Huelva24
Miguel estaba en silla de ruedas y jamás se despegaba de la ventana. El asilo en el que vivía, que era también un sanatorio psiquiátrico, apenas trasparentaba la intimidad del interior del piso desde cuatro o cinco ventanas bajas que daban a ras de suelo, de las cuales una pertenecía a Miguel. El resto del inmueble estaba formado por muros, que si bien eran infranqueables para los cuerpos de los pacientes, se manifestaban inútiles y finísimos a la hora de parapetar sus gritos y delirios. Eso sucedía principalmente durante la noche. Durante el día todos los internos veían una tele pensil que colgaba del techo del salón principal como un ídolo cualquiera, una tele a la que Miguel declaraba su herejía por no hacer aprecio, ya que su interés residía en la porción de calle que daba a la ventana, en la que siempre hablaba de una antigua guerra con muchos muertos y muchos fusiles.