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José María Rodríguez, pedagogo y novelista: «Aprendí a ser maestro en el parvulario»
Llegó a Huelva en 1967 para estudiar Magisterio y se quedó para siempre, atrapado por «un amor a primera vista». En su trayectoria encontramos al maestro vocacional, al actor apasionado y al novelista que ha encontrado en la jubilación el tiempo necesario para poder contar sus propias historias
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El primer salario del doctor en Pedagogía don José María Rodríguez (Pruna, 1949) fue gracias a su trabajo como speaker en el antiguo estadio de la Isla Chica. Veinte duros al mes por recitar y hasta cantar los anuncios publicitarios y dar las alineaciones del Recre y el equipo contrario. Nació en Pruna, en la Sierra Sur sevillana, y cuando terminó el Bachillerato superior se desplazó a Huelva, donde podía estudiar Magisterio y tenía un tío muy conocido y popular en la Huelva de los años sesenta, Manolo Millán, ligado a la publicidad y a los cines de la época. Como su pariente, el maestro de docentes, escritor y hombre de teatro, atesora muchos amigos y de todo tipo y condición.
Recuerdo perfectamente aquellos anuncios en el campo del Recreativo, desde lo de que un hombre previsor es dueño del porvenir y lo que tenía que hacer era asegurarse en Finisterre, o que Aurelio Linares y la Tienda Chica saludaba a la afición deportiva y acompañaba al Recreativo en su desplazamiento a Ceuta; por supuesto que Pancho ya no montaba en su caballo sino en una bicicleta Orbea… y nunca pude imaginar que muchísimos años después no iba a saber que detrás de la voz que salía de los potentes altavoces, estaba la sonrisa de un intelectual que tanto nos ha ayudado con su obra científica a todos quienes nos hemos dedicado a la hermosa labor de profesor o de maestro, como a él y a mí, nos gusta que nos llamen.
- Llegas a Huelva para estar solo tres cursos haciendo Magisterio, y hasta la fecha. Eres un poco jartible.
- Eso parece. Llegó en el 67 para estudiar Magisterio, pero ya había estado antes en la ciudad, el año anterior vine para conocer a un primo que acababa de nacer. Tenía familia en Huelva. Un tío mío que muy probablemente sería amigo de tu padre, porque se movía en el ámbito cinematográfico, no en Hollywood, sino en Huelva distribuyendo las latas de película que le enviaba Movierecord Cine, la empresa encargada de realizar los anuncios que se pasaban antes de las películas.
- Esa fue la causa de venir a estudiar en Huelva en lugar de en Sevilla o en Cádiz, que te caían más cerca...
- Claro, mi tío tenía una casa enorme que usaba de almacén, despacho y vivienda. Trabajaba para una importante agencia de publicidad de ámbito estatal, y como quiera que sobraba una habitación me mudé aquí para estudiar con parada y fonda gratis total.
- Sería él quien te conseguiría el trabajo de locutor en el estadio de la Isla Chica.
- Así, es. Con eso tenía para mis gastos. Era poco, pero menos es nada. Además, le ayudaba en otros asuntos, como llevar las latas de las películas a los cines o ir a recogerlas a la estación. Con estos trabajillos podía hacer dos cosas. Por un lado, entrar gratis en todos los cines de Huelva, y con lo que me gusta el cine, imagínate.
«Hice un auténtico rally en Vespa para ir al Carranza a ver al Recre. Íbamos cinco o seis motocicletas (...) Recuerdo que uno de los atrevidos excursionistas era Perico Rodri, cargado con cámaras y trípodes»
Pero por otro pude disfrutar del Recre de los años sesenta. Hasta hice algún desplazamiento. Te lo voy a contar. En una ocasión, sería el año sesenta y ocho o sesenta y nueve, hice un auténtico rally en vespa para ir al Carranza a ver al Recre jugar contra el Cádiz. Íbamos a bordo de cinco o seis motocicletas, por aquellas carreteras tan sinuosas y con tanto bache, una auténtica heroicidad. Recuerdo que uno de los atrevidos excursionistas era Perico Rodri, que además iba cargado con cámaras y trípodes.
