CRÍTICA DE 'CARMEN' EN EL FESTIVAL DE NIEBLA

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El hecho de que la Compañía Nacional de Danza venga a Niebla es todo un acontecimiento, más si cabe cuando trae una coreografía de Johan Inger laureada con el Benois de la Danse, el premio de danza con mayor prestigio mundial. 

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Carmen, una coreografía de Johan Inger inspirada en la ópera homónima de Bizet. Música: Georges Bizet y Rodion Shchedrin. Música adicional original: Marc Álvarez. Dramaturgia: Gregor Acuña-Pohl. Figurines: David Delfin. Escenografía: Curt Allen Wilmer. Iluminación: Tom Visser. Elenco: Kayoko Everhart, Alessandro Riga, Shani Peretz, Yanier Gómez, Toby William Mallitt, Juan José Carazo, Erez Ilan, Álvaro Madrigal, Shlomi Shlomo Miara, Benjamín Poirier, Marcos Montes, Elisabet Biosca, Sara Fernández, Sara Lorés, Clara Maroto, Laura Pérez Hierro, Pauline Perraut e Irene Ureña, Alcazaba de los Guzmanes del castillo de Niebla. Aforo: 900 localidades, Lleno. 23 de julio, 2022.

Un regalo excepcional. El hecho de que la Compañía Nacional de Danza venga a Niebla es todo un acontecimiento, más si cabe cuando trae una coreografía de Johan Inger laureada con el Benois de la Danse, el premio de danza con mayor prestigio mundial. Dos bailarines se despidieron en Huelva de la Compañía Nacional de Danza y recibieron un ramo de flores al término de la función. El público mantuvo un larguísimo aplauso tras una soberbia e inolvidable actuación.

Entre la noticia de un terrible asesinato por celos en la profunda Málaga, que sirviera a Mérimée para componer su novela breve, Carmen, y el encargo de la Compañía de Danza al coreógrafo Johan Inger de llevar a la tarima la célebre ópera de Bizet, han pasado casi dos siglos. Poco tiempo incluso si prescindimos de llevar los orígenes de los espectáculos dramáticos más allá de la antigua Grecia. Un corto espacio de tiempo en el que se han ido produciendo adelantos técnicos y científicos que han devenido en la más intensa y rápida evolución en la historia de la humanidad. Sobre el escenario de la alcazaba iliplense hemos asistido este último sábado a un ejemplo, hermosísimo y emocionante, de esta evolución. Las artes en general, y las escénicas en particular, no son otra cosa sino un reflejo del mundo en el que vivimos, de nuestra historia también, así como de lo que acertamos a vislumbrar en el horizonte. Johan Inger y la Compañía Nacional de Danza no han hecho otra cosa que retratar este tiempo valiéndose de un texto clásico, y seleccionando los cuadros más conocidos de la Carmen de Bizet, relatándonos cómo es el hombre, sus pasiones y sus bondades. Para ello Inger ha tenido el acierto de hacerlo desde la visión de un niño. Incluir la inocencia permite construir un espectáculo a desarrollar sobre una escenografía sobria pero inteligente, acompañada de unos figurines que se amparan en los mismos conceptos de elegancia mínima. Todo iluminado con sapiencia para dar al espectador una obra de arte realmente excepcional, emocionante y rotunda.

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Y en los prismas un artilugio lumínico que se mueve al compás de cada uno de los cuadros de este ballet en dos actos. La luz sabiamente dirigida es otro ingrediente más que lleva al espectador a meterse en el escenario. Dramaturgia, escenografía, iluminación, y música. Música a un volumen que golpea el corazón. Son los acordes más conocidos de la Carmen de Bizet, pero también la aportación de la Suite Carmen de Rodion Shchedrin, realizados en el pasado siglo, y la más moderna del multipremiado genio de la música para teatro, danza y cine, Marc Álvarez. Pues bien, todo esto necesita un elenco fenomenal, y así es. Dieciocho bailarines y actores que ponen sobre las tablas un prodigio de sensibilidad y ternura, de determinación y fuerza, que necesitan no ya una preparación técnica verdaderamente admirable, sino una forma física tremenda. No paran de actuar, y ya lo hemos mencionado, pero lo repetimos, no paran de trabajar ni un solo segundo a lo largo de toda la función, manteniendo un ritmo que lleva al espectador a que todo transcurra delante suya en un suspiro, pero, ay, a que sienta luego la necesidad de poder disfrutar de la misma al menos tres o cuatro veces más, porque es evidente que no se puede admirar tanta y tan variada belleza de una sola vez. Te queda solo la impresión y siente uno en consecuencia la necesidad de volver a ver para creer que ha tenido tanta belleza y tanta emoción delante, sobre el escenario de la alcazaba iliplense, en un festival que ha tenido la oportunidad de recibir uno de sus mayores regalos en sus ya treinta y siete ediciones, la Carmen de Inger y la Compañía Nacional de Danza. 

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