Frustraciones cotidianas

Bernardo Romero

16/03/2024 a las 11:19h.

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- Gran Teatro. Aforo: 601 localidades (Vendido todo el papel); 15 de marzo, 2024. El teatro a rebosar como ocurre siempre que sobre el escenario va a estar un personaje famoso de la televisión. Algunas toses de imprudentes que, en lugar de quedarse en casa, en la mesa camilla con el frenadol y el zumito de naranja recién exprimido, se largan tan ricamente al teatro para compartir sus virus y aportar una que creemos innecesaria banda sonora a la función.

Una comedia que te hace reír y te da que pensar. La vida tal como es, con sus frustraciones por esa ambición desmedida a prosperar por encima de los demás, lo cual ha sido el motor de la evolución del ser humano desde, es de suponer, el principio de los tiempos.

El argumento funciona bien a pesar de que es bastante complicado mantener atento al respetable cuando se sabe que sobre las tablas hay dos actores y no va a haber ya ninguno más, luego en la historia que se cuenta, tampoco. A la sorpresa ni se la ve ni se la espera, aunque finalmente la obra no solo estará exenta de la más mínima sorpresa, sino que irá decididamente de más a menos.

Funciona bien al principio porque el final se tambalea claramente entre pinceladas surrealistas, cuando se pinta un escenario apocalíptico, y la innecesaria y facilona resolución final, más propia de jóvenes púberes atrapados en el líquido cristal de un telefonillo móvil, que entre personas maduras que transitan por esas edades en las que se empieza uno a preguntar qué demonios hace en la vida. Claro, estas cuestiones se las plantea uno, o se lo pregunta, cuando no se tienen mimbres suficientes como para construir el canasto de esto que llamamos vida, lo cual puede resultar divertido o convertirse en un auténtico sin vivir.

Hay muchas lecturas del texto propuesto por Veronese y del Federico, desde el papel relevante de la mujer en toda relación de parejas, se quiera admitir o no, presente en la fortaleza de ella sobre la debilidad de él, lo cual se corresponde, a nuestro entender, con la realidad o con los patrones más habituales, hasta poder entender la obra como el situarse una pareja al borde mismo de un abismo insondable cual puede ser el más simple y llano aburrimiento. Lo cual se puede ligar sin necesidad de hacer un esfuerzo intelectual notable, con ese vacío de conocimientos que abruma a una sociedad ahíta de información y exenta de reflexión. La vida misma, o algo así, sobre el escenario.

El argumento empieza bien, pero acaba regular.O mal, simple y desordenado. Los actores, en cambio, empiezan bien y acaban mejor. Un solo detalle: al poco de empezar la función Malena Alterio, demostrando lo que es, una gran actriz, se queda sola en el escenario y sin pestañear lo llena por completo. Ocurre cuando aún el argumento, la historia, no se ha caído. La actriz queda sola sobre el escenario, apenas durante un minuto, en silencio, junto a una mesa con cuatro sillas. Nada más. Un minuto o quizás menos, un tiempo infinito en toda actuación teatral. Su sola presencia cubre toda esa soledad, y apenas hace algún gesto, mínimo y harto natural. Guarda silencio y lo corta de manera sensacional, con esos leves movimientos que resultan apenas perceptibles. Esto solo lo puede hacer una actriz como Malena Alterio, o como la copa de un pino, que es lo que es.

El contrapunto a su papel y a su brillante actuación no le va a la zaga, David Lorente no para un momento de hacernos ver lo que ocurre como algo natural, por muy extraño sea que una pareja tarde una hora en llegar a una cita en un restaurante. La cena debería estar ya fría, pero no. Alterio y Lorente la mantienen viva. Actores de largo recorrido hacen uso del silencio, de los silencios, como ellos solos. Silvio, en una vieja entrevista y a la pregunta de qué era la música para él, respondía que la música es el silencio bien cortao. El sevillano sabía lo que decía. Los actores, cuando son buenos, lo saben. El teatro, el buen teatro, es también el silencio bien cortao.

Lástima de final. Muy soso y hasta tonto para una comedia que se prometía una genialidad desde los primeros compases. Podrían haber explotado los guionistas esa pincelada surreal a la que apunta la escena en la que el protagonista se percata de que el restaurante está solo y abandonado, como él mismo, como ellos mismos. El abandono y la desesperanza como pura idea de los tiempos que vivimos. Eso igual no habría estado nada mal.

En todo caso el balance final es satisfactorio. Una buena comedia y sobre todo dos excelentes actores, metidos en una situación que no solo hace sonreír al espectador, sino que puede llevarlo a meditar sobre qué está ocurriendo con su vida, con sus relaciones de pareja, con sus frustraciones cotidianas, absolutamente inútiles y vanas.

La escenografía, el utillaje y la iluminación, como el vestuario, son como deben ser, lo imprescindible para que el espectador dirija su mirada y su atención a dos actores sobresalientes, pero quizás esté pensado también a que se pueda contemplar una historia que al fin y al cabo no es otra cosa que el viejo truco de ponernos un espejo delante para que dialoguemos con nosotros mismos. Entretenida y con chispa, la función, cabalgando entre la frustración y la soledad, los dos males del milenio que nos aguarda, acompañada de una creíble y muy satisfactoria actuación, se deja ver.

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