- Te lo estabas pasando bien, pero el estudio no lo dejabas atrás, según se desprende de tu posterior carrera profesional.
- Por supuesto que no. Eso estaba por encima de todo. Una cosa es pasarlo bien y otra muy distinta perder el tiempo. Terminé Magisterio en tres años, como está mandado. Fue la primera promoción con un nuevo plan de estudios y para acceder a la Escuela Normal de Magisterio deberías tener acabado el bachiller superior con su examen de Reválida. Además, había un curioso premio para los matriculados con mejor expediente, pues al acabar teníamos plaza asegurada de maestro en un colegio nacional, sin tener que opositar. Así que yo era sabedor de que nada más acabar tendría trabajo, así que pude terminar la carrera y acabar el Servicio Militar Obligatorio, del que no te salvaba ni la Caridad. Hice las milicias universitarias que se llamaban y para cuando las terminé era nada menos que sargento.

- Sí, así al pronto tienes toda la pinta de ser un militar curtido en mil batallas.
- Pues para que veas, sargento nada menos. Pero la música militar, como dría Brassens, nunca me supo levantar. A mí lo que me tiraba era ejercer de docente, imitar a los grandes maestros que tuve de niño, en el pueblo.
- Eres maestro vocacional.
- Por encima de todo, maestro. Siempre recordará a mis maestros en Pruna, a don José, a don Águedo y a don Claudio, que me impregnaron del amor por la profesión. Con ellos aprendí lo que significa ser maestro. Fíjate que estamos hablando de los años cincuenta y aplicaban métodos y sistemas muy novedosos. Por ejemplo, llevaban un cuaderno de rotación que se llamaba. En este cuaderno cada día un alumno hacía la tarea, de modo que el maestro podía hacer un seguimiento de su propio trabajo, algo así como una autoevaluación. Por otro lado, era habitual que nos

sacaran del colegio e íbamos al castillo, donde recogíamos algún trozo de cerámica tirado por el suelo que al maestro le daba pie a explicarnos cosas del mundo romano o del mundo árabe, según fuera el tipo de cerámica encontrado. O íbamos al campo, o a un bosque a recoger hojas para después analizarlas y clasificarlas… Aprendíamos y lo pasábamos bien. Así eran mis maestros y así he querido ser yo en esta maravillosa profesión. Así que estudiar magisterio no fue ninguna cosa improvisada. De aquí que me viniera a Huelva con un objetivo bien claro, muy definido. Estudiar para maestro.
- En aquellos años creo que las aulas no estaban muy masificadas, eso vendría después.
- Sí, ya muy entrados los setenta pudieron acceder a estudios universitarios muchos españoles, una parte más significativa de la población. Los tiempos estaban cambiando a toda velocidad. Cuando me vine a Huelva para estudiar, en los sesenta, en mi pueblo éramos solo tres los que pudimos matricularnos en Magisterio, con grandes sacrificios tanto personales como familiares, y otros tres más pudieron hacer
«En mi pueblo solo tres pudimos matricularnos en Magisterio, con grandes sacrificios tanto personales como familiares. Antes estudiar era un auténtico lujo: o eras rico de cuna o te tenías que apretar el cinturón hasta el último agujero»
otras carreras. Date cuenta que entonces Pruna, mi pueblo, tenía cinco mil habitantes. Las cosas han cambiado totalmente. Antes estudiar era un auténtico lujo, o eras rico de cuna o te tenías que apretar el cinturón hasta el último agujero. Ya te estoy contando que pasarlo bien, indudablemente que lo pasaba bien, pero que no paré de trabajar ni un momento, también te lo digo, primero con mi tío y luego buscándome la vida dando clases particulares. Si quieres te cuento cómo pude ganarme una habitación y paso libre a un comedor.
