Esta es la Virgen de Huelva que Juan Ramón Jiménez nombra en varias ocasiones en su obra Platero y yo

El escritor moguereño premiado con el Nobel le dedica un capítulo bastante tierno y completo

Medio centenar de artistas plásticos interpretan 'El Rocío en Platero y yo'

Platero, Juan Ramón Jiménez y la internacionalización del Rocío a través de 24 cuadros

Juan Ramón Jiménez le dedica un capítulo completo a la Virgen del Rocío en su obra 'Platero y yo' h24

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Juan Ramón Jiménez, el escritor onubense más laureado gracias a la consecución del Premio Nobel de Literatura, nombra en varias ocasiones en su obra más famosa y universal, la archiconocida 'Platero y yo', a una Virgen de Huelva.

Se trata de la Virgen del Rocío, concretamente en el capítulo XLVIII de su obra 'Platero y yo'. El autor describe en dicho capítulo, que además lleva por título «El Rocío», el regreso de la romería de la Hermandad de Moguer tras su encuentro con la Blanca Paloma en la aldea almonteña y su devoción se ha consolidado como una parte importante de la obra.

El capítulo número 48 de 'Platero y yo' sirvió para dar un espaldarazo definitivo a la expansión de la devoción a la Virgen del Rocío y su difusión. Gracias a las palabras que el premio Nobel dedicó a la romería almonteña en una de las obras más impresas y traducidas de la historia, la internacionalización del Rocío alcanzó cotas impensables hasta entonces. También en otros capítulos del libro existe contenido religioso, como por ejemplo con las referencias al Ángelus, Corpus, La Navidad o Los Reyes Magos.

Este mismo año la Casa de la Hermandad Matriz, en la aldea del Rocío, acogió la exposición 'Platero y el Rocío. 111 aniversario. 24 lecturas'. Se trató de una muestra pictórica comisariada por el escritor y pintor almonteño Juan Villa, en la que 24 artistas andaluces interpretaron el capítulo 'El Rocío' (XLVIII) de 'Platero y yo'.

Y también se presentó el último número de la colección de libros 'Regina Roris' que edita la Hermandad Matriz, bajo el título, 'El Rocío en Platero y yo. Lectura en 50 lenguas'. Un proyecto en el que el referido capítulo ha sido traducido por vez primera a cincuenta lenguas, lo que lo configura como uno de los más traducidos de la obra escrita por Juan Ramón Jiménez en 1914.

Regreso de la romería

En 𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘱𝘪́𝘵𝘶𝘭𝘰 «𝘌𝘭 𝘙𝘰𝘤𝘪́𝘰» 𝘥𝘦 '𝘗𝘭𝘢𝘵𝘦𝘳𝘰 𝘺 𝘺𝘰' se puede apreciar como 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝘙𝘢m𝘰́𝘯 𝘑𝘪𝘮𝘦́𝘯𝘦𝘻 𝘯𝘢𝘳𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘵𝘦𝘳𝘯𝘶𝘳𝘢 y libertad creativa 𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘏𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘔𝘰𝘨𝘶𝘦𝘳 𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘴𝘶 𝘦𝘯𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘉𝘭𝘢𝘯𝘤𝘢 𝘗𝘢𝘭𝘰𝘮𝘢:

"Platero —le dije—, vamos a esperar las Carretas. Traen el rumor del lejano bosque de Doñana, el misterio del pinar de las Ánimas, la frescura de las Madres y de los dos Fresnos, el olor de la Rocina...

Me lo llevé, guapo y lujoso, a que piropeara a las muchachas por la calle de la Fuente, en cuyos bajos aleros de cal se moría, en una vaga cinta rosa, el vacilante sol de la tarde. Luego nos pusimos en el vallado de los Hornos, desde donde se ve todo el camino de los Llanos.

Venían ya, cuesta arriba, las carretas. La suave llovizna de los rocíos caía sobre las viñas verdes, de una pasajera nube malva. Pero la gente no levantaba siquiera los ojos al agua.

Pasaron, primero, en burros, mulas y caballos ataviados a la moruna y la crin trenzada, las alegres parejas de novios, ellos, alegres, valientes ellas. El rico y vivo tropel iba, volvía, se alcanzaba incesantemente en una locura sin sentido. Seguía luego el carro de los borrachos, estrepitoso, agrio y trastornado. Detrás las carretas, como lechos, colgadas de blanco, con las muchachas morenas, duras y floridas, sentadas bajo el dosel, repicando panderetas y chillando sevillanas. Más caballos, más burros ... Y el mayordomo—¡Viva la Virgen del Rocíoooo! ¡Vivaaaaa!—calvo, seco y rojo, el sombrero ancho a la espalda y la vara de oro descansada en el estribo. Al fin, mansamente tirado por dos grandes bueyes píos, que parecían obispos con sus frontales de colorines y espejos, en los que chispeaba el trastorno del sol mojado, cabeceando con la desigual tirada de la yunta, el Sin Pecado, amatista y de plata en su carro blanco, todo en flor, como un cargado jardín mustio

Se oía ya la música, ahogada entre el campaneo y los cohetes negros y el duro herir de los cascos herrados en las piedras....

Platero, entonces, dobló sus manos, y, como una mujer, se arrodilló—¡una habilidad suya!—, blando, humilde y consentido".

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