Procesión

La Virgen del Rocío enjoya una nueva estampa

4.34 h. A las 3.24 los almonteños saltaron la reja en la madrugada de Pentecostés para conducir a la patrona de Almonte por la novedosa amplitud que se extendía por toda la nave central del templo. Fue un instante exquisito, en el que con total lucidez se pudo contemplar con esplendor a la Virgen y las enérgicas maniobras de los fieles, que tradicionalmente quedaban ocultas por la multitud, dando así inicio a una procesión con sus tradicionales manifestaciones, repiques de campanas, vivas y aplausos.

La Virgen del Rocío enjoya una nueva estampa

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Los momentos que no se repiten nunca más tienen un valor incalculable, pero tan dificilmente estimable es el de los que se repiten cada año, con sus leves matices añadiendo eslabones a la tradición, despertando la atención de un número cada vez más elevado de personas. Éstos multiplican su valor por ser la suma de las experiencias que cada corazón aporta, por reunir en un sentido colectivo lo que significa en cada una de sus vidas. Así un instante es una joya exquisita a la que ponen brillo los que son capaces de apreciar y sentir su esplendor, los que viven lo inmediatamente fugaz como infinito. 

En el Rocío es insondable la profundidad del amor inconmensurable que los fieles sienten hacia la patrona de Almonte. Por ello no se mide, sino que se expresa con libertad y pasión y no hay momento que más lo represente que el salto de la reja, la chispa que prende la antorcha que extiende la fevorosa luz que lo inunda todo en la noche. Con este rito comienza la procesión de la Virgen del Rocío, el instante mágico que traduce la devoción de un pueblo en embravecidas caricias de intensa brusquedad, que hacen que los senderos recorridos hasta aquí se unan en un camino culmen que colma con las bendiciones deseadas a sus partícipes.

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Esta vez, fue lo de siempre y en similitud con los recordado muy distinto. El Año Jubilar del Rocío, declarado por el Papa emérito Benedicto XVI en los 20 años de la visita de Juan Pablo II, tuvo una tercera procesión de la Virgen del Rocío con una estampa nueva. El simpecado se dirigió al encuentro con la Señora con más amplitud que nunca en su camino, que se mantuvo cuando los almonteños acudieron a ella para hacerla caminar por el templo, dejando a la vista las tradicionales maniobras que normalmente quedan soterradas por la multitud, mostrando a la Reina con un gran esplendor.

Como se esperaba la romería y la gente que le da vida tuvo su momento álgido con el tesoro de sentimientos derrochado y compartido en la procesión de la Virgen por su aldea, que comenzó a las 3:25 y que perduró lo que su pueblo quiso. Con paz y tranquilidad en los minutos precedentes, después con apenas un amago previo, con contenida pasión y conciencia, con el compromiso de que no volvieran a sucederse accidentes, finalmente se produjo la ignición.

El reloj del Rocío no se rige por minutos, sino por un indeterminado compás de espera entre los capítulos de sus celebraciones. En la fresca madrugada de Pentecostés la cuenta atrás se hacía aparentemente tranquila. El rezo del rosario se extendía en la noche por la megafonía como nexo de unión entre lo que ocurría en el interior del santuario y sus alrededores, donde el caos se iba haciendo orden. 

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En el interior dos hileras de almonteños que vestían camisas arremangadas permanecían sentados de espaldas a la reja, mientras que otros de pie formaban un cordón en torno a la creciente multitud, dejando un espacio cuadrado en el centro que fue creciendo hasta hacerse rectangular y dejar totalmente expedita la nave central del templo. Otros años no se podía ver ese suelo, siempre cubierto por la espera personificada de los fieles, que pasaron a acumularse en las naves laterales, dejando a la vista la arena y las huellas por la que flotaría la Virgen del Rocío llegado el momento, llevada por sus hijos.