- Por supuesto, cuenta, cuenta
- Pues que durante el año en que estaba acabando las milicias universitarias vine a conocer a César Corpa, que era preceptor del Colegio Menor, y sin haber terminado la carrera me propuso que me fuera de jefe de estudios para alumnos de Bachillerato. Mi función era la de asesorar y estar pendiente de la evolución de sus estudios, explicarles dudas o resolver los problemas que pudieran tener relativos a sus asignaturas, y a cambio tenía habitación y comida. De salario, ni un duro, pero aquello era suficiente. Fue un salto cualitativo en mi modus vivendi. Pude continuar mis estudios y me ayudé económicamente de dar clases particulares. Al año siguiente obtuve el título y, como te decía, el trabajo que llevaba parejo por mi expediente académico.
- Y te quedas en Huelva.
- Claro, esta tierra tiene algo que no sé lo que es, pero engancha, es como un amor a primera vista. Mi primer trabajo como docente fue en el que entonces se llamaba Madre de Dios, hoy Funcadia. De ahí tengo un fenomenal recuerdo de quien fuera su
«Esta tierra tiene algo que no sé lo que es, pero engancha, es como un amor a primera vista»
director, un hombre enormemente válido y muy querido, don Salvador López Vélez, un hombre absolutamente dedicado a su labor docente, muy querido y respetado, a quien Huelva dedica una calle cerca de su colegio, el Madre de Dios. Y al año siguiente un despropósito, me envían a un colegio nuevo en La Orden, pero no se llegó ni a inaugurar. Tenía tantas deficiencias que lo mandaron derribar, así que derivaron al Tres de agosto, en Fuentepiña, un barrio donde se habían levantado bloques de viviendas para albergar a muchos trabajadores, sobre todo del Polo Químico. Allí estuve un par de cursos.
- Para entonces ya eras un hombre de teatro. Háblanos de esa afición que te ha acompañado desde siempre.
- Sí, desde bien pequeño. En mi pueblo hacíamos funciones de teatro con objeto de recaudar fondos para mantener una emisora de radio local. Ahí fue mi debut como actor, con catorce años. Después me fui a estudiar a los Escolapios, en Sevilla, y allí tenían un grupo teatral que hacía dramatizaciones de lecturas, o teatro leído que es como me gusta llamarlo a mí. Cuando llego a Huelva, o por mejor decir cuando conozco a César Corpa y me encajo en el Colegio Menor, entro en contacto con el que viene a ser el primer grupo de teatro con cierto renombre que hasta entonces había tenido Huelva, La Garrocha, de modo que fue topar y empezar. Trabajé en La Garrocha durante varias temporadas. Desde el mítico Oratorio, hasta Samuel Becket, Lorca, Castelao, Ruibal… una auténtica delicia y una oportunidad única de hacer lo que siempre me ha gustado, el teatro.

- Un grupo mítico desde luego. Ya hablé de él con César Corpa en una entrevista que le hice en esta misma sección.
- Un tipo fenomenal. Hay que ver la que armó en la Huelva de los primeros setenta. Teatro, música, cine… En lo que respecta al teatro, La Garrocha que él dirigía, llegó a tener un repertorio tan extenso que pudo organizar una semana de teatro en la Casa de la Cultura en la que se representó una obra distinta cada día. Después hubo un festival de teatro que organizó José Luis Ruiz en el antiguo local de Sindicatos, que no sé si existe todavía, aunque creo que sí pero abandonado. El caso es que invitó a César Corpa a participar con La Garrocha y no tuvo mejor idea que ponernos a su hermano Ángel Corpa, el de Jarcha, y a mí, como actores únicos en una auténticamente rompedora pieza de Jerónimo López Mozo, un autor recientemente fallecido y que por aquel entonces era toda una referencia en el teatro español. Se trataba de 'Moncho y Mimí', una pieza en la que dialogan dos niños en el vientre materno, enlazados por unos cordones umbilicales que estaban conectados a un teléfono. Como por aquellos años los teléfonos eran negros, pues César nos vistió de negro y nos colocó en mitad del escenario. Aquello, al margen de lo surrealista que pudiera resultar, gustó una barbaridad y a los nonatos nos aplaudieron a rabiar.
