No pienso hablarles de Carmen Mola
No pienso hablarles de Carmen Mola. No, señora; ni mijita, como diría mi madre. Es una cuestión más que trillada durante las últimas semanas y no deseo añadir comentario alguno a un debate tan baldío e insustancial. Además, a estas alturas, ya se habrá pasado la tormenta y apenas nadie hablará de ello. No, no pienso hablarles de Carmen Mola. Prometido. Hoy voy a hablar de otros asuntos.

Porque si lo hiciera, me vería obligado a exponer la voracidad de los grandes grupos editoriales y las dinámicas tan tristes y arbitrarias de contratación y promoción de autores (y autoras). O les hablaría de la perversión del mercado del libro, lastrado por el éxito de lo repentino, lo famoso o lo que atesora muchos me gusta, seguidores, influencers, youtubers y toda la fauna que ya ustedes conocen de sobra. Si me pusiera a departir sobre Carmen Mola, que no voy a hacerlo, ya les digo, les recordaría que el Premio Planeta dispone desde este año de una dotación económica de 1.000.000 de euros (casi nada). Además, añadiría que el Grupo Planeta, que es quien concede el premio, no está donde está por ser pésimo negociante. No dispongo de los datos, pero, si no es el principal grupo editorial de España, será el segundo, de modo que nadie debería sorprenderse de que, consistentemente, cada año, la concesión del premio no suponga conmoción literaria alguna y sea tan previsible como la salida del sol por el Este. Piénselo durante un segundo: si ustedes estuvieran en disposición de entregar un millón de euros, ¿no se lo darían a alguien que les asegurara un volumen de ventas proporcional al montante del premio? Les recuerdo que el Planeta no es el Nobel (y mira que el Nobel aún me interesa menos): es, no se engañen, un concurso, o, si prefieren un eufemismo, un certamen. No se concede por supuestos méritos literarios, es decir, no “te lo dan”, sino que se consigue presentándote a un concurso menos transparente que el currículum de Vladímir Putin. Por eso, entre otras cuestiones, no pienso hablarles de Carmen Mola.
Supongan que no me diese cuenta y me pusiera a parlotear sobre Carmen Mola. Tendría que mencionar el hecho de que detrás de su identidad misteriosa se ocultaban, no uno, sino tres maromos con mucha experiencia a cuestas, pero sin gran repercusión literaria (en términos de ventas y celebridad, no de calidad, que conste). Y mi conciencia me exigiría declarar que me la trae al fresco si son tres o treinta y tres hombres quienes se encargaban de escribir unas novelas que no he leído. En el prefacio de su deliciosa 'El retrato de Dorian Gray', Oscar Wilde aseguraba que “revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte”, así que, si me saltara todas mis barreras y me pusiera a hablar de Carmen Mola, les diría que aprendamos de una vez a separar el objeto artístico de su sujeto creador en aras de un mejor y mayor nivel de goce espiritual e intelectual. Además, no nos engañemos, si el Premio Planeta tuviera una dotación de 3.000 euros, no habría comentarios sobre identidades ni moralidades varias. De hecho, un excelente autor de nuestra provincia, Manuel Moya, ganó por las mismas fechas el II Premio de Novela Ciudad de Estepona y no creo que haya recibido el crédito mediático y la relevancia cultural que merece, no solo por este premio, sino por el conjunto de su obra. Eso sí hubiera sido un tema destacable del que hablar, ¿no les parece? Pero, al final, resulta que su nombre no se resalta por ello, sino porque alguien confunde a su Violeta C. Rangel, tanto en el fondo como en la forma, y los derroteros de la historia se mueven (otra vez, como siempre) al terreno del sensacionalismo.
Pues aquí estamos, acercándonos al final y yo sin hablar aún de Carmen Mola, como me había propuesto desde un principio. Si no hubiera cumplido mi promesa y me hubiera dedicado a contarles cosas de Carmen Mola podría haberles puntualizado que aquí solo salen ganando dos partes: los medios de comunicación que abanican las brasitas para reavivar el fuego cada dos minutos y el grupo editorial involucrado en el affaire (y los humoristas que hacen cabriolas con el significado del apellido “Mola”). Se acabó. Ni siquiera la trinidad de escritores que conforman este fenómeno van a ganar gran cosa, ténganlo por seguro.
Me despido de ustedes con la satisfacción personal de no haber dedicado este espacio a hablar de Carmen Mola, tal como les prometí. La semana que viene les aseguro que no escribiré ni una sola palabra sobre los podencos (o eran galgos) de La Palma.