Crítica > Sección Oficial a Concurso Iberoamericano
'Mai morire'
Algo impuesto sobreviene cuando se contempla la película de Enrique Rivero. Vale que los tiempos sean lentos, vale que apenas haya diálogo, valen los actores no profesionales y el lenguaje documental; pero la cinta no me conmueve y, lo que es peor, algo no me encaja.

El director y guionista mexicano afincado en Huelva, venía de una primera película, Parque Vía, que había cosechado éxito de crítica y varios galardones, entre ellos el premio a mejor ópera prima del Festival de Cine Iberoamericano en 2008. Ello le ha permitido entrar en esta edición por la puerta grande y presentar su segundo trabajo con buenas expectativas.En este caso, presenta la historia de una mujer (interpretada por la cantante Margarita Saldaña en un tanto hierático primer trabajo cinematográfico) que regresa a Xochimilco, una zona pantanosa de México D.F., al sur de la capital donde trabajaba como empleada doméstica. Vuelve a cuidar de su madre anciana y de su familia. Este entorno hostil que, sin embargo proporciona planos bellísimos que la cinta logra captar con una gran fotografía, es, probablemente el protagonista de la historia, más allá de la insípida vida de los personajes. De gran valor etnográfico, eso sí, ya que muestra (trasladado a un presente que ya no existe) los modos y costumbres que hasta hace unos años debieron de desarrollar los habitantes de este área de “chinampas” (zonas de relleno ganadas al lago Texcoco) entre canales por los que circulan con embarcaciones llamadas “trajineras”. Hoy en día esta zona se encuentra prácticamente abandonada y forma parte de un parque natural.La muerte, a menudo recurrente en el arte iberoamericano y, claro está, en su cine, tiene aquí un papel fundamental, y se constituye en el hilo conductor que le da cierta coherencia al montaje. La madre anciana de Chayo (toda una revelación Amalia Salas en el papel y casi la única que alcanza la naturalidad pretendida) justo antes de cumplir los cien años decide dejar de comer y morir, tal vez, para librar a su hija de la carga que le supone y dejarla volver a la ciudad donde, al menos, puede tener un futuro con sus hijos.Un marido, carente de ambición, al que sólo en el alcohol y sus salidas nocturnas en busca de otras faldas consiguen dar un hálito de vida y una pareja de niños, cuyo papel queda infrautilizado, por cuya educación la mujer sacrifica su vida; completan el cuadro de este relato de costumbres y pretendidamente espontáneo, que no desenvaina el drama subyacente: la frustración, el desencanto y la resignación de sus personajes; lo deja todo latente y a todo lo largo de un metraje en el cual no se produce ningún cambio de intensidad.Desde el título (‘nunca morir’), caprichosamente en italiano hasta el final icónico, tal vez determinista, de la medalla, todo está muy pensado, demasiado, y las riendas se llevan bien tensas, restándole libertad a este proyecto técnicamente muy bien armado pero que no desprende emotividad.
