ROCÍO MÁRQUEZ Y JORGE DREXLER MARAVILLAN EN EL FORO
Viajeros de lo infinito
Rocío Márquez y Jorge Drexler hicieron multitudinaria su íntima conexión en un hermoso ejercicio de cambiapieles y homenajes continuos, de tránsitos entre los palos y géneros que se transmitieron de voz en voz en las orillas del Atlántico. Huelva recibió un regalo irrepetible que merecería enseñarse en las escuelas, por didáctico, interesante, emocional y reflexivo. Un auténtico tesoro.

Una vez cubierto el primer viaje, el más difícil, se comenzó a perder la cuenta de cuántos van. Más difícil es calcular todo lo que se ganó, lo que se llevó y se trajo, recopilar todo lo que sucedió en aquellas travesías. Aún hoy sigue viajando el recuerdo en el presente y se actualiza. Se relata, se le pone música y siempre queda algo por narrar y cantar. Afortunadamente esa riqueza es inagotable, como parece a los ojos embarcados el agua del Atlántico, que une más que separa. Sobre él, el puente sólo es una estancia donde vive el viajero de ese infinito acervo universal. Y un par de los elegidos tuvo Huelva en su íntima conexión multitudinaria, Rocío Márquez y Jorge Drexler, con el cuerpo en esta orilla y el corazón en ambas. En el punto en el que en 1492 cambió la historia, sobre las tablas del Foro Iberoamericano de La Rábida revivieron cantes, versos y ritmos guiados por la inspiración divina que late en ellos. Fue un ejercicio hermoso de cambiapieles y homenajes continuos, de tránsitos entre los palos y géneros que se transmitieron de voz en voz en un viaje propio y aquellos que se quedaron en puerto esperando darse a conocer de otro modo.

La historia entre España y América puede contarse con las conquistas, pero la perspectiva que ofrece la música, el único imperio que pervivirá siempre, hace que todos se sientan representados y protagonistas, con voz propia. Ahí está el valor de ’Aquellos puentes sutiles’, un recital casi irrepetible que rompe fronteras y ensalza la riqueza multicultural y la potencia. Merecería enseñarse en las escuelas, por didáctico, interesante y emocional, por su elevado nivel artístico, porque que se goza y se siente, porque cala, va del cerebro al alma, remueve la conciencia y conmueve el corazón, despierta sonrisas y sentido rítmico en quien se suma a él. Es un auténtico tesoro, que encierra tradición y vanguardia, que se muestra elegante sin ser elitista, con una sencillez mostrada que encierra muchos engranajes cuidadosamente tallados para encajar en voces, instrumentos, percusiones, luces, sombras…
El motor de este variado muestrario de cantes, de esta acertada síntesis de todo un mundo, es una pareja armónica y sincrónica a partir de sus distintos colores, naturalezas distantes para un común destino, personalidades inquietas e investigadoras, con ansias de experimentar y reinventar. Por sí solos son gigantes en su terreno y han labrado una relevante trayectoria internacional pero juntos fueron algo más, difícilmente igualable. Brillaron con todos los matices, se propagó la química entre ambos hasta ser colectiva y al final se evidenció que Rocío se ha vuelto un poco Drexler y que Jorge tiene ya algo de Márquez.

Ella, que lleva a Huelva por bandera, porta tradición pero vive en su vanguardia, siempre busca un poco más, depositar un plus actual sobre el costumbrismo, más allá de los estándares. Puso la fuerza y el tronío, un salvaje torrente de voz que templa con la suavidad con la que abre y cierra las manos, como en el soplado de vidrio candente. Su timbre transparente corre como el agua entre melismas y quejíos, un láser proyectado al firmamento que lo desgarra con ternura. Derrocha arte a raudales y encoge el corazón cada vez que el tono sube y sube y se enrosca como una enredadera en el muro en busca de la luna. Alfarera del cante, encarna con coraje y brío el trabajo sobre lo innato, moldea un don. Es el diamante pulido de la carbonería familiar.
Él, tan simpático como sabio, tan embaucador como trovador, tan genio como humilde, obseso de las décimas, no mide el talento que desborda con naturalidad en cada expresión cada vez que le cubre el foco. Domina la escena como su guitarra para llegar con la voz, al igual que con los dedos a todos los trastes, a todas partes. Recita, canta y habla, a veces todo junto y a veces con dos de tres. En su voz almibarada todo tiene un sentido artístico sublime. Como sin esfuerzo, con su inconfundible estilo, desmadeja estrofas en laberinto siendo Teseo y tiene salidas para todo, para mostrar un sentido mágico. Alumno de Da Vinci, es filósofo, maestro, poeta y humorista. Por eso estudiaría medicina, para curar almas de tantos balsámicos modos.

