Mi primer día en el Rocío
Al final me animaron para conocer el Rocío después de más de nueve años trabajando en Huelva pero sin haberme acercado nunca a presenciar de cerca la Romería.


Para empezar, que conste que de camino nada. Mario y Héctor me recogieron en coche a las 16.45 horas del viernes, con unos minutos de retraso sobre el horario convenido, y tras echar 15 euros de gasolina nos pusimos camino del Rocío desde la capital.

Pronto fui adivinando la pillería de ciertos vehículos que sí que sortearon cualquier tipo de vigilancia policial para acercarse casi hasta la mismísima puerta de la ermita. Todo un privilegio, pero la vida está hecha para los listos y avispados. Aquí y en Pekín. Menos mal que no se me ocurrió llevar chanclas, aunque ya estaba medianamente avisado después de mi fracaso en mi estreno hace unos años en las capeas de San Juan del Puerto. Y es que lo de caminar por las arenas es textual y lo mejor es llevar unas zapatillas cómodas, incluso unas deportivas. Es cierto todo lo que dicen de que hay que estar bien preparado físicamente para hacer el camino, y es que yo sólo con unas horitas andando por la aldea ya acabé agotado y con agujetas al día siguiente.

Precios hay para todos los gustos. Lo deseable es hacer un poquito el gorrón y tratar de encontrar amistades que te inviten a beber, comer e incluso pernoctar. Pero este año con la crisis tampoco es que los precios estuviesen por las nubes. El plato de paella estaba a tres euros en el primer bar al aire libre que me encontré, con su correspondiente cerveza o refresco a dos euros; unos metros más adelante había un suculento menú (a elegir entre cuatro primeros y cuatros segundos, más pan, bebida y postre) a 8,50 euros; detrás de la ermita se encuentra un supermercado; en la calle Reina Sofía está un económico desavío; hay caracoles en Los Califas, al lado de la Hermandad de Ayamonte, a 1,50; cubatas y buñuelos a cinco... Es cierto que el Rocío puede ser caro, pero también hay alternativas más baratas, así que el que no viene es porque no quiere.





Y llegó la hora de la recogida. A las dos de la mañana estábamos en el aparcamiento (por cierto, bastante mal iluminado), y tras pagar 12,70 euros nos marchamos hacia Huelva, llegando casi a las tres y durmiendo como angelitos tras un día completo y que habrá que repetir dentro de un año.