CRÍTICA DE LA LOCA, LOCA HISTORIA DE BEN-HUR
Un selfie
Un desatino en clave de comedia. Aparentemente nada nuevo bajo el sol. Los propios autores de comedias en la antigua Roma alteraban a su gusto situaciones y hasta personajes, extrayéndolos de los mitos griegos con el sano fin de divertir al público, a quien dedicaban realmente sus obras y no a los dioses, a unos espectadores de los que dependía su fama, su gloria y hasta su pecunia.

Fíjense si no en el mismísimo Plauto, que creaba en sus comedias situaciones y paisajes de su tiempo para retratar con hilaridad aquella atestada Roma en la que vivía. En el eficaz trabajo de Nancho Novo sobre el teclado del ordenador puede que haya alguna intención de pregonar lo políticamente correcto, pero aunque evidente y hasta mitinero en algún momento, es trasunto del que el autor trata de obtener cumplida redención al final de la obra. En todo caso, bien, un texto muy conseguido que se ceba con frescura en los mitos que algunos creemos ridículos, pero que aún son seguidos y reverenciados por una inmensísima mayoría de la población, aquí y allá, sobre todo allá.

Fíjense si no en el mismísimo Plauto, que creaba en sus comedias situaciones y paisajes de su tiempo para retratar con hilaridad aquella atestada Roma en la que vivía. En el eficaz trabajo de Nancho Novo sobre el teclado del ordenador puede que haya alguna intención de pregonar lo políticamente correcto, pero aunque evidente y hasta mitinero en algún momento, es trasunto del que el autor trata de obtener cumplida redención al final de la obra. En todo caso, bien, un texto muy conseguido que se ceba con frescura en los mitos que algunos creemos ridículos, pero que aún son seguidos y reverenciados por una inmensísima mayoría de la población, aquí y allá, sobre todo allá. El espectáculo, pues un espectáculo es y en toda regla, se merece una nota sobresaliente, por el magnífico montaje, pero también por la idea en sí, por ese burlarse de nuestra inocencia, de nosotros mismos o al menos de lo que dejamos afortunadamente atrás, genuflexos en un confesionario o sentados con los brazos cruzados sobre el pupitre diciendo a todo que sí, que amén. Nancho Novo, y en la compañía Yllana no es nada nuevo, se hace un selfie en toda regla. Salen ellos, y todos nosotros detrás. Muy guapitos y arreglados, por cierto, pues la escenografía, o por mejor decir, el utillaje de escena, es de lo más hilarante y resultón. Bravo por eso también. El argumento no puede ser más afín a estos tiempos que nos ha tocado vivir, tampoco crean ustedes que muy distantes de los de hace sólo dos mil años. Ben Hur y Mesala descubren el amor y al final, feliz por supuesto, salen del armario en una coda final verdaderamente notable, tanto musical como actoralmente hablando. Los hombres pletóricos, y las damas, la madre sin nombre y la hermana que ahora no recordamos si lo tuvo, se quejan de lo secundarias que son, pero al menos en esta pieza teatral, tienen un papel protagónico y de lo más lucido. También tienen sus minutos de gloria, quizás demasiados, para decir que no son invisibles, llevando su paroxismo feminista a un público que participa en varias ocasiones de la función. Jesucristo también tiene su cuota de pantalla, ofreciéndose a los hombres como lo que fue tres siglos después de su muerte, un buen producto, y tan bien introducido, que se ha estado vendiendo solo durante dieciséis siglos, los que van desde que una minoritaria secta oriental se impusiera –y no precisamente de forma pacífica- a lo largo y ancho de todo el mundo conocido, romano por supuesto, acabando por lo demás con casi todo el saber y el arte clásicos, hasta el momento en que Nietzsche procediera a certificar la muerte de Dios hará cosa de poco más de un siglo. Hacer un divertido disparate, como ha hecho la
El argumento no puede ser más afín a estos tiempos que nos ha tocado vivir, tampoco crean ustedes que muy distantes de los de hace sólo dos mil años. Ben Hur y Mesala descubren el amor y al final, feliz por supuesto, salen del armario en una coda final verdaderamente notable, tanto musical como actoralmente hablando. Los hombres pletóricos, y las damas, la madre sin nombre y la hermana que ahora no recordamos si lo tuvo, se quejan de lo secundarias que son, pero al menos en esta pieza teatral, tienen un papel protagónico y de lo más lucido. También tienen sus minutos de gloria, quizás demasiados, para decir que no son invisibles, llevando su paroxismo feminista a un público que participa en varias ocasiones de la función. Jesucristo también tiene su cuota de pantalla, ofreciéndose a los hombres como lo que fue tres siglos después de su muerte, un buen producto, y tan bien introducido, que se ha estado vendiendo solo durante dieciséis siglos, los que van desde que una minoritaria secta oriental se impusiera –y no precisamente de forma pacífica- a lo largo y ancho de todo el mundo conocido, romano por supuesto, acabando por lo demás con casi todo el saber y el arte clásicos, hasta el momento en que Nietzsche procediera a certificar la muerte de Dios hará cosa de poco más de un siglo.
Hacer un divertido disparate, como ha hecho la compañía Yllana, de uno anterior como el de Wyler o el de Wallace, qué más dará, conlleva un resultado lógico. Viene a ser como cuando estábamos en el colegio y nos decían aquello de que menos por menos era más y al principio chocaba pero enseguida te dabas cuenta de que es así, de que todo es así de lógico. Nancho Novo se lo ha debido pasar divinamente escribiendo un disparate sobre otro anterior, y le ha salido muy bien, una magnífica lección de historia, cierta y tan certera como hay Dios. O no. Vayan ustedes a saber.
Una espectacular puesta en escena, una excelente dirección y para qué hablarles de los actores, simplemente geniales y con más tablas que el almacén de González Barba. Un trepidante ir y venir, de pata a pata o entre el público, un revolcarse por la palestra como si nada –hasta Agustín Jiménez se da una forzada vuelta de campana con arte y, sobre todo, salero- o un esforzado tener que andar de caracterización en caracterización como el que no quiere la cosa. Y todo con el brillo más complejo, el que surge del humor, del buen humor.

