Miercóles Santo

Aliento de Expiración, Esperanza en el alma

La Hermandad de San Francisco arrastró a Huelva a su pasó, prendió corazones y vistió de emoción cada calle de su recorrido. Recibió petaladas y saetas, incontables oraciones como ofrendas, con el Santísimo Cristo de la Expiración, que cumplió 75 años transitando por la capital, encogiendo la respiración y Nuestra Señora de la Esperanza, grandiosa y exultante una vez más, para felicidad y gozo de sus numerosos fieles, entregados a un Miércoles Santo de ensueño.

Aliento de Expiración, Esperanza en el alma

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La esperanza es lo último que queda, dice el dicho y el Miércoles Santo en Huelva es para los parroquianos de la feligresía de San Francisco y gran parte de la capital todo lo que queda y todo lo que hay dentro de sus corazones. No es magia sino una fuerte devoción la que hace que en un mismo día, con mucha intensidad durante unas horas, sea común el sentimiento de una populosa legión de cofrades, que pese a tener cada uno sus gustos y pensamientos, se homogeneizan ante la mirada hipnótica de su reina, Nuestra Señora de la Esperanza, la que no abandona aunque no se vea, la que como madre mantiene el ánimo la confianza en que cualquier situación podrá ser solventada. Por eso acuden por cientos ante ella y por eso ninguno se queda sin esperanza, que penetra el alma y la oxigena, impulsada por el aliento colectivo de un amor tan puro y profundo que transciende al tiempo y se demuestra poderoso, una leyenda real, para nada secreta, que puede tocar quien se acerque a ella en cualquier punto de su sagrado recorrido.

Aliento de Expiración, Esperanza en el alma

En el inicio del ritual, la primera cuenta del rosario que reza paso a paso por Huelva la hermandad de San Francisco, estaba cubierto de corazones palpitantes cada centímetro de acera en la calle Esperanza Coronada, dirigidos a las puertas del templo de Santa María de Esperanza, morada que custodia todo un año de preparación para el lucimiento del Santísimo Cristo de la Expiración, Nuestra Señora de la Esperanza y todos hermanos que hacen de la hermandad cofradía.

Entre la multitud, expectante y fervorosa, deseosa de momentos inolvidables que aunque similares a años anteriores se sienten siempre como nuevos, se abría paso la cruz de guía isabelina de la cofradía fundada en 1893 por marineros. Eran las 17.15 horas y  tras ella comenzaron a caminar los primeros tramos de nazarenos con capa morada, dejando espacio en el templo para las primeras maniobras del paso de misterio de la cofradía. “Huelva tiene Esperanza y se la vamos a lleva”, decía animoso su capataz, Antonio Toscano, que deseó un buen día a su cuadrilla y toda la gente de la hermandad. 

Con pasos cortitos se fue cuadrando el paso para afrontar el tránsito bajo el dintel del templo y encontrarse con el sol y sus fieles en la calle. El señor apareció enterrado en claveles rojo sangre y con cuidado fue elevado junto a su cruz para recortar unos centímetros la distancia con el cielo al que dirigía su mirada, siempre clavada en el padre mientras exhala su último aliento, eterno, detenido en el tiempo, como ha venido haciendo en los 75 años de sus existencia tras salir de las manos de Ramón Chaveli en 1939. Tres cuartos de siglo paseándose por Huelva, sumando poco a poco la presencia de su Madre del Mayor Dolor, San Juan Evangelista y María Magdalena, que estrenó una nueva túnica realizada con esmero por el taller de bordado de la hermandad. 

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“Llevais al hijo de Dios, sentiros siempre costaleros, disfrutad siempre”, decía a su cuadrilla el capaz camino de la plaza Niña, recorrido que realizó comenzando con el acompañamiento de la marcha ‘Como tu rezo, mis sones’ de la Banda de Cornetas y Tambores Santísimo Cristo de la Expiración antes de encontrar una plaza totalmente abarrotada.

