COACHING PERSONAL
Me quiero. Te quiero. En ese orden...
La mejor forma que tienes de quererme es queriéndote a ti mismo, porque sólo así podrás sentirte seguro y amar con plena libertad.

Crecemos bajo la influencia de determinadas creencias que nos van empujando irrefrenablemente a encontrar una parte que “necesitamos” para completarnos. Es esa manida media naranja que nos vemos prácticamente abocados a buscar; con ese influjo de tener que contar con alguien para dar sentido y significado a nuestro ser. Nos encaminan a encontrar la felicidad en algo que nos puedan dar los demás y, por eso, todas las relaciones que se entienden de esa forma están viciadas desde sus inicios.

Querernos, y querernos de forma sana, es la clave para poder mantener una relación sólida, de pareja, de amistad, de trabajo. A menudo, no terminamos de aceptarnos, de conocer en qué fallamos o cuáles son nuestros patrones de comportamiento. Y cuando no nos encontramos en paz, equilibrio y serenidad con nosotros mismos nunca lo podremos estar con los demás. Siempre estaremos buscando a alguien que esconda lo que no nos gusta de nosotros mismos, a alguien que nos acepte, a alguien con esa cualidad que nos gustaría tener, persiguiendo la aprobación constante, buscando en otros lo que a nosotros nos falta; de esta forma creamos una relación de dependencia que, en muchísimos casos, deriva en una relación tóxica. Esa dependencia nos coarta, nos limita, aumenta nuestros miedos, nuestra ansiedad ante la pérdida o la ausencia, alimenta nuestra inseguridad y nuestra desconfianza, y eso irremediablemente no nos permite amar con libertad, con plenitud. Eso nos lleva a querer salvaguardar esa relación a cualquier precio -llegando a soportar grandes dosis de infelicidad o sufrimiento-, a necesitar mantener una estabilidad sin importar lo que haya que soportar.
Durante nuestra niñez necesitamos tres kilos de aceptación, de aprobación por parte de nuestros padres. Ley de infancia. Si no recibimos nuestros tres kilos correspondientes siendo niños estaremos buscándolos el resto de nuestra vida. Si no nos han valorado, si nos dijeron que había que ser duros y no llorar, que era mejor callar y no expresar porque eso es de cobardes. Si nos faltó cariño, si no hablamos por no molestar, si no nos enseñaron a escuchar y a tolerar, si no nos enseñaron a ser autosuficientes e independientes, y un larguísimo etcétera, en algún momento tendremos que decir en voz alta sus nombres y ser conscientes de ellos. Todas esas carencias las vamos integrando en nuestra personalidad y terminan definiendo cómo somos.

Es importante, en este punto, no confundir cuando se muestraseguridad, una aparente fortaleza, o se atesora una personalidad arrolladora, con ese estado de comunión con nosotros mismos. A veces, esa seguridad que se exhibeesconde las insuficiencias más profundas y esas mismas carencias las llevaremos, como una pesada mochila, en cualquier relación.

Pero ser suficientes y completos no significa que no tengamos un complemento, a alguien que nos ayude, nos potencie, que encaje con nosotros, que nos entienda y sepa comprendernos, que nos sirva de mano amiga o compañero de viaje, pero nunca otorgarle el rol de ser nuestra guía; la mejor guía de nuestra vida somos nosotros mismos siendo responsables de nuestra felicidad, valientes para tomar decisiones. Siempre lo más fácil es dejarlo todo en manos de otra persona. Nadie nos pertenece, nitampoco somos propiedad de nadie; tenemos la valía necesaria para ser independientes. Esto no quiere decir que no empaticemos, al contrario, seremos más fuertes y más capaces de ponernos en la piel de los demás y de comprender sus emociones si lo hacemos desde la convicción de que la mejor ayuda que encontrará será en ellos mismos.
Quiérete y no busques lo que te falta, porque la respuesta está en ti. No lances cadenas que te aten emocionalmente porque, así, siempre vivirás con temor, con incertidumbre, con una extraña necesidad de tenerlo todo amarrado porque así tienes esa poderosa sensación de control que apacigua tu miedo, tu ansiedad. Pero ningún amor que se condicione, que cree dependencias y ataduras, es un amor sano. La felicidad es sentirte bien contigo mismo, ser conscientes de que los 3 kilos de aprobación -si te falta alguno- debes encontrarlos en ti porque, de lo contrario, entrarás en una peligrosa espiral de sometimiento o de agresividad emocional fruto de la impotencia o de la represión de esa parte de nosotros que menos nos gusta. Nos convertimos en la peor versión de nosotros mismos cuando nos damos la espalda y queremos que un tercero venga a solucionarlo en forma de aprobación, de decisión, de consuelo o, peor aún, de saco de boxeo.
