CRÍTICA DE 'EL ÁVARO' EN EL FESTIVAL DE TEATRO Y DANZA DE NIEBLA

El trabajo bien hecho

Una de las comedias de enredo más simples y previsibles de Jean Baptista Poquelin (a) Molière, con la que el dramaturgo del que se cumplen, cuatrocientos años de su nacimiento -y quién lo diría leyendo sus textos, tan actuales-, se enfrenta a un vicio del que aún no estamos del todo libres, la avaricia y el interés por encima del amor. 

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Desde luego el siglo que le tocó vivir a Molière no fue fácil en ningún aspecto: epidemias, guerras, hambrunas y todo lo que los jodidos jinetes del apocalipsis tuvieron la ocurrencia de largar a una Europa que sobrevivió al desastre con momentos tan lúcidos como nuestro Siglo de Oro, por poner un ejemplo que haga cosquillas a quienes por aquel entonces pergeñaban ya una Grandeur que pasado el tiempo se ha reducido a una hilarante aportación al vocabulario global, chovinismo.

El trabajo bien hecho

Pero no nos desviemos de lo que nos ocupa, no vaya a ser que nos ocurra lo mismo que al director y adaptador de la obra, quien, como colofón de un montaje excepcional, de una función deslumbrante, se desvía con un furibundo ataque a la monarquía, soslayando gurteles y eres, pujolets y cursos de formación. Alguna inconveniencia debía tener una adaptación soberbia de un texto, ya lo decíamos más arriba, de lo más flojito del comediante parisino. Igual ni el propio Molière pudo soñar cuando escribía tan apresurado, simple y previsible texto, que se pudiera llevar a cabo una función tan rotunda y deslumbrante como la que Atalaya ofreció el sábado en Niebla. Una obra de arte, indudablemente una obra de arte si entendemos arte como aquello que está bien hecho, perfectamente manufacturado. 

Ocho actores y siete puertas que contamos nueve, sin parar de moverse por un escenario que ocupan sobradamente, sin necesidad de más utillaje de escena que una cuchara de palo o una arquilla con dos bolsas de oro, de plata y de tebeo. Poco más. No necesitan más porque el escenario está ocupado por un vestuario espléndido, por una iluminación medida y por supuesto por unos actores que están todos absolutamente sembrados. Cuánta profesionalidad y cuánto buen hacer. Pongamos un ejemplo tan solo para no tener que andar nombrándolos a todos, Carmen Gallardo. Imposible encontrar un Harpagón como este, o como esta. Como tan grandísima actriz, formidable como todos sus compañeros de escena, que sabe dar intensidad en el momento justo en que la obra lo demanda –Iniesta también tendrá algo que ver con esto-, o ternura cuando pide auxilio a un público absolutamente entregado a su buen hacer. El resto de la compañía, desdoblándose de continuo, danzando, cantando o tocando un pandero de juguete, iluminan un escenario al que con esas siete puertas le basta y le sobra. 

El trabajo bien hecho
El trabajo bien hecho

Alcazaba de los Guzmanes del castillo de Niebla. Aforo: 900 localidades, Lleno. 20 de agosto de 2022, festividad de San Bernardo de Claraval y unos pocos más.

Clausura de un festival que cada año se supera, una excelente programación y una organización encomiable. También un ejemplo de cómo atender a las personas con discapacidad. 

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