Me cae usted mal, por eso no leo sus libros
Contéstese usted a la siguiente cuestión: ¿leería un libro, vería una película o escucharía música de alguien a quien despreciase o que le cayese especialmente mal? Si