compromiso social en verano

¿Vacaciones? No, gracias, me voy de voluntario

Llega el momento más deseado, el instante el que hay que apagar el ordenador, recoger los papeles acumulados durante meses en la mesa de trabajo y abandonar la oficina no sin antes contar, incluso con cierta picardía, a los compañeros los planes previstos para las ansiadas vacaciones. Planes para todos los gustos, edades y bolsillos, pero con algo en común: las ganas de descansar. Pero esta opción no es la mejor para algunas personas.

¿Vacaciones? No, gracias, me voy de voluntario

Huelva24

Huelva

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Alegres despedidas con la firme promesa de regresar cargados de fotografías, ahora digitales, de los momentos más emocionantes de los días de asueto en la playa, la montaña, el pequeño pueblo familiar, el crucero en pareja o aquel viaje al extranjero que se ha preparado durante semanas.Esto es lo que hace el común de los mortales a excepción de quienes cambian el relax estival por el compromiso social. Son aquellos que a la vuelta de sus días de descanso mostrarán instantáneas de lugares empobrecidos donde trabajar es una obligación para los niños, el agua un lujo al alcance de muy pocos o en los que la comida llega en raciones mínimas, pero también ofrecerá imágenes en las que aparecerá junto a la escuela de madera que acaba de construir y de un nativo del lugar de ojos tristes pero sonrisa alegre que ofrece su almuerzo al voluntario extranjero.

Los lugares del planeta en los que la ayuda internacional es de carácter urgente siguen creciendo sin cesar y, afortunadamente, las personas que deciden aprovechar sus vacaciones de verano para poner tierra de por medio y echar una mano, también.Así lo decidió, casi por casualidad, Nuria García Manzano, de 33 años de edad, que confiesa a Huelva 24 que volvería a Asunción (Paraguay) sin pensárselo dos veces para vivir una experiencia que “me ha cambiado la vida y que recomiendo a todo el mundo” puesto que la vuelta “te cuestionas tu forma de vida y la de las personas que te rodean”. Durante un mes y medio residió en una de las barriadas más marginales de la zona para realizar un reportaje aprovechando su experiencia como fotógrafa, junto a otros compañeros psicólogos, animadores y trabajadores sociales intentaron reflejar la dura realidad de sus habitantes. Colaboraron con una asociación benéfica que beca a los niños que viven allí y posibilita que reciban una formación en la escuela y apoyo psicológico. Confiesa que le impactó “la inmensa pobreza en la que viven” y recuerda que “a pesar de la escasez de formación que tienen, se organizan perfectamente”, no hay trabajo suficiente, por lo tanto “tampoco dinero, y por eso los niños tiene que empezar a buscar faena recogiendo basura a una edad muy temprana”.

¿Vacaciones? No, gracias, me voy de voluntario

Echó en falta cosas tan primarias pero de las que ellos carecen como “las alcantarillas, contenedores, comida, o una higiene básica”, y sin duda, lo que más sorprende es que “siempre recibes tú más de lo que das, no es algo material, pero son personas que no tienen nada y te reciben con los brazos abiertos”. Se ha traído en la retina las miradas felices de muchos niños que nunca creerán en los Reyes Magos y su cámara de fotos conservará para siempre “el verde intenso de la vegetación y el rojo de la tierra”.También está deseando volver, en este caso al Sáhara, Marta Navarro, una abogada de 27 años que reconoce haber vivido la mejor y más enriquecedora experiencia “en medio de una extrema pobreza” que asusta aunque uno intente “ir preparado desde aquí, por eso lo mejor es ir allí y verlo en persona”. Tras pasar quince días con una familia en uno de los campamentos, se dio cuenta “de que había pasado las mejores vacaciones de mi vida sin tener nada ya que en esos lugares no necesitas de nada”. De la mano de Juventudes Socialistas se enroló en un proyecto de cooperación e integración que acabó con la construcción de un invernadero que les permitiera “algo increíble como es plantar tomates en mitad del desierto y disponer de algo de comida al día”. Trabajaron codo a codo con sus “familias saharauis” que se develaron como “las personas más generosas y agradecidas que he conocido pese a tener muchas carencias, ya que incluso el dinero y regalos que llevábamos para ellos, se lo acababan gastando en nosotros”. Aprendió a reconocer el valor de un bien tan necesario como el agua del que allí sólo disponen “de quince litros al día para asearse, cocinar y absolutamente todo”. Han pasado dos años desde que Marta vivió esta experiencia y aún tiene presente muchas cosas, sobre todo” el olor de los hospitales, la paz que se respira, la arena y el silencio”.

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