CARTAS AL DIRECTOR

José Pablo, hasta luego

Extrañamente, el día veintiséis de agosto de 2013 el color del cielo de Barcelona era muy gris, y al contemplarlo con detalle a través de los ventanales de mi despacho percibí, además, que era un gris malhumorado. Seguramente por ese motivo, durante todo el día (una jornada muy extraña, extrañísima), sin querer ni proponérmelo, estuve apesadumbrado y cabizbajo y, lo peor de lo peor, ocurrió en casa por la noche cuando recibí la triste noticia: José Pablo ha muerto; murió hace una hora, me dice telefónicamente desde Huelva mi amigo Alberto.

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Conocí a José Pablo durante los 90 y siempre desde entonces, sin fisuras ni espacios vacíos, estuvimos en contacto. Las  reuniones, las presentaciones de mis libros en el Colegio, los  mensajes, las felicitaciones de Navidad y las llamadas  telefónicas iban acompañadas, durante el verano, de agradables cenas en distintos restaurantes de El Rompido, que es cuando tuve ocasión de conocer a su esposa: una maravillosa e inteligente mujer de origen francés, la pareja ideal para José Pablo.   

Siempre rodeado de su modestia y de su humo, a mi me  gustaba verle  con sus gafas en la cabeza. Yo hablaba muy a menudo con José Pablo porque simplemente nos apreciábamos, sin  embargo, desde hace aproximadamente un año no sabía nada de él. Nuestra  última reunión  tuvo  lugar en  Barcelona, discutiendo alrededor de un tema que nos apasionaba a los dos: la arquitectura y los arquitectos. 

En el Colegio de Arquitectos, los  que  lo escucharon  tantas veces con atención lo recordarán como a un gran colaborador y fino negociador; muchos lo echarán en falta como al gran amigo, carismático y desbordante de simpatía; los otros decanos del Consejo en Madrid continuarán pensando que era un onubense de gran envergadura; el alcalde y los ediles del Ayuntamiento de Huelva siempre lo evocarán como la voz de la Ría y, naturalmente, sus familiares continuarán pensando que era el mejor de sus seres queridos. 

Yo lo recordaré como a un ser extraordinariamente humilde que me contagió algo impagable y muy escaso, pero que él poseía en abundancia: la dignidad.  En  cualquier rincón del alma de José Pablo siempre se encontraba y constataba dignidad, y ahora esta cruel  enfermedad se lo ha llevado indignamente. Hoy, que junto con familiares y amigos ya lo añoro, siento en mi corazón un malestar y una rabia especial, porque pienso que ese adiós ha sido injusto y precipitado.

Con  José Pablo Vàzquez Hierro se va un onubense insigne, un dirigente de Huelva singular e importante. Su inigualable talento de conversador ágil y educado siempre iba acompañado de un especial equilibrio. Huelva, esta ciudad que tanto queremos, sin José Pablo Vázquez Hierro ha quedado algo huérfana, y desde mañana mismo y con urgencia tiene que buscar a su sucesor. 

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