- Muchas piezas teatrales, lo más novedoso y cosas que eran difíciles de ver en la España de entonces, pero luego, ya con la democracia subisteis un escalón hasta entonces inexplorado, ¿cómo fue aquello del psicodrama?
- Pues verás, nosotros teníamos montado 'El retablillo de Don Cristóbal', que el grupo Tábano acababa de estrenar en Madrid con muñecos humanos. Y realmente con La Garrocha fuimos más allá. Hicimos una representación en el Hospital Psiquiátrico de la mano de Ladislao Lara, nos facilitaron ropa de los internos, unos pijamas que usaban los enfermos del hospital. La idea era que los enfermos se
«Representamos en el Hospital Psiquiátrico 'El retablillo de Don Cristóbal', con unos pijamas que usaban los enfermos, para que se identificaran con los actores. Algunos debían estar amarrados. Fue una experiencia muy bonita, pero muy dura, la verdad»
sintieran identificados con los actores y con los personajes. La estrella fue Martirio, que como sabrás además de en el grupo folk del que saldría Jarcha estuvo en La Garrocha. Hacía el papel de Rosita y gustó mucho, fue todo un éxito, pero en el fondo fue una experiencia muy dura. Muy bonita, eso por supuesto, pero muy dura. Entre los espectadores había enfermos que debían estar amarrados y no pararon de decir barbaridades… fue muy duro, la verdad.
- 'El retablillo de Don Cristóbal' es una farsa para guiñol de Lorca, recuerdo ahora tu Diario de Juan Marioneta.
- Sí, pero eso no es sobre guiñol, es el diario de un enfermo de Alzheimer que se editó con objeto de obtener fondos para la Asociación de Familiares de personas con Alzheimer y otras demencias de Huelva. Tiene unas magníficas ilustraciones de Manuel Caliani y lo prologó Juanjo Oña.
- El Alzheimer te tocó muy de cerca.
- Mi mujer lo tuvo desde muy temprana edad. Es un tiempo triste que me dio fuerzas para luchar contra la enfermedad. En este libro explico paso a paso el proceso por el que ella tuvo que pasar y que lo he vivido como cuidador que fui de ella durante muchos años, hasta que desgraciadamente se nos fue.

- Has estado rodeado de teatro siempre.
- Siempre. Colegio por el que pasaba, colegio en el que formaba un grupo de teatro. En el Reyes Católicos tuve a José Ramón Andikoetxea, hoy un conocido líder vecinal, al que recuerdo haciendo un papel de Juan Ramón Jiménez y muy bien, por cierto. Luego, ya en la Universidad, puse en marcha un taller de dramatización para la educación infantil, que fue muy seguido y tuvo mucho éxito entre los docentes a los que tuve la dicha de dar clases. Hasta puse en marcha en verano, en el tiempo de vacaciones, y de manera desinteresada, una escuela de verano para maestros, desde un colectivo que llamamos Aguza, que es el nombre que le dan en algunos lugares de la Sierra al sacapuntas. Pues en esas escuelas también puse en marcha un taller de dramatización.
- Aquí ha habido un salto, porque después de Magisterio te matriculas en Filosofía y Ciencias de la Educación.