Fuera también se instauraba el orden y conforme crecía la afluencia de personas que dejaban de deambular para quedarse apostadas en los alrededores del santuario, con su presencia remarcaban la senda que encadenadamente seguían las hermandades filiales. Las más nuevas primero, las antiguas después, cada familia venida de tantos puntos de Andalucía y el resto de España caminaban antecedidas por la luz de las bengalas en la noche, orando con cada paso. Sus simpecados se inclinaban hacia adelante al pasar frente a la concha peregrina del santuario, bajo la que las puertas abiertas del templo rociero recibían las reverencias dirigidas a la Señora de las Marismas en la lejanía, que la emplazaban a un nuevo encuentro más cercano en algún momento de la procesión, a las puertas de cada casa.

Con la explanada y el templo cada vez más repletos, los murmullos se abrían paso entre el respetuoso silencio reinante. También la incomodidad y la impaciencia no expresada, el deseo palpitante de vivir lo soñado y esperado. Se cotizaban los lugares donde aguardar a la Virgen y en los espacios más reducidos e insospechados había alguien encaramado pensando que merecería la pena su atrevimiento. Todo quedó a un lado para centrarse en la sensación de que la Hermandad Matriz de Almonte ya llegaba con su simpecado, arrastrando a una gran cantidad de gente con la que llenar el espacio del camino abierto en la multitud. Acabó siendo un río fluyendo por un mar con el estandarte almonteño como mascarón de proa.

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Dentro de templo la avanzadilla de los almonteños jóvenes e impetuosos se colocaba en tensión ante la reja. La encaraban acurrucados, apoyándose unos a otros, agarrando los barrotes en disposición de dar rienda suelta al impulso de correr hacia su madre. A las 3:22 el simpecado de la Matriz se asomaba al umbral. Quedaba detenido unos segundos antes de desencadenar el instante definitivo. Rompían a las 3:24 la formación los más atrevidos y salvaban el enrejado para rodear con decisión e ímpetu las andas de la Blanca Paloma, mientras se abría la reja y el simpecado dejaba atrás la escalinata, miraba cara a cara a la Virgen y se retiraba al presbiterio para que a las 3:25 se elevara el paso y comenzara la procesión.

Cuando no quedó ya un pedacito de su base sin quedar cubierto, echó a andar la patrona de Almonte, que en una estampa única avanzaba por el amplio pasillo que seguía abierto ante ella, una imagen mejorada y nítida de cómo se construye la comunión de esfuerzos de los fieles para hacer navegar a su madre. Sonaban todas las campanas y con espacios entre este grupo que portaba a la Virgen y la multitud, el tradicional espectáculo se mostraba más lúcido, diferente, revelando sus entresijos y mecanismos, que camufla la ingente turba que siempre inunda el santuario. Esta vez fueron una lluvia de miradas al margen sobre el semblante dorado de la Virgen, mostrada más nítidamente, vestida por el sol, brillante, que salvó el dintel de su templo y se encontró de cara con la noche y miles de flashes como estrellas ansiosos por capturar el instante. 

La Virgen del Rocío enjoya una nueva estampa

Tocó seguir trabajando a los portadores del paso, que se fueron turnando con organización desordenada para navegar en una multitud que se desbocó para ser oleaje en busca de la madre, brillante referente cuan faro para reclamar atención y ser guía. En torno a ella una tras otra las primeras emociones derramadas para la traca de estallidos de pasión, 

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Subía y bajaba el paso, se inclinaba hacia un lado y hacia otro, oscilaba, y con las incesantes campanas se fundían los aplausos y los vivas. La trayectoria aparentemente errática tenía su sentido y la Virgen miraba hacia la marisma e iniciaba un recorrido donde todos estaban dispuesto a exprimir la noche con fe y confianza. Así tendría que transcurrir el tiempo hasta salir el sol sobre el coloso blanco del santuario, rodeado de hormiguitas que juntas lograron sentir como irrepetible otro momento remarcado en la historia.

Finalmente, la Virgen del Rocío ha entrado de vuelta en su ermitasobre las 10.25 horas tras recorrer la aldea sobre los hombros de losalmonteños durante siete horas y procesionar por delante de las 112 filialesque han peregrinado hasta allí.

Así, el de este 2013 ha sido un recorrido que ha sido máscorto de lo habitual.

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