Sapere aude

El cierre de 'El Periódico de Huelva' nos debería mover a reflexión. Se trata ahora de este caso local, onubense, pero también es la caída o el batacazo monumental que se han pegado los grandes periódicos nacionales. Con ejemplos tan ruidosos como la ruina de un grupo editorial tan imponente como Prisa, o los apuros por los que pasan la mayor parte de medios de comunicación en la actualidad en España.

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Aumentan por otro lado y afortunadamente, las visitas a periódicos digitales y en Huelva tenemos, al menos que yo conozca, tres grandes ejemplos de esta nueva manera de hacer periodismo. Pero estos medios digitales no enjugan ni por asomo las pérdidas de puestos de trabajo sobrevenidos por la reducción de plantillas o llegada de una manera de hacer periodismo vinculado a plantillas esmirriadas e insuficientes con las consecuencias que todos conocemos, o directamente a la desaparición de medios de comunicación como la edición onubense de El Mundo, dejada morir de inanición a sabiendas y sirviendo a vaya usted a saber qué intereses empresariales vinculados a la sumisión política.

Este cambio en la manera de ejercerse la profesión periodística va a tener, no lo duden, serias consecuencias. Por un lado no se puede hacer o es más complicado de facturar, el buen periodismo, debido a la falta de personal fundamentalmente. Recuerdo a un empresario del sector que aseguraba que un periódico lo hacía él sólo con un teléfono y una secretaria de redacción. A lo mejor tenía razón en lo que a empresa se refiere, pero no a calidad informativa, no a prensa de buena factura y sobre todo a libertad e independencia. Si ya es complicado que un medio tenga soltura y sea capaz de albergar en sus páginas distintas opiniones -la línea editorial, como es lógico, es otra cosa y hay que respetarla- más todavía lo va a ser ahora con medios tan precarios y con unos sueldos que han puesto a buena parte de la profesión al borde del umbral de la pobreza.

Los medios de comunicación se están limitando, y ello cada vez más, a reproducir lo que les llega, directamente de las fuentes interesadas en que algo se conozca. Quiere decirse que prima la publicidad sobre la noticia, que es justamente y por definición lo que no se quiere que se sepa. Un periódico digital lo pueden hacer, como decía aquél recordado empresario, dos personas, pero qué periódico están haciendo. ¿Es periodismo reproducir lo que te llega y punto?

Hay opiniones para todos los gustos, desde las que por un lado aseguran que esto no es en modo alguno periodismo sino una forma encubierta o disfrazada de periodismo, pero que no es más que al fin y al cabo publicidad; y también hay quien por el contrario está convencido de que esta manera de comunicar lo que ocurre es mucho más libre y sin esos corsés que los propietarios de los medios de comunicación tejen con hilos de acero. Pues mire usted, según.

Al fin y al cabo es el destinatario quien hace el periódico. Es el receptor y de acuerdo con su grado de formación y a tenor de la educación que tenga, el que sabrá leer un periódico en estos tiempos reglados por la abundancia de información que te llega por todos lados y que consumes sin apenas digerir. Quienes están desprotegidos debido, precisamente a la falta de formación y educación, vienen a ser, por el contrario, no personas informadas, sino deformadas, víctimas propiciatorias de discursos fáciles, de mensajes repetitivos y de lo que desde que el mundo es mundo ha conformado unas corrientes de opinión que se modelan y dirigen, de manera precisa y quirúrgica, desde arriba.

Nada nuevo por lo tanto. En pleno siglo XXI, en plena era de la comunicación, los mensajes siguen siendo envueltos por el celofán que más conviene al poder, a los grupos de presión que al fin y al cabo son quienes tienen medios para construir información y lanzarla de manera conveniente a quienes la van a engullir sin la menor protección estomacal, información bien envuelta y disfrazada que llega a todos con facilidad, a través de una miriada de canales que hoy se han abierto gracias a los avances tecnológicos, a lo que se han venido en llamar nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Malos tiempos.

Como en el antiguo Egipto, que se comunicaba o informaba desde las paredes de templos y monumentos; como en la Roma clásica se adhería la información a columnas y pedestales; como en la Edad Media quedaba esculpida en las arquivoltas de las iglesias románicas o en las cristaleras góticas; como en la Edad Moderna se sometía toda la información a los requisitos y supervisión del Santo Oficio; o como en la Edad Contemporánea era el poder quien, desde Napoleón, se constituía o se erigía más bien, en fuente de información; en estos tiempos actuales, tan desarrollados y estupendos que vivimos, es Internet quien lejos de salvarnos parece ser que nos está sometiendo más, uniformándonos y alienándonos de forma salvaje y según las preferencias e intereses del poder. 

Hoy, más que nunca, tal como Kant recogió de Horacio, sapere aude. Sobre un sello rodado del convento mercedario de Huelva, inscribí siendo joven ese lema clásico para hacerme un ex libris que me sigue acompañando cuarenta años después. Sapere aude, atrévete a saber o estás listo para el arrastre, o te preparas, te educas, te formas, aprendes y logras ser libre, o pasas de manera automática a formar parte de una masa anónima de personas que piensan tal como les dictan, que sufren, sienten y padecen tal como les interesa a quienes generan en estos tiempos, tal como ayer, la información, la única, santa y verdadera información, amén.

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