Tres aldeas únicas de Huelva donde perderse y descubrir el sabor popular de otra época
Estos pequeños caseríos constituyen reliquias arquitectónicas en la sierra donde el visitante, además de disfrutar de una naturaleza poco adulterada, podrá conocer usos y costumbres que permanecen aislados en el tiempo
La pequeña aldea de Huelva que parece un pueblo de Galicia: sólo tiene una calle, casas encantadoras y está rodeado de bosques
JOSE MANUEL BRAZO MENA
Cuando el viajero se interna en la carretera N-435, que parte de Jabugo hasta Huelva, una hermosa panorámica se abre en el puerto de Buenos Aires, desde el que se puede distinguir hacia poniente el pueblo de Cortegana y su castillo; las aldeas de Canaleja y Estación de Almonaster, así como el Cerro de San Cristóbal, que con 917 metros de altitud se constituye en una de las mayores alturas de la provincia onubense.
Tras recorrer escasos kilómetros desde Jabugo, el excursionista se encuentra con la aldeíta de Aguafría, tranquilo enclave perteneciente a Almonaster, cuyas casas conservan el sabor popular de otros tiempos, al igual que sus fuentes, que se distribuyen por el casco urbano denotando la abundancia de agua. Una de estas surgencias, que data de 1898, está formada por un conjunto lavadero-abrevadero, que se conserva en buen estado, y fue apostadero muy concurrido de lavanderas y arrieros en épocas pasadas, según cuentan los aldeanos.
En el sosegado paseo por la pedanía llama la atención el monumento dedicado a la Cruz, cuyas fiestas se celebran en abril, con un vistoso ritual en que las mujeres visten con el traje típico de serranas para la procesión, que sale acompañada del mayordomo a caballo, y amenizada con coplas conocidas como «el romero» al son del tamboril y la gaita(flauta). Al lado de la cruz, sigue colocándose «el mayo» (árbol), el símbolo pagano origen de estas fiestas.
Continuando la ruta, el visitante se encuentra con el cruce de Santa Ana la Real, desde donde parte la carretera A-470, que tomará en dirección a Almonaster. Antes de llegar a la intersección con la aldea de Molares, la calzada pasa por la Rivera de Escalada, atractivo curso fluvial que serpea entre chopos alisos, adelfas y fresnos, mostrando algunas charcas con peces, junto a una vegetación de ribera que se extiende por el valle del mismo nombre.
En sus proximidades, la carretera conduce hasta la pintoresca aldea de Molares, en cuya base se encuentra el barranco de La Lana, denominación que debe a las labores realizadas antaño con el pelo de las ovejas. Desde aquí, comienzan a subir las calles por la ladera, flanqueadas de casas blancas que se alternan con cuadras para el ganado y poyetes de piedra, en los que aún se puede ver el trabajo artesanal de los aldeanos.
En el centro del caserío, se alza la capilla de San José, una iglesia de esbelta espadaña, construida en los años cuarenta del siglo pasado por los propios vecinos, constituyendo el edificio más sobresaliente de la pedanía. En el mes de agosto, la capilla se convierte en lugar de reunión de los veraneantes que se encuentran en la aldea, atraídos por ser uno de los lugares más privilegiado de la zona desde el punto de vista climático.
Otro núcleo rural de Almonaster digno de visitar es la aldea de Calabazares, cuya bella fisonomía, contemplada a vista de pájaro desde la carretera A-470, se asemeja a un cuadro remoto y espontáneo salpicado de huertos. La pedanía, popularmente conocida como Los Llanos, celebra en agosto la Matanza Vegetal, fiesta gastronómica en la que frutas y hortalizas serán envasadas al vacío, destacando el embotellado de tomates para su conservación. La celebración, que se inició en el siglo pasado rinde homenaje al hortelano, figura protagonista del enclave que se encuentra rodeado por decenas de huertas.
Otra fiesta antigua que se ha recuperado recientemente es la Cruz de los Olivos que se celebra el último fin de semana de mayo. Pero, quizá, una de las joyas musicales que ha sabido guardar Calabazares es el fandango aldeano, manifestación pura y cadenciosa del sentimiento de los lugareños que se muestra en las fiestas y reuniones familiares, y que también se plasma en el parsimonioso, lento, sentido y evocador baile que lo acompaña.
Para concluir la ruta, no pueden faltar en la mesa especialidades como la ensalada de orégano, sopa de olores, aderezada con hierbabuena y culantro, migas con setas, guiso de orejones y potaje de castañas, así como los platos cocinados con productos de cerdo. Como postre, se pueden degustar los exquisitos quesos de cabra, elaborados artesanalmente, tortas del cura, perrunillas y pestiños, endulzados con miel serrana. Un placer para los sentidos.
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