Con ellos vistió la noche el virtuosismo pellizcado sobre las cuerdas de Miguel Ángel Cortés y Martín Leiton y el telón sísmico coral y delicado de los percusionistas Agustín Llasera y Borja Barrueta, en permanente diálogo y duelo sobre unas originales mesas percutoras microfonadas que proyectaban todos los matices de sus innumerables posibilidades.
“Aquí comienza el puente”, anunció Drexler mirando de reojo a la que llamó repetidamente “mi comadre”. Ella se mostró feliz por “jugar en casa” y a él le gritaron “tú estás en casa también”. Comenzaron la velada con el primer regalo, el primer eslabón de la cadena de flores musicadas: 'La Milonga del Moro Judío', con su canto a la paz y la diversidad a dos voces, una preciosidad que ya de por sí mereció el encuentro. Pero hubo mucho más.
Le siguió una vidalita para ejemplificar que este viaje no sólo era entre orillas sino entre personas y genios, como de Marchena a Zitarrosa. “Nada es de nadie, todo es compartido”, expresó Drexler al mostrar que descubrió que la creía uruguaya y es argentina. Márquez hacía referencia a la raíz de los cantes de ida y vuelta y rescató la figura de Pepa de Oro. Volaron los primeros oles, escapándose como suspiros incontenibles ante la altura de la interpretación del género, que siguió con ‘Nunca te dije nada’, introducida por la referencia al libro ‘Flamenco de ida y vuelta’, de Romualdo Molina y Miguel Espín, regalado por la onubense al uruguayo, como contestación a la misteriosa conexión revelada entre las guajiras y las décimas. Precisamente ‘Aquellos puente sutiles’ es un octosílabo, uno de los diez que forman la décima espinela. “Hay obsesiones peores”, decía Drexler sobre lo suyo antes de alabar la primera décima creada por su comadre. “Tiene la décima como Messi, atada en el pie”.

