EL SALTO DE LA REJA, A LAS 2.50 HORAS
La rotura de uno de los varales suspende la procesión de la Virgen
(Actualizado 09.00 h). 3.05 h. La rotura de unos de los varales del paso de la Virgen del Rocío, palos que unen la base y el techo, ha hecho que la imagen haya vuelto a su ermita en torno a las 08.00 horas suspendiéndose con ello la visita de la Blanca Paloma a sus 108 hermandades filiales por las calles de la aldea almonteña.La marea humana de almonteños ya rodea y da movimiento al paso de su patrona para llevarla desde su santuario hacia todas y cada una de las casas de los simpecados de sus filiales. Conducida por el solidario y combativo esfuerzo de sus fieles ha alcanzado la puerta del templo tras saltar la reja a las 2.50 horas y ha sido izada después para caminar a hombros de sus hijos y encontrarse con una multitud aún mayor cada vez, que la ha recibido entre aplausos.



Salto de la reja
Todos los rocieros ya disfrutan de la magnética presencia de la Virgen en las calles de su aldea. A las 2.50, cuando apenas el simpecado de la Matriz de Almonte se adentraba en el templo, el sentimiento contenido se ha desbordado y los almonteños han saltado la reja para quince minutos después poner a su patrona en la calle e iniciar una procesión repleta de momentos inolvidables, en los que la Señora de las Marismas agradece uno a uno a sus hijos el haber venido a verla y compartir sentimientos que colman cualquier expectativa y espera. Falta el espacio y en él el aire y sobran el ímpetu y las ganas que sostienen el sueño, alimentado por la obsesión, de un instante de contacto directo con ella, que se anhela para dilatarlo al máximo aún a riesgo de ser presa de la extenuación y el dolor. Todo parece incomprensible pero sucede como si su acontecer y contemplación vertiera lógica sobre la locura. El santuario del Rocío se puebla en un abrir y cerrar de ojos y no para de crecer el número de gente que entra y de reducirse los espacios hasta lo físicamene imposible. Y va subiendo la temperatura y descendiendo el sudor por rostros cada vez más marcados por la devoción incontenible y la impaciencia a través de camisas remangadas y abiertas que visten cuerpos contorsionados unos sobre otros, como piezas desordenadas de un rompecabezas carente de la mesura suficiente para ser encajado.Frente al desasosiego, la serenidad latente de la Virgen del Rocío, floreada y ataviada por saya y manto nuevos, colocada sobre la isla de su paso procesional, separada de la multitud y la protección de su retablo dorado, inmóvil pero dispuesta a emprender el vuelo como blanca paloma sobre la marea humana que amenaza con desatarse para envolverla con desmedido fervor, para que los hombros besen sus pies, las mejillas sus costeros y los brazos fornidos de sus hijos almonteños la catapulten tras la reja asidos a sus varales de plata.La restistencia se convierte en maratoniana. Las doce, la una, las dos... el tiempo avanza y la tensión se reparte en cada centímetro del templo rociero, cuyas puertas siguen absorbiendo fieles entregados al anhelo de ser aunque sea una minúscula pieza que permita intregrar engranajes y resortes que impulsen a la Señora de las Marismas con eficacia por los senderos de arena de su aldea. Como si de un parto se trastase y esos momentos fueran las dolorosas palpitaciones que entrecorta la respiración e impiden rmantener completamente la calma. Las escasas botellas de agua se evaporan entre tragos sobre la ardiente reja que separa a los almonteños de su patrona, desde donde los santeros tratan de templar y calmar ánimos. Pero la reja no es el obstáculo sino las paredes de un vaso rebosante amor materno para todo el que tenga sed de él. En el exterior de la ermita, los corazones palpitan con otro aire, y la tensión parece aletargada en una lucha interior de momento ganada por la compostura. Pero como dentro, la explanada de la ermita se colma y la aglomeración de personas impide que se vea el suelo salvo por el pasillo por el que se asoman y avanzan las hileras de hermanos con velas, bengalas y antorchas abriendo camino y siguendo al simpecado de su hermandad, que uno tras otro abandona el rosario de la Plaza de Doñana para pasar por la puerta de la ermita. Allí se escucha a un coro cantar, una tras otra, incansables sevillanas que corren con la brisa hacia los oídos del viento.