Si ya fueron emotivos los primeros momentos que regaló el paso del crucificado de piel morena de San Francisco, más aún se pusieron los pelos de punta con la marcha elegante de Nuestra Señora de la Esperanza, que serena esperando su momento ya era todo ternura y que se hizo amor una vez que comenzó a oscilar junto a los varales de su palio en un baile embelesante. La emoción no tardó en desbordarse, pues Francisco Díaz Quintero, ‘Paco el Pintor’, hasta el año pasado el contraguía más antiguo de la Semana Santa Onubense, cogía el martillo para realizar una levantá que dedicó a la junta de gobierno, su hermano mayor, dedicatoria a la que siguió un grito de “con la Esperanza al cielo”. Acabó con un abrazo sincero y emocionado con el capataz Pedro José Olivares Asensio, que una vez ya solo frente al paso de la Señora dijo a los suyos: “Huelva espera su mirada ansiosa”.

Razón no le faltaba porque la inquietud se hizo revuelo y tensión en torno a la puerta por las ganas de ver a la Virgen de Esperanza ya en la calle, para brillar en una tarde luminosa, con su rostro hermoso bajo su corona y su inconfundible palio verde, con la medalla de Huelva al cuello, flanqueada por bouquets de claveles blancos y rosas y 23 rosas blancas junto a la reliquia de las Hermanas de la Cruz, camaristas de la sagrada titular. Se desataron entonces los vivas, que fueron superados por los sones de la marcha real a cargo de la Banda Sinfónica del Liceo de Moguer, aún en el interior del templo.

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Y más emoción desbordada, más baba cayéndose, más delicia para los ojos ensimismados de los fieles viendo a su Virgen meciéndose lentamente, con una elegancia sublime, para girar hacia su derecha. Oscilaba con gracia toda la arquitectura del palio antes de caminar de frente y llevarse una gran lluvia de flores como primera ofrenda de corazón de la gente que tanto la venera, que aplaudió con fuerza.

Fue caminando y dejando la longitud abarrotada de la calle que lleva su nombre a su espalda para colocarse cara a cara con el convento de las Hermanas de la Cruz, camaristas de honor de la sagrada titular, desde donde las dulces voces de las monjas entonaban una melodiosa oración sobre las siete menos veinticinco. “Por todas las rosas blancas que van dejando su amor por las calles de Huelva”, fue la levantá siguiente en palabras de su capataz.

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La Hermandad de la Esperanza continuó estando muy arropada por las calles San Cristóbal, Alfonso XII y Berdigón antes de subir Sor Ángela de la Cruz y llegar a Gran Vía para protagonizar el emotivo salto en el tiempo que siempre se produce con tanta nostalgia como naturalidad a la altura del Hotel Tartessos, donde se erigía antiguamente el edificio de vecinos del Brasil, muy vinculado a la hermandad. Ayudó a poner los pelos de punta y atrasar las décadas la sentida saeta de Eduardo Hernández Garrocho, con su voz potente y experta.

Después para buscar la carrera oficial por la Placeta la cofradía de San Francisco se distanció para iniciar un rodeo tomando la calle Cardenal Cisneros y Arquitecto Pérez Carasa hacia las calles Rábida y Murillo para continuar después callejeando por Vázquez López, una vía inédita en su recorrido, Gobernador Alonso, Hernán Cortés y Bocas. La cruz de guía entró en carrera oficial sobre las 21.00 horas y media hora después lo hacía el Santísimo Cristo de la Expiración que con el acompañamiento de su banda brindaba un momento espectacular a los presentes en los palcos. Después fue el turno de Nuestra Señora de la Esperanza, que vestida por las luminarias de su candelería en la noche puso su paso elegante y distinguido como unidad de medida para hacer camino con una solemnidad pasional.

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Pero si bonita fue la carrera oficial de la cofradía no menos bellos fueron los momentos que esperaba a los titulares de San Francisco en el recorrido de vuelta a su templo. En las cercanías de sus calles todo se hizo más íntimo y reposado, más propio para el disfrute, para el deseo de retrasar la entrada, de cambiar bullicio por algo de intimidad. Así fue cuando tras el segundo paso por Cardenal Cisneros y Arquitecto Pérez Carasa la hermandad llegó a Miguel Redondo, un punto emblemático en su recorrido, escenario tradicional para petaladas y saetas, para recrearse en las estrecheces, en la oscuridad, y hacerlo lo bonito más bonito aún, más memorable. Así fue el guión emocional de las últimas calles, Avenida Italia, Alfonso XII, Santa María, Plaza Niña y Nuestra Señora Coronada, de nuevo atestadas de cofrades esperando a la cofradía para seguir dándole cariño, para seguir demostrándole la devoción en esta oportunidad única en el año, en el que el aliento se entrecorta como en una expiración y su espacio lo rellena la esperanza en el alma.

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