el amor no era para tanto

Con un poco de azúcar... pasará mejor

Exigimos un control inmediato de la naturaleza, a través de información constante y fuera de toda duda sobre lo que debemos hacer en cada momento, paralizados ante la realidad inmediata

Apretón de manos

El agua no hidrata.. ¿o sí?

Cocletas antifascistas

Jesús González Francisco

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Usted quizás ya no se acuerde porque éramos todos muy jóvenes, pero el mes pasado, con la llegada de las primeras lluvias torrenciales propias del otoño mediterráneo (saludos a mis alumnos de Geografía) el litoral onubense y parte de la provincia de Sevilla se vieron afectados por una tromba de agua que perturbó de forma considerable la vida de diversos municipios en mayor o menor grado. La desmesurada cortina de agua cayó sobre nuestras ciudades sin piedad y provocó un escenario apocalíptico que afectó a miles de personas desconcertadas, desorientadas y, sobre todo, incapaces ya --fritos nuestros cerebros para siempre— de tomar decisiones basadas en la razón, la experiencia o el sentido común.

Les confesaré algo. En medio de la espectacular tormenta, con mi hijo de diez años sentado en el asiento de atrás disfrutando del espectáculo pese a la natural inquietud, no podía más que castigarme por estúpido y poco previsor… ¿A quién se le ocurre coger el coche en estas circunstancias? ¿Por qué no aguardé a que lloviera con menor intensidad para no arriesgar nuestra integridad sabiendo como sé la manera en que nos comportamos al volante cuando arrecian los momentos de crisis y conociendo la tendencia a inundarse de algunos sectores de mi ciudad? El retraso en acceder al aula hubiera estado más que justificado y yo hubiera contribuido en menor grado al caos circulatorio.

Que nuestro mundo ha cambiado no necesita usted que venga un mindundi como yo a recordárselo. Resulta dolorosamente evidente e impregna cada capa de nuestra existencia con su adherente tela de araña. Ahora bien, lo que cada uno de nosotros haga para contrarrestar esta deriva es cuestión de distinto calado. En una sociedad desconectada por completo de los ciclos naturales, que ha traicionado la memoria colectiva para siempre y que vive inmersa en un estupor hipertecnológico y maniqueo, actuar con responsabilidad y conocimiento ante una catástrofe natural resulta ya imposible. Simplemente, no sabemos cómo dar un paso sin que una superestructura –sea la administración pública, el partido político de turno o el grupo de WhatsApp del colegio—nos dirija a cada paso, nos conduzca, como niños perdidos, a la seguridad anhelada, frente a la incertidumbre propia de nuestros tiempos.

La furia de la naturaleza resulta inabarcable para el común de los mortales, incapaces como somos de asimilar la magnitud de unos procesos que escapan al control humano (aunque los chinos puedan agujerear las nubes para que llueva), circunstancia que nos ha conducido desde el albor de los tiempos a todo tipo de explicaciones animistas o religiosas, fundamentales para encajar su infinita devastación en nuestras estructuras mentales finitas. Pero si para el humano de hace cinco mil años resultaba incomprensible, para el actual lo es aún más, pues al desconocimiento generalizado de los procesos atmosféricos le acompaña una desconexión absoluta de los ciclos naturales y (aún peor) una cancelación del albedrío, es decir, la imposibilidad de razonar de forma individual o de asumir responsabilidades sin la participación de un tercero (a quien le hemos cedido ese albedrío).

Y eso, ¿dónde nos deja? Pues en perpetuo estado de shock, así mismo (lean a Naomi Klein y su Doctrina del Shock); continuamente desconcertados y aterrorizados ante los acontecimientos globales, perdidos en la inmediatez pacata de nuestros dispositivos móviles, culpando a otro, siempre a otro de nuestros desvaríos o de nuestras decisiones personales. Nos hemos convertido en una grey plácida y autosatisfecha que, de vez en cuando, aplaca sus inseguridades apañando autos de fe virtuales contra quienes consideremos que tienen la culpa de que llueva, haga frío, demasiado calor o un viento desmesurado; una sociedad que debe ser advertida de los peligros de ingerir lejía o de acercarse a un acantilado en un día de tormenta; un mundo que prefiere acceder a la información mediante píldoras inocuas de treinta segundos en cualquier red social (recuerden a Mary Poppins y su «poco de azúcar» para tragar mejor la medicina) para no asumir la responsabilidad de tomarse el tiempo adecuado en aprender.

Exigimos un control inmediato de la naturaleza, a través de información constante y fuera de toda duda sobre lo que debemos hacer en cada momento, paralizados ante la realidad inmediata, aguardando un aviso por parte de las autoridades que puede o no llegar, o llegar demasiado tarde o suscitar una alarma hiperbólica que contribuya fatalmente a acrecentar el pánico generalizado.

Creo que es momento para reflexionar sobre ello, porque una cosa es segura: de la rendición de nuestro albedrío, alguien está sacando provecho, no lo duden.

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