Flamenco
Homenaje al Guitarrista Diego de Morón en la Peña de La Orden
Cuando apareció en la plaza “Niño Miguel”, antesala a la entrada de la Peña Flamenca, vi a un hombre delgado, físicamente débil, sencillo y que no paraba de hablar con todo aquél que se acercaba. Nos hizo esperar un buen rato pero mereció la pena. La Peña Flamenca estaba hasta las trancas. Gente muy diversa, jóvenes y menos jóvenes, aficionados de distintas Peñas Flamencas y de varios puntos de la provincia.
A las 12 de la noche (buena hora) y presentado por Antonio López, presidente de la Peña Flamenca de La Orden, subió al escenario Diego de Morón. Aquél le hizo entrega de una carabela de plata como recuerdo del evento. Antes de empezar contó (entre otras) la anécdota de que a principios de los años 70, estando tocando la guitarra en su casa de Morón, llamaron a la puerta y era el “Niño Miguel”. “Jamás escuché tocar por Soleá como lo hizo”, dijo.
Y comenzó el momento histórico que vivimos los que nos encontrábamos en la Sede Flamenca de La Colina.Soleá, qué tirones, desgarros, latigazos, añejo, que forma de tocar y qué “sonío” más profundo. Ni siquiera levanté la cabeza. El silencio de los asistentes: sepulcral; los aplausos al terminar: clamorosos.
Por Bulerías, inconfundible, su tío Diego del Gastor estuvo presente (faltaba La Fernanda). Tocando lento y más lento, con algunas dificultades, lo que lo hacía aún más grande. En esta ocasión no me perdí detalles: miraba como cambiaba su forma de sentarse ante los latigazos que estaba sintiendo, la expresión de sus ojos, la cara, sentimientode un genio de la Guitarra. Magistral, jamás vi nada igual.
En la Seguiriya, agaché la cabeza y traté de meterme en los adentros. Al final comprobé como la Guitarra Canta. Como era feliz y sufría al mismo tiempo. Lo de menos era ya el toque, era lo que mis ojos estaban viendo. ¡Sublime!
Otra vez nos brindó su toque por Bulerías. Incluyendo su cosecha propia. Me fijé en todo sus movimientos. Ningún escultor o pintor podría sacar esas expresiones de dolor y alegría a la vez. ¡Cómo cantaba esa guitarra! Los asistentes aplaudíamos a rabiar. ¡Qué cantidad de sentimientos encontrados!
Pero si fabuloso fue en el escenario, más grande fue aún cuando abajo y rodeado de aficionados empezó a tocar “dónde a mi me gusta”, decía. Rondeñas, Bulerías, Soleá. Su sencillez le hizo reconocer que el no tocaba para acompañar. Y si, lo hizo por Soleá para algunos aficionados. Lento, suave, con profundidad ¿de dónde sale eso?. Era su momento. Hasta casi las cuatro de la madrugada.
En definitiva, los que allí estuvimos, vivimos un momento histórico que es complicado que se repita.Ya no se toca como Diego de Morón. Cuando el se vaya, probablemente, se irá el último poeta de la Guitarra. Eso que alguien en el cante llegó a llamar los “soníos negros”.
¡Qué dures muchos años Diego de Morón! Si hubiera vergüenza en los responsables de Cultura de las distintas Administraciones de Andalucía, tendrían que llevarte a los escenarios para que aprendieran de ti las futuras generaciones y aquéllos que creen que ya lo saben todo porque tienen mucha técnica (necesaria) y velocidad (no tanto). Gracias, Diego, por el rato que nos hiciste pasar.
Paco López Cruz