'LA MUERTE DE SHERLOCK HOLMES'

Una corriente continua de gags

La estampa del cartel, el director que formaba parte del Ben Hur yllanesco que vimos la semana pasada en Niebla, los actores y un no sé qué prendido en la afición onubense, hacía presagiar una noche de teatro divertida y estridente.

Una corriente continua de gags

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El teatro, de hecho, sin figurines televisivos en el elenco, se llenó. La comedia en sí, al fin y a la postre, tuvo sus momentos, y hasta sus genialidades, incluida la interpretación del barítono (de conservatorio y con el título correspondiente de la Escuela Superior de Canto de Madrid) Emilio Gavira, que entonó en mitad de la escena un aria con estilo y seriedad a pesar de la situación.

Una escenografía mínima pero resultona y unos actores que se lo pasan bien sobre las tablas, y eso se nota, logran levantar un texto que no es muy allá, para qué nos vamos a engañar, mientras que hay aciertos como la carrera en coches de caballos por las calles de Londres, con el señor Holmes y el profesor Moriarty látigo en mano azuzándose mutuamente cada uno montado en su cabriolet; o las escenas a cámara lenta, una moviola que tiene su miga y los actores resuelven tan bien como la improvisación que lucen a lo largo de toda la función, por eso les digo que se nota que se lo pasan bien. Son actores, como niños pues.

Interactuar con el público, aun reconociendo que fueron mensurados, funciona a medias, pues ese hacer partícipe al respetable va restando magia y el encanto de convertir la ficción en algo real se diluye. Hubo momentos en todo caso que incluso se agradecen y deberían haber sido suficientes, como la tirada de tizas al patio de butacas, la toma de un rehén entre el público, aunque habría que preguntarle a la señora elegida, o el andar lanzando al respetable la última edición del Journal. En la función esa interactuación está ligada al metateatro (casualmente en dos obras de las que he podido ver este año en Niebla, cultivaban con mayor o menor fortuna el metateatro, una de ellas la citada supra Ben Hur). Y resulta, funciona. De ahí que meter al público también en al función quizás sea un poco rizar el rizo y dejar la obra en el aire, con espacios que los actores, de vuelta a su trabajo de actores, no lo pueden llenar, por eso hay algunos vacíos o momentos de baja intensidad que no terminan de aburrir porque la sucesión de chistes es como el Ganges o el Tinto, una corriente continua aunque no sea de agua. De teatro en este caso, aunque el buen teatro no debiera limitarse a esa corriente continua de gags, que es la mejor manera de salirse por la tangente cuando se tiene la tarea más complicada en una comedia, hacer sonreír al espectador, no tirar de chiste y contentarse con la carcajada. Hacer comedia, entendemos, que es algo más. Y complicado.

LA MUERTE DE SHERLOCK HOLMES, una dramaturgia de David Tenreiro (ad litteram) con la inestimable y abundante colaboración de sir Arthur Conan Doyle. Dirección: David Ottone Iluminación: Marino Zabaleta. Escenografía: Ricardo Sánchez. Vestuario: Gabriela Salaberri. Intérpretes: Vicenç Miralles, David Tenreiro, Emilio Gavira y Sergio Pazos.

Gran Teatro de Huelva. Aforo: 640 localidades (Lleno, solo quedaron algunas entradas sueltas en el gallinero, allí donde miras para abajo y te da un vértigo que no veas); 30 de agosto, 2019. Última función de la temporada de verano en el primer coliseo onubense. Esta semana próxima se anuncia presentación de la programación de otoño, que al parecer promete y bastante.

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