Luego Rocío llenó el escenario ella sola para abrazar con su voz a todos. Recitaba por el poeta moguereño Antonio Orihuela y entreveraba cantes, todo a capela. Las interesantes reflexiones acababan con un “piensa solo en caminar y no en la meta”. Drexler se sumaba a la percusión en el cante de rondeñas por Moreno Galván, uno de los cantautores flamencos “que dieron mucha importancia a la letra y la palabra y de los que tanto he aprendido”. Ahondando en su versatilidad, Márquez se fue a Piquer y su copla ‘Me embrujaste’. “Hasta el alma se me iluminó con luces de auroras al anochecer”, dejó caer suavemente antes de pasar a ‘Se nos rompió el amor’, con un tremendo final en su voz que caló sin remisión.
Abrumado como todos tras el poderío de su compañera, Drexler exclamó “Y ahora, ¿qué hago yo? Fue una locura”. Entoces prefirió tirar de su dialéctica y recordar cómo esta obra se gestó en su cocina, en cuya mesa clavaba Rocío los nudillos al compás. Ahí se le encendió la bombilla para usar esas mesas como elemento vivo de percusión, que materializó el ingeniero de sonido Carles Campi Campón. Fue la introducción a una canción homenaje a la mesa de los bares y a la figura de un granadino esencial en el flamenco, retratado en ‘Cuando cantaba Enrique Morente’, compuesto por él para la ocasión. Comenzaron hablando las mesas de Barrueta y Llasera, como un partido de tenis, un duelo, una pelea de gallos, en la que se esparcían baquetas sobre la mesa o pesaba sobre ella un candado. Se coló despacio enmedio la guitarra y emergió la voz de Drexler turnándose con la de Márquez para verbalizar una maravillosa letra que acababa: “Y se dormía la pena si Morente le cantaba / la misma pena candente que antes quemaba / Toda la pena del mundo con la que uno nacía / cuando dolía en Morente, ya no dolía, ya no dolía..”. Y como coda un fandango a la Huelva marinera, “... De Matalascañas a Isla Canela, las mejores playas de España”, remató la onubense para poner a los suyos en pie.
El siguente viaje en la infinita biblioteca de géneros y voces fue a Venezuela, con la ‘Tonada de luna llena’ de Simón Díaz, hermanada con la toná de los cantes a palo seco. “Yo vi de una garza mora / dándole combate a un río / así es como se enamora / tu corazón con el mío”, decía en mitad de la original exuberancia musical, que navegaba de costa a costa. Y de éste cante a otro que no tuvo la ocasión de viajar, la chacarera, ritmo argentino que Drexler considera que se parece a los tanguillos. La ensalzó íntimo y sutil solo con su guitarra como “credenciales” en el tema de su repertorio ’Soledad’, al que siguió otra pieza de folcore que también se quedó fuera del barco, la zamba. Cantó en preciosa comunión su ‘Zamba del olvido’, que dice que “no hay huella que dure más en el alma”. Y este camino hacia lo desnudo remó hacia el norte de Argentina con la baguala ‘Al otro lado del río’. “La conocen porque la hice a capela en la costa Oeste de los Estados Unidos”, bromeó sobre la oscarizada canción que no le dejaron cantar en la gala y que entonó al agarrar la estatuilla holywoodiense. Y así la perpetró de nuevo con el público, que se sintió parte de ella, de sus golpes de remo.

Siguió solo Drexler con otra canción con mucha historia detrás, ‘Noctiluca’, que recuerda su experiencia en la playa del cabo Polonio, donde la única luz es un barrido de su faro cada doce segundos. Se perdió tras el naufragio de un divorcio, llegó al océano y pensó que “estaba alucinando” al ver cómo fosforecía. No era el efecto de la cachaza, sino de las noctilucas, un organismo marino que emite un brillo. Ahí encontró la inspiración para la canción y para, tras un sueño que le transportó a ese momento, llamar cuatro años después a su hijo Luca, luz.
Regresó Rocío Márquez para cantar juntos “perfuma esa flor que se marchitó” en la ‘Zamba por vos’ de Alfredo Zitarrosa. Fue el preámbulo a un tema miscelánico que homenajeó con una milonga a Cohen, Lorca, Marchena, Morente… “El que homenajea a un homenajeador tiene cien años de perdón estético”, expresó Drexler en un nuevo comentario inteligente y gracioso. Así fluyendo natural se pasaba de ‘The end of love’ de Cohen al “Primero conquistaremos Manhattan, después conquistaremos Berlín” de Lagartija Nick con Morente y el “Dime quién te ha protegido / quién ha sido tu escudero / que tanta suerte has tenido / en un país extranjero” de la milonga ‘La época del cometa’ de Marchena, antes de seguir circulando a la primera.

El grandísimo broche al recital lo puso una magistral versión de ‘La leyenda del tiempo’ de Camarón, que terminó por encender a los ya de por sí conquistados y convencidos. En ese caldo se arremolinaron las palmas por Huelva a coro pidiendo más. Las bolas extra rodaron con otro clásico como el ‘Ay pena, penita, pena’ de Lola Flores, otra evidencia de que estas voces forman un matrimonio idílico. El remate fue la colombiana ‘El venadito’, que tras el diagnóstico de complejo de Edipo y tendencia al poliamor, el doctor Drexler fue cantando con el contrapunto de Márquez, que tiraba hacia lo actual uno de los palos más modernos del flamenco, que como explicó, bebe del sólfico vasco y del corrido mexicano. Repitiéndose y haciendo eco, como queriendo llegar a América, el canto colectivo “Oye mi voz, oye mi voz colombiana” puso el epílogo a un viaje que no cesará nunca mientras haya amantes de la música como los reunidos en el Foro.
