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El runrún: David de Miranda, triunfo, sangre y un alta voluntaria

A pesar de que el hospital le recomendó el ingreso en la UCI para ser vigilado tras vomitar sangre a causa de una voltereta en Málaga, el onubense lo rechazó para no frenar una temporada cargada de éxitos

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Hay verdades que, por manidas, no dejan de ser ciertas. Una de ellas es que los toreros están hechos de otra pasta. Y si hay un diestro que se ha empeñado en demostrarlo una y otra vez, ese es el onubense David de Miranda. La última prueba de su entrega sin condiciones se vivió lejos de los focos, en una clínica de Málaga, horas después de haber descerrajado la Puerta Grande de La Malagueta.

Aunque la tarde del martes fue de gloria para el de Trigueros, ya que cortó tres orejas y salió a hombros entre gritos de «¡torero, torero!», un percance durante la lidia del sexto toro, una aparatosa voltereta, dejó consecuencias que se manifestaron al llegar al hotel: un fuerte dolor pulmonar y vómito de sangre.

La situación obligó a su traslado al servicio de urgencias de la Clínica Vithas Málaga. Allí, las pruebas radiológicas descartaron fracturas costales, neumotórax y peritoneo, pero el diagnóstico era serio. El propio torero lo explicaba en un comunicado: «Por la 'hemoptisis' [vómito de sangre] me sugerían el ingreso hospitalario para la vigilancia en UCI pero lo rechacé y solicité el alta voluntaria«.

La decisión, tomada en contra del criterio de la doctora que le atendió y firmó un parte recomendando «reposo relativo» y la repetición de pruebas, retrata a la perfección el momento que vive el de Trigueros, pues mientras su cuerpo sufre los rigores de la profesión, su carrera está en lo más alto. Quizás la prisa se deba al temor de truncar una racha espectacular, pues con la de Málaga, el diestro suma ya 11 puertas grandes –ocho de ellas consecutivas– en las 14 corridas que lleva esta temporada. Ha triunfado en plazas como Sevilla, Huelva por partida doble, Palos de la Frontera, Soria o La Línea. Un ritmo arrollador que, para un torero de su perfil, caracterizado por llevar al límite el ejercicio de su profesión, vale más que el prudente consejo de un médico.

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