Aunque el paraíso, el telón de fondo sobre el que se proyectaban escenas de lo más dispar, estuviera mecido por el viento, no dejaron de funcionar a las mil maravillas aquellas construcciones que nos hicieron navegar por el Mediterráneo, incluso siendo atacados por una nave macedonia –verdaderamente espectacular y excelente el resultado- o a disfrutar de un travelling de impresión en las carreras de cuadrigas, con unas curvas cerradas que te obligaban a mover el culo en el asiento para no perder el equilibrio del frágil carro, o apretarlo para evitar chocar contra la espina del circo. Tremenda esa escena.
Teatro para divertir, para mantener al público entre la carcajada y la sonrisa, aunque esto sucediera menos, pues se ha optado por el humor grueso las más de las veces. Y claro, tanto desternillarse se paga, aunque sea por aquello de que todo lo que sube termina bajando, y a veces, pocas es la verdad, la obra se tranquiliza demasiado, suaves momentos en el que la dirección opta por dar descanso al personal. En todos los trabajos se fuma.

La marca Yllana está presente hasta en el cartel que anuncia un espectáculo que lleva más de un año divirtiendo a los públicos de Mérida –el festival emeritense coproduce este hilarante Ben Hur-, de Madrid, que es decir de todos lados, o ahora el de Niebla, con prácticamente los mismos actores, y sin que se pueda decir que se notan las sustituciones, pues uno y otra andan a la altura de todos los demás, como les decía, una altura muy, muy alta, como la diversión que ofrecen estos de Yllana a un público ansioso de disfrutar con una comedia que les muestre, tal como hicieron Plauto o Terencio, que la vida tampoco es para tanto y que no merece la pena que andemos afligidos o apesadumbrados los cuatro días y medio –en tiempos de Roma, sólo tres- que vamos a andar por aquí, porque al fin y al cabo sic transit gloria mundi. Y ahí aciertan de nuevo autor y compañía, en ese querer retratarnos de modo que los espectadores sean conscientes de que tienen los pies sobre la tierra, que esto es puro tránsito y que nada nos debería preocupar más que esto de echar unas risas en solitario o en compañía de otros, aunque sean un millar los que se sientan a tu lado. Al fin y al cabo, que cierto es que la gloria es tan efímera como ese deseo o esa soberbia de creerse uno individuo cuando no somos más que puñetera especie, que la vida es un cachondeo y que lo único que sobrevive, en caso de que la humanidad se ande con cuidado, es la especie. Las hojas brotan y caen, el árbol permanece.
La loca, loca historia de BEN HUR, una muy libre adaptación de Nancho Novo de la película homónima de William Wiler, basada en la novela de Lewis Wallace. Dirección: Yllana (artística) David Ottone y Juan Ramos Toro. Iluminación: Juanjo Llorens. Escenografía: Carlos Brayda. Figurinista: Gabriela Salaverri. Música original: Marc Álvarez. Intérpretes: Agustín Jiménez, Elena Lombao, Víctor Massán, Fael García, Vicenç Miralles y María Lanau.
Castillo de Niebla. Aforo: 960 localidades (Se colgó días antes el cartel de no hay billetes); 24 de agosto, 2019.