- Sí, en la UNED, porque ya no paré de trabajar. Me matriculo efectivamente en la UNED, pero entonces no había sede en Huelva, teniendo que desplazarme a Cádiz para realizar los exámenes. Acabo los cinco años de carrera y sigo de maestro, pero al poco me sale un trabajo en un Seminario de Graduados Sociales que dependía de la Universidad de Granada y que tenía sede en Huelva, concretamente en un lugar por detrás del Huerto Paco, en la ladera del cabezo del Conquero, la Casa Blanca le llamaban. Pues allí que me fui a dar clases un par de días a la semana, de Geografía Humana y de Historia Contemporánea. Recuerdo que casi todos los matriculados eran gente mayor, muchos de ellos se dedicaron después a la política, en distintas opciones, gente que luego fue muy conocida. Allí permanecí tres cursos seguidos, alternándolo con mi trabajo de maestro en el Reyes Católicos, hasta que sale una plaza de orientador en la Delegación, en una sección que se llamaba Servicio de Orientación Escolar y Vocacional, cuyas siglas son SOEV. El caso, y te lo cuento por lo que tiene de divertido, es que andábamos estrenando la democracia, y cuando llegaba a un centro escolar y decía que era del SOEV, me respondían que allí de política no querían saber nada.
- Sacaste la plaza entonces.
- Sí, y en ese tiempo que estuve trabajando en la Delegación de Educación, hice los cursos de doctorado, que no pude sacar en dos años, como tenía previsto, y tuve que añadir uno más. En ese tiempo había mucho trabajo y muchas cosas que hacer en la Delegación. Eran tiempos de cambios.

- Acabas el doctorado y viene otro salto.
- Ahí va. Sale una plaza en el Departamento de Pedagogía de Magisterio, entonces dependiente de Sevilla. La saco y me paro por fin, aunque no del todo. Continué en un grupo de investigación pedagógica de la Universidad de Sevilla incluso cuando ya se creó, afortunadamente, la Universidad de Huelva; desempeñé varios cargos de gestión académica al tiempo que la docencia. Accedí a la dirección del Instituto de Ciencias de la Educación de esta universidad nuestra, la de Huelva, dedicado a la formación de profesores. Después pasé a ser director de Formación de la Universidad de Huelva, vicedecano de prácticas de formación en Magisterio, donde permanecí varios años, hasta que me ofrecieron ser secretario de la facultad. Sí, han sido muchos saltos.
- Entre ellos el saltar el charco, y no pocas veces.
- Bueno, tuve la suerte de formar parte de un interesante proyecto de formación que se realizó a tres manos, entre la Politécnica de Barcelona, la Universidad de Murcia y la de Huelva. Estuve tres años impartiendo cursos en Perú, Costa Rica y Venezuela. Y con el grupo de investigación en el que estaba integrado, en la Universidad de Sevilla, pusimos en marcha, dos o tres años seguidos, un curso de doctorado en la Universidad Autónoma de Chile, así que cruzaba el charco y los Andes, siempre en periodo vacacional en España, para impartir cursos en Chile, donde he conocido a gente extraordinaria con la que sigo teniendo buenos lazos de amistad. Suelo ir a Chile, ahora que estoy jubilado ya por mi cuenta, por el placer de estar con ellos y pasar un tiempo entre mis amigos americanos. Por motivos profesionales viajé y recorrí prácticamente toda América.
- ¿Eres un personaje salido de los libros?
- Como todos, en realidad todos somos personajes de libro porque la literatura habla de nosotros. He vivido rodeado de libros desde bien pequeño. Quizás por eso escribo, ahora prosa, pero sobre todo leo. Siempre tengo un libro entre las manos. De hecho, formo parte de un club de lecturas que se llama Extramuros, fuera de los muros, a campo abierto. Es un nombre que suena a libertad.

- Ahora prosa y antes ensayo.
- He escrito diversos artículos y libros y sobre pedagogía. Entre ellos 'Formación de profesores y Prácticas de enseñanza' y de 'Bases y Estrategias de Formación Permanente del profesorado', este último, fruto de mi tesis doctoral, llegó ser libro de texto en varias universidades. Esto ya lo pude hacer estando en la Facultad de Educación cuando se crea la Universidad de Huelva. En lo que respecta a la prosa, antes había escrito algunos cuentos, teatro infantil, versiones teatrales… pero ficción no lo hago hasta que me jubilo y tengo más tiempo.
