carta al director
Bueno, ¿y qué precio tiene?
Sale por 200.000, eso sí. Le aseguro que está nuevo, sin usar. Y si lo toca, puede notar que es verdad lo que le digo porqué está aún hasta caliente. La monja envolvió al bebé en una manta azul que rápidamente se tiño del color de la deshonra. A la vez que a una mujer lo entregaba, con la otra mano recibía lo acordado y sin sacarlo del sobre en su hábito lo guardaba.
Los llantos del bebé se hacían dueños del pasillo, el pasillo que le daría la entrada a una nueva vida. Sor María equivocaba su papel con el de su querido esposo, y pensando que hacía justicia y en realidad queriendo hacer dinero, escribía el futuro destino de bebes desconocidos, padres y madres compradores y madres y padres sufridores.
Rápido, se apresuró en llegar a la cámara frigorífica y tras comprobar que el pequeño bebé que horas antes había sacado, estaba a la temperatura correcta, lo envolvió en una manta azul que rápidamente se tiñó del color de la deshonra y salió de allí como si nada.
Tras caminar por el pasillo del antiguo paritorio y llegar a la habitación en la cual una madre esperaba noticias de su hijo, Sor María se persignó y miró al cielo esperando el perdón de su marido. Abrió la puerta con cara de pena y al mirar fijamente a una madre que lloraba desolada no le tembló la boca para decirle que su hijo había fallecido.
Hoy eres tú la que te vas (o eso es lo que nos dicen tus hermanas). Te has ido dejando a aquella madre con la mayor alegría que dentro de su pena pudo tener. La alegría de saber el verdadero destino de su hijo. Mentiste, traicionaste, maltrataste.... Pero sinceramente creo que en tus últimos meses de vida te has dado cuenta. El reflejo que en tu cara se mostraba el día de aquel intento de juicio es el reflejo de una persona sin alma, vacía y con una conciencia envenenada que le ha ido quitando días de vida. Hasta hoy.
No le deseo el mal a nadie, pero si el cielo en el que usted cree existiese, ojalá se pasé la eternidad en su puerta, suplicándole disculpas a esas madres para que San Pedro le deje pasar.
Juan María González Ortega