Sobre las 2.25 horas pasó el simpecado de Huelva por la puerta de la ermita y luego las otras ocho filiales más antiguas, hasta llegar a Villamanrique, que cerró el cortejo de hermandades sobre las 2:35 para ceder todo el protagonismo al esperado simpecado de la Hermandad Matriz de Almonte, recibido por enérgicas palmas a las 2.49 horas. Pero antes de siquiera que entrara en el templo, los que por un momento había dejado de mirar a la Virgen para buscar en el estandarte almonteño una señal que iniciara el proceso convirtieron pasado un minuto el templo en un río en el que confluyeron sentimientos de un modo violento y raudo para saltar la reja con pasmosa facilidad. La marea humana rodeó cada milímetro del contorno del paso de la Señora y con el efecto de su tacto pudo, desde su nueva posición de estado en alerta y salida, divisaron el avance del simpecado almonteño que con esfuerzo trazaba un carril de tráfico humano en dirección al presbiterio, dando así el beneplácito al comienzo de la procesión. Gestionando los escasos espacios, se sucedieron maniobras aparetemente bruscas pero estudiadas por los que saben para que el paso de la Virgen fuera trasladado con combativo esfuerzo al otro lado de la verja (2:53 horas). Comenzó a ser conducido rozando el suelo hacia la puerta principal del templo, bajo la concha inmaculada. Poco antes de llegar allí fue izada por primera vez sobre los hombros de sus hijos (3:01), pero nuevamente volvió a descender y a elevarse con fuerza para salvar el dintel y encontrarse con una multitud aún mayor que la esperaba y recibió entre fuertes aplausos, viéndola brillar ante una fachada en penumbra. En esa rara oscuridad, al desaparecer la luz principal que ilumina el templo, se encontró con una lluvia de flashes que le acariciaron casi al unísono, mientras siguiendo la corriente que le permitía un avance mayor, el paso dio la espalda a la marisma y avanzó en dirección opuesta a la tradicional para poco a poco ir tomando el curso correcto de la procesión y elevarse de nuevo entre los aplausos y el sonido las campanas. A las 3:10 la luz general del santuario vuelve y agarrando los varales de un lado y otro, las mecidas desembocan en una levantada más consistente que arancó lágrimas a su paso. Y mientras Huévar y el resto de filiales ya se preparaban para rezar mirando a los ojos a la Virgen, para sentirse honrada por recibir a la Señora de las Marismas entre el campaneo incesante de su casa, en contraste el santuario se quedaba vacío y mudo. Y devolviendo cariño, haciendo sentirse a cada fiel y cada hermano especial a su paso por la hermandad, la Virgen del Rocío ejerció aún más de madre y retornó multiplicado lo dado, amplificando la emoción que ardía en plena combustión en cada corazoncito un latido tras otro, regando con lágrimas de regocijo la ansiedad sembrada tiempo atrás. Con pasión y esmero, los almonteños fueron haciendo pasar a la Vigen por cada rincón de su aldea, para que nadie se perdiera la oportunidad de verla esplendorosa y reinante sobre los arrecifes de almas tan felices por el encuentro como tristes por la despedida que busca robar el momento que no puede. Para los rocieros los años no empiezan el 1 de enero sino en el mismo momento en el que la Virgen del Rocío se adentra de nuevo en su santuario tras una multudinaria procesión por su aldea, dando comienzo así a una cuenta atrás de 365 días, en los que todo se prepara para vivir ese mismo momento de nuevo com la primera vez.
