En El Rocío, cuando alguien da el paso al frente para lanzar vivas, nunca se queda solo. Siempre hay una multitud de respaldo, de respuesta a sus proclamas, para amplificar su voz, para ser su eco, resonante en los corazones de quienes escuchan y siente a la vez. Esos momentos de exaltación siempre son emotivos, siempre remueven por dentro. Siempre sacan hacia afuera la fuerza de los sentimientos y las emociones, inevitablemente. Del modo más natural.
Porque entre los ritos que los rocieros han ido transmitiéndose unos a otros, están los vivas, esa exaltada expresión de devoción que se proyecta desde las entrañas. El aprendizaje también se da en el sentido contrario y son muchos niños los que enseñan a sus mayores y les hacen recordar con su testimonio la pureza de esta devoción.
Un vivo ejemplo de esta situación se ha dado en un momento de la misa de tamborileros, coheteros y carreteros. Un niño tamborilero sacó todo lo que llevaba en su corazón y la multitud le fue respondiendo con intensidad sus vivas.
«Viva la patrona de Almonte, Viva el pastorcito divino, Viva la hermandad Matriz de Almonte, vivan los tamborileros, vivan los carreteros, vivan los tamborileros del cielo, que viva para siempre la madre de Dios», exclamó enardecido el pequeño.
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