenes frente al mar: la UHU reúne en Huelva a la nueva generación de investigadores que marcará el futuro azul

Investigadores de distintas universidades han compartido en la Onubense avances sobre contaminación, energía sostenible o conservación de la biodiversidad

La Universidad de Huelva acoge esta semana un encuentro de jóvenes investigadores del ámbito marino

Ocho investigadores de la Universidad de Huelva, entre los más citados del mundo en 2024

Laura Pantoja, Gabriel Gómez y Blanca Martínez alberto Díaz
María Carmona

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La Universidad de Huelva ha acogido esta semana la quinta edición del Congreso de Jóvenes Investigadores del Mar (JIS del MAR 2025), un encuentro que rota cada dos años entre las universidades que integran el Campus de Excelencia Internacional del Mar (CEI-MAR). Esta vez ha sido Huelva la que ha servido de puerto de llegada para más de un centenar de estudiantes de máster, doctorandos y jóvenes docentes que trabajan en disciplinas muy distintas entre sí, pero conectadas por un mismo elemento: el mar.

«Lo importante aquí es que se conozcan entre ellos», resume la organización. «El mar atraviesa todas las áreas, desde la biología y el derecho hasta la energía. Si conseguimos que conversen y se generen redes, ya estamos sembrando futuro». El término ahora es networking, pero en el fondo se trata de algo tan sencillo —y tan vital en ciencia— como comenzar a trabajar juntos, crear sinergias.

Entre esos jóvenes que hoy empiezan a construir ese futuro azul están tres voces que ilustran por dónde van las preguntas que se están haciendo ahora mismo en los laboratorios, universidades y costas andaluzas. Preguntas cuyas respuestas pretenden contribuir al diseño de un futuro mejor, para la sociedad y los ecosistemas.

Antidepresivos en el mar

Una de esas voces es la de la cubana Laura Pantoja, investigadora en el Departamento de Zoología de la Universidad de Granada. Esta chica de 35 años llegó a España tras estudiar la presencia de metales pesados en tiburones en México. Quiso continuar esa línea, «pero abrir una nueva investigación de gran escala siendo joven es casi imposible, así que reconduje el rumbo».

Laura Pantoja, esta semana en la UHU alberto díaz

Lo hizo fijando su atención en un organismo más pequeño, más manejable y —sobre todo— más accesible: la artemia, un diminuto crustáceo que muchos conocerán porque se vende en tiendas como mascota «prehistórica». A través de ellas, esta investigadora estudia cómo dos antidepresivos muy comunes —sertralina y fluoxetina— afectan a la vida marina.

Y la pregunta clave no es si llegan al mar. La pregunta es cómo de presentes están. «Nos los recetan, los tomamos, y por distintas vías —desde aguas fecales hasta residuos mal gestionados— terminan en los ecosistemas marinos», explica a Huelva24. Así, su estudio confirma que esos compuestos afectan al desarrollo y fisiología de estos organismos, base de la cadena trófica. Y si el daño empieza en la base, sube «y acaba en todo ese pescado que nos comemos».

«La aplicación de una investigación como esta no es prohibir medicamentos, sino conocer el impacto, alertar y mejorar sistemas de depuración. Y, sobre todo, comprender: lo que echamos al mar vuelve siempre a nuestra mesa», explica esta científica.

Energía en el mar: un crucero, una pequeña ciudad

A Gabriel Gómez Ruiz, ingeniero industrial -con especialidad en electrónica-, profesor sustituto y doctorando en la Universidad de Huelva, la investigación le llevó a otro escenario: la eficiencia energética. Pero una eficiencia entendida desde la vida cotidiana.

Gabriel Gómez investiga la optimización de las microrredes eléctricas alberto díaz

Gabriel estudia cómo las microrredes eléctricas —sistemas pequeños y autónomos de generación, consumo y almacenamiento de energía eléctrica— pueden gestionarse para reducir gasto y emisiones. Algo que puede aplicarse a un barrio… o a un crucero, que para eso el encuentro gira alrededor del mar.

«Un crucero es, en términos energéticos, una ciudad flotante que depende casi por completo de combustibles fósiles. Organizar el consumo de energía de forma flexible —ajustando, por ejemplo, la temperatura del aire acondicionado uno o dos grados según la ocupación— puede suponer una reducción enorme», explica este investigador, que señala que hay países que ya nos llevan bastante ventaja en esto, con propuestas en Australia o Japón donde los consumidores delegan el uso de ciertos aparatos eléctricos a empresas que se encargan de su optimización.

En su caso, se trata de investigación aplicada en el sentido más directo: menos combustible, menos emisiones, menos impacto. Tanto en lo que refiere al impacto medioambiental, como al del bolsillo.

«No todo el mundo sabe que un grado más o menos en el aire o la calefacción puede suponer una diferencia importante en la factura; o el programa que se elige en la lavadora o el lavavajillas. Con el estudio de las microrredes eléctricas diseñamos sistemas de equilibrio, en el que unas partes se compensan con las otras para lograr un uso lo más eficiente posible».

Biodiversidad que no vemos, pero necesaria

Por su parte, la gaditana Blanca Martínez trabaja con seres que quizá nunca se han mirado con atención: equinodermos como estrellas de mar, erizos u holoturias (pepinos de mar). Su investigación parte de una pregunta sencilla: ¿Qué está pasando en los hábitats que creamos sin querer?

Blanca Martínez ha participado en el Congreso de Jóvenes Investigadores del Mar alberto díaz

Esta bióloga investiga de la mano de la Universidad de Granada cómo las infraestructuras humanas -por ejemplo, un espigón portuario en Motril- propician nuevos ecosistemas -a costa de modificar los que existían con anterioridad-.

«Hay especies sobre las que hasta ahora no había registros, no sabemos casi nada sobre cómo colonizan estos hábitats, cómo cambian sus poblaciones, o si esa transformación genera equilibrios o daños», explica. Además, con estudios como el suyo se está creando algo que hoy no existe y será fundamental en el futuro: métodos estándar para «monitorear estas poblaciones a largo plazo. Porque no podemos valorar la conservación de lo que ni siquiera sabemos cómo era antes».

Eso, en un país donde los pepinos de mar están siendo expoliados para exportación -en otros países se comen- y los erizos están desapareciendo en algunas zonas, es una alerta que llega a tiempo y ayuda a poner freno, tal vez, a las acciones que pueden afectar al deterioro de una especie que, como cualquier otra, es necesaria para el equilibrio de nuestros mares.

Así, investigaciones como las de Laura, Gabriel y Blanca muestran que la ciencia no vive aislada, sino que habla de lo que comemos, de cómo nos movemos, o de lo que arrojamos al agua sin mirar, viniendo a responder a todos esos desafíos compartidos que requieren conocimiento.

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