FESTIVAL DE NIEBLA > CRÍTICA > 'EL ENFERMO IMAGINARIO'
El arte teatral y la pura diversión
Aun teniendo en cuenta que la experiencia es un grado, a los integrantes de Morboria no se les puede achacar que sean tan buenos porque lleven treinta años subidos a un escenario. Debe haber algo más y lo que se nos ocurre que pueda haber es amor por la profesión, ese estar disponible para cada función llueve o truene y dando igual que, como es el caso, lleven trece años interpretando, entre otras, esta versión bastante libre de 'El enfermo imaginario'.

Adaptados los textos, sobre todo al final, como la música, a pesar de que hace unos años se encontraron las partituras que Molière había dispuesto para esta obra, algo que solía hacer para todas. De hecho alguna hay que se sigue representando con lo que hoy se denominaría banda sonora original. En todo caso, la música elegida o compuesta para esta versión del clásico poquelinés, es como todo en general, bastante sobresaliente.

Es moderno Molière, en todos los sentidos de la palabra y en todas sus obras, pero sobre todo en esta que fue su última producción, en la que al fin y al cabo vino a encontrar la muerte mientras andaba metido en la batita de andar por casa del señor Argán. Pero fue sobre todo moderno su concepto de la representación teatral, acorde de los nuevos tiempos ya dominados por la razón y el pensamiento crítico. Nos encontramos pues con una obra trufada de un canto a la razón, a las ideas ilustradas y a los principios del liberalismo cuyo triunfo aún tardaría en llegar. También fueron proverbiales en el XVII los avances de la ciencia, entre ellos, los relativos a la medicina, lo cual unido al relativo aumento de la disponibilidad económica de los europeos del siglo XVII y por supuesto a las mejoras higiénicas y sanitarias de la época, hicieron que ese aciago siglo, entre guerras, desastres climáticos y otras penurias por el estilo, viera aumentar el número de galenos practicantes considerablemente, siendo un oficio al alcance de cada vez más personas, muy ejercido y respetado, aunque con excepciones, como es natural y como Molière pone de manifiesto en este y otros textos.

La representación de este enfermo la mar de imaginario, en el patio de los Guzmán de la alcazaba cristiana de Niebla, fue acogida como debe serlo una comedia, con risas. Detrás quedaría la tragedia que con el paso del tiempo se ha diluido. Hay tragedia en ese texto cargado de intención, que pregona un tiempo rompedor con los corsés de un Antiguo Régimen aún vigente en esta que empezaba a ser la moderna Francia que iría a cristalizar en su grandeur inmediatamente posterior. Risas y aplausos para un grupo de buenos actores que no pararon de trabajar y estar cada uno en su papel, desde el señor Argán hasta el criado, a lo largo de toda la obra, trufada de aplausos para estos jovencitos de Morboria –alguno con treinta años sobre un escenario, aunque no lo parezca- que supieron adaptar a estos tiempos algunos retazos de la obra, siempre respetando el Manual de Resistencia, algo necesario en estos tiempos políticamente correctos, en los que se pueden lanzar puyas contra unos, pero que ni se os ocurra contra los otros, contra los guardianes de la doctrina y de la fe que hay que tener para llegar a confundir reacción con progresía y quedarse uno tan pancho. Ya lo decía hace poco doña Concha Velasco, totalmente curada de espanto, con ochenta años y trabajo suficiente como para decir lo que le venga en gana, al manifestar que le da cierta tristeza ver a los nuevos actores tan calladitos, que no se atreven a hablar ni a opinar cuando pintan bastos, cuando no convence el discurso oficial, por aquello de quedarse sin trabajo. Y los no tan jovencitos, doña Concha, y los no tan jovencitos también. Pero en fin, prosigamos.

La iluminación, como las sorpresas, los gags y la música, geniales. El sonido bien dispuesto en la corbata del escenario, algo que está perdiendo Niebla con tanto micrófono de escena desde hace unos años, y tanto el attrezzo como la escenografía, inmejorables para la intención de la compañía, que no es otra que la de divertir, entusiasmar y aceptar las cosas tal cual son, dejándose llevar por la corriente. Resistir o más bien, sobrevivir en unos tiempos tan simplones como estos que estamos viviendo. Buen trabajo de los actores, metidos en la obra en todo momento, fuera cual fuera su posición a lo largo y ancho de las tablas iliplenses. Inmejorable la interacción con el público, rendido a los guiños más cercanos y también a los más mediáticos, los que unen o unifican a través de esas mismas pantallas por las que el Gran Hermano nos dice cómo debemos ser, cómo debemos pensar y hasta cómo debemos ponernos una lavativa. Malos tiempos estos tan políticamente correctos. O no, según se hagan chistes de los másteres de estos elementos tan impresentables del PP y sus chiringuitos universitarios afines, y según se tenga la prudencia de no hacer chistes de los doctorados o de las virtudes literarias y filosóficas de don Pedro Sánchez, nuestro dueño.

Molière las pasó canutas para poder representar sus obras, mordaces y plenas de crítica, de esa crítica tan necesaria para el progreso de los pueblos. Pero claro, en el siglo XVII se hacía culto de la razón, de la ciencia y la investigación que propiciarían en definitiva el diseño de un tiempo nuevo, la aparición de las ideas liberales que fructificarían en una revolución con la que se finiquita la Edad Moderna para entrar de lleno en la contemporaneidad. Hoy se puede rendir culto a ese teatrero que tanto arriesgó haciendo de la escena campo de batalla y del utillaje lanzas y escudos contra la mediocridad que nos gobierna desde un lado u otro del espectro político porque la misma miseria intelectual hay a un lado o a otro. Se podrán versionar comedias que agraden al gran público y al duque, nuestro dueño, pero también se podrá luchar desde los textos o dando la cara sobre un escenario. El teatro, como tantas otras cosas en estos tiempos que nos ha tocado vivir, refleja fielmente este desatino que adocena a una sociedad conformista y terriblemente insensible a los grandes retos que nos debería estar tocando vivir, pero vivir enfrentándonos a ellos: el cambio climático o las desigualdades entre los propietarios de la información y quienes no disponen de ella. Desigualdades entre continentes, pero también desigualdades ahí mismo, querido lector, a su alrededor. Miré si no a diestra y siniestra, adelante y atrás, un, dos, tres, y verá que las cosas no son como nos las pintan en el aparato televisor.

Y ya que me han aguantado hasta aquí, una cita y una recomendación: “En un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder”. 21 lecciones para el siglo XXI. Yuval Noah Harari. Que ustedes lo pasen bien.
EL ENFERMO IMAGINARIO, de Juan Bautista Poquelin “Molière” en versión de Eva del Palacio. Dirección: Eva del Palacio. Espacio escénico: Morboria. Attrezzo: Fernando Aguado. Iluminación: Guillermo Erice. Vestuario: Ana del Palacio, Fernando Aguado y Eva del Palacio. Reparto: Fernando Aguado, Eva del Palacio, Virginia Sánchez, Alejandra Llorente, Eduardo Tovar, Jorge Corrales, Vicente Aguado, Trajano del Palacio, Luna Aguado, más los músicos y también actores Milena Fuentes, Miguel Barón y Javier Monteagudo.
Patio de armas del castillo de los Guzmán. Niebla. Aforo: 980 localidades (lleno); 3 de agosto, 2019.