- Recuerdo tu primera novela como una muy agradable sorpresa: 'Navaja', un auténtico novelón que me hizo devoto tuyo.
- Gracias, 'Navaja' es la primera novela que llevo a la imprenta y he de reconocer que tuvo una muy buena aceptación, y debe seguir teniéndola porque ya va por la tercera edición. Esta la fui pergeñando, o la pensé durante un tiempo que estuve internado en un centro hospitalario. Se me ocurrió el personaje y a partir de ahí la novela se fue escribiendo sola. Y creo que las conoces todas.
- Sí, pero repásalas para los lectores.
- Pues luego vendría 'En voz queda', una novela sobre los tiempos oscuros que siguieron a la Guerra Civil, de aquellos tiempos en que nos decían en voz baja que de eso no se hablaba. En realidad, es una novela sobre la amistad por encima de las diferencias. Luego vendrían casi seguidas 'Con otra cara' y 'La tara de las palabras'.
- Sorprende lo bien dibujadas que están, discurre la acción siempre sobre paisajes muy vividos.
- Y tanto, 'Con otra cara' está basada en un hecho real, una mujer maltratada a la que su propio marido le quemó la cara. La acción comienza en Marruecos y me fui para allá para recorrer los lugares de los que me había hablado la protagonista real. En 'La tara de las palabras' hice algo parecido: me pateé el Alentejo y no pocos lugares de la Raya, incluso volví a Sevilla para reconstruir los paisajes urbanos de la época.
- Profesor, novelista… pero sobre todo eres un hombre de teatro.
- El teatro ha estado siempre. Lo tengo metido en los adentros. Hasta mis amigos más cercanos, son gente de teatro. Un día, tomando un café con Juanjo Oña, se nos ocurre poner en marcha un grupo de teatro leído. Recuerdo que el primer debate que tuvimos los que empezamos a perfilar la idea, fue ponerle un nombre. Hubo varias alternativas y no nos pusimos de acuerdo hasta que uno dijo, que bueno, que el nombre era lo de menos y nos gustó a todos, de modo que el grupo se llama El nombre es lo de menos.

- Pues lleváis un tiempo actuando y no paráis.
- No, son ya diecisiete años y cada curso escolar visitamos muchos institutos. Y llevamos cada año una o dos obras al menos, para satisfacer a los docentes y a los alumnos.
- Mezclas teatro y pedagogía. Desde luego en eso tienes sobrada experiencia.
- Vaya, pues sí. El origen o la idea de hacer teatro leído, era llevarlo a los centros de enseñanza. Primero dramatizamos una obra, siempre de autores que los alumnos tengan en su asignatura, y luego realizamos un coloquio. Efectivamente, el trabajo que realizamos tiene un sentido muy pedagógico… Juan Ramón, Lorca, Ángel González, Gloria Fuertes…
- El esfuerzo ha sido reconocido.
- Pues sí, nos hizo mucha ilusión que nos concedieran la Medalla al Mérito Educativo de la Junta de Andalucía. Esto nos anima a seguir. Este año vamos a reponer una pieza que ya hicimos sobre la obra de Antonio Machado: Converso con el hombre que siempre va conmigo. Se cumplen 150 años de su nacimiento y la vamos a reponer, pero incluyendo nuevos poemas y con algunas novedades. Este año contamos con el cante de Carmen Walls y el piano de Francisco Ramón Camuñas. Es todo un espectáculo, con siete canciones, imágenes…
- Pues nos seguiremos viendo en el teatro. Este año Niebla ha estado muy bien y el otoño en el Gran Teatro promete.
- Sí, tenemos la suerte de contar con buenas obras sin tener que salir de Huelva. Hay de todo, pero en Niebla hemos tenido buen teatro este año. A ver cómo tenemos este otoño los carteles en la calle Vázquez López. Sí, nos seguiremos viendo en el teatro. En realidad, todo es teatro, lo tuyo y también lo mío, todo es puro teatro.