CRÍTICA 'EL PERRO DEL HORTELANO'
Efectos visuales
Vas al cine, te encuentras con que el protagonista es un guionista desesperado porque no sabe de qué escribir y te echas a temblar. En teatro también suele ocurrir algo parecido y en muchas obras es el personal de la compañía el propio protagonista. Metateatro. No saber qué escribir. Pero a veces funciona.

Paco Mir ha tomado de Lope muy sucinta y adecuadamente un texto, lo justo que necesitaba, nada más, para conformar una comedia ciertamente divertida. También ha tenido buena vista en la selección de los actores, cuatro fenómenos, cuatro figuras excepcionales sobre las tablas. Gente de teatro. No digo más.
Es evidente que no estamos ante una obra de teatro clásico, sino disfrutando de una nueva lectura de un clásico. Procurar descubrir el espíritu de Lope el Olivetti cuando se ponía el hombre a escribir comedias una detrás de otra, esta es la cuestión o una de ellas. Puede que Lope, en ese no parar de escribir, estuviera demasiado apurado por el tiempo, por la obligación de estar entregando una comedia detrás de la otra, pero al fin y al cabo lo que salía era canela pura. Teatro, la vida reflejada en un escenario convertido en un espejo en el que nos miramos todos, de ahí que podamos vernos y reírnos de cómo somos. Paco Mir en el fondo, y en las formas, utiliza el trabajo de Lope para que no nos preocupemos demasiado por lo que nos ocurre. Lo que va mal, puede ir peor. No hay problema. En la función del sábado en Niebla, todo salió a pedir de boca. Por la mañana llovió, lo cual no ocurría en Niebla desde hacía medio año, lo cual tiene pero que muchos cojones, jodiéndose la iluminación, según anunciaba la compañía al inicio de la obra, pero también el sonido como pudo comprobar el público a lo largo de la representación. Repetimos, no hay problema alguno. Al revés, fueron unos efectos especiales llovidos del cielo, hasta el punto de que se fundieron con el argumento de la obra como no nos podíamos ni imaginar.
La historia va de dos técnicos de una compañía de teatro que se ven en un teatro solos, sin el grueso de la compañía, elenco incluido, la cual anda atascada por esos mundos de Dios. Dos técnicos que se ven en el brete de empezar la función en tanto no llegue el personal. Esto puede parecer ridículo, poco creíble, pero para eso están sobre el escenario unos actores excepcionales, para dar credibilidad al hecho, y para eso está el planteamiento de Paco Mir, para de paso y ya que el público se lo cree, meterlo en escena, hacerles atravesar la cuarta pared que se le dice a esto, y hacerlos partícipes del desastre que está a punto de solventarse, eso sí, con muy poca vergüenza, pero que con muy poquísima vergüenza.
Dos actrices de un grupo local ayudarán a los técnicos a llevar adelante un trabajo tan improbable como absurdo. Y de nuevo los actores haciéndose con la trama, aupándola. Amparo Marín borda sus dos papeles, el de una actriz de una compañía de aficionados y como una condesa de Bellflor absolutamente sembrada y creíble en grado sumo. A su lado, la otra actriz aficionada resulta ser una Paqui Montoya que se echa sobre los hombros no sabemos cuantísimos papeles y todos los despacha con suficiente solvencia pero sobre todo con maestría. Los técnicos son nuestro admirado Monteagudo, que poco se puede decir de él cuando en Andalucía es un monumento a lo mejor de la profesión y que en sus también variados papeles se mete al público en el bolsillo. Cierra el estupendo elenco Moncho Sánchez Diezma, un Teodoro de relumbrón, otro acierto de Mir en la selección de actores. Solo de esta manera puede salir adelante algo tan absurdo como que dos técnicos de una compañía puedan representar una obra de Lope y el público no solo se lo crea, sino que lo asuma y hasta les apoye en su difícil, o imposible, como prefieran, cometido. Los aplausos que en alguna que otra ocasión interrumpieron la función, así lo atestiguan.
Un reto el del vestuario, complejo al circular desde el lujo de la condesa de Bellflor hasta la ropa de trabajo de los técnicos, pero extraordinariamente solventado. Del sonido y la iluminación ya hemos hablado. Se supone que ambos, como en la propia trama, eran buenísimos, pero también se podría sospechar que la tormenta matinal que sorprendentemente dejó agua en Niebla, igual ha sido cosa de los propios técnicos. Efectos especiales o efectos visuales en consecuencia, ya saben. Los unos se hacen sobre el set de rodaje y los otros en la posproducción, luego ya uno no sabe si son unos u otros, lo cierto y verdad es que los ruidos en el sonido, o la falta de algún foco no hicieron sino acentuar una escenografía pretendidamente cutre pero fenomenal en todos los sentidos, hasta el punto de que fue un arma más en esta comedia que pudimos disfrutar el sábado en Niebla. Una comedia que bien podría haber escrito Félix Lope de Vega y Carpio. Pero no, no ha sido el fénix de los ingenios, sino Paco Mir el que ha tenido semejante ocurrencia. Teatro, como la vida misma, puro teatro.
El perro del hortelano, de Lope de Vega, en versión de Paco Mir dirigida por él mismo. Música: Juan Francisco Padilla. Vestuario: Mai Canto. Iluminación: Manuel Madueño Escenografía y atrezzo: nh Carpinteros y Cristina Cuber, sobre diseño de Paco Mir. Sonido: José Pipió. Elenco: Moncho Sánchez-Diezma, Paqui Montoya, Manolo Monteagudo y Amparo Marín.
Vania Produccions. XXXVII Festival de Teatro y Danza de Niebla. Alcazaba de los Guzmanes del castillo de Niebla. Aforo: 900 localidades, Lleno. 13 de agosto, 2022.
Sábado lluvioso de verano que dejó sus efectos en la iluminación y en el sonido. El tiempo mejoró por la tarde y la noche fue deliciosa para disfrutar del teatro en la alcazaba de los Guzmán. Lo del foame en los asientos no terminamos de verlo. Por mucho que ver, la verdad, veamos poco.