CRÍTICA DE 'EL CAMINO A LA MECA'
Actrices iluminando la escena
Lola Herrera y Natalia Dicenta son capaces de mantener la tensión, y la atención, del público, de ese público que las admira
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'El camino a la Meca'
de Athol Fugard en versión de Claudio Tolcachir.
Fugard escribió esta pieza hace cuarenta años, y eso, en tiempos de tanto cambio y tanto vértigo como los que estamos viviendo, se nota. También la historia real en la que se basa es de otros tiempos pretéritos, aunque, al fin y al cabo, de lo que la obra trata es de la soledad, algo que ha acompañado a las personas en todo tiempo y lugar, y más si cabe ahora, aunque eso sea complicado poder afirmarlo con rotundidad. De soledades y de vértigos va pues la obra, de soledades y del postrer camino que todo hemos de transitar y esperemos que en buena forma.
A Lola Herrera, su partenaire en la función, Natalia Dicenta, otra grande del teatro e hija suya, por cierto, que de casta le viene al galgo a ambas dos, viene a descubrirle en cierto momento de la función la niña pequeña que la veterana actriz lleva dentro. Es parte del texto, pero también es real, no de otro modo se puede actuar como este viernes lo hizo Lola Herrera. En la función y en la realidad, basta con ver evolucionar sobre las tablas a una de las más rutilantes estrellas del teatro español, para además del asombro por su forma física, entender las razones por las que Lola Herrera es una actriz de culto.
Sobradas luces irradian sobre el colorido escenario las dos actrices, y por supuesto el tercero con su nombre tintado en el cartel, un Carlos Olalla sobradamente formado y capacitado para la labor de acompañar a estas dos grandes estrellas en la función. Actúan en todo momento, esté el centro de la acción en ellos o esté al otro lado del escenario, con suma maestría en el tono, en el gesto, y ello sin parar a lo largo de la hora y media que dura la obra de Fugard según la versión de Claudio Tolcachir, responsable de otra obra que pudimos disfrutar hace dos temporadas en el Gran Teatro, La guerra de nuestros antepasados, en la que ya pudimos comprobar que, al margen de los excelentes profesionales que entonces y ahora tiene a su disposición, es un formidable director de actores. Desde luego los movimientos y el estar en todo momento actuando, llevan a una credibilidad que se agradece al permitir al espectador acercarse a la misma boca del escenario. Lola Herrera y Natalia Dicenta, con este texto y, por lo que se ve con cualquier otro, son capaces de mantener la tensión, y la atención, del público, de ese público que las admira. Son admirables. Qué vamos a decir a estas alturas de las dos que no se haya escrito ya. Son actrices de una vez. Formidables.
El espacio escénico está resuelto con facilidad, es apropiado para el paisaje en el que se desenvuelve el argumento y que se vislumbra a través de una puerta que oportunamente se abre a la izquierda del espectador, o a la arboleda que asoma por encima de la cubierta de la casa, arriba, lógicamente, y al otro lado. El color, y el variado utillaje de escena, desde una escalera de manos hasta las lámparas que forman parte de la historia, de la luz que todavía hoy, afortunadamente, nos iluminan las dueñas del escenario, están bien diseñados. La luz es exacta en todo momento, y para remate final, Lola y Natalia cantan. Lo han hecho en repetidas ocasiones e incluso la Herrera principió cantando su exitosa y larguísima carrera. Estos días lo han hecho en el coliseo onubense, una auténtica cajita de música que agradece estas no esperadas aportaciones, pues no se trata de un musical, sino de un teatro que a pesar de los cambios y las realidades actuales, traducidos incluso en alguna incoherencia formal, invita a reflexionar, actuaciones bien medidas y ejecutadas con absoluta normalidad, como solo hacen los muy buenos actores, y que mantiene al público pendiente y hasta sorprendido por las vueltas de tuerca que Fugard supo dar al texto.
Empieza brillantemente la temporada de otoño en el Gran Teatro, algo tarde y escasa, como las lluvias que apenas han asomado por nuestros cielos, pero cuando lo han hecho se han dejado notar. Con Lola Herrera, Natalia Dicenta y Carlos Olalla ha ocurrido otro tanto, la temporada de teatro se ha hecho esperar, y con tanto compromiso musical y cinematográfico va a seguir siendo escaso, pero desde luego con actores de esta talla, también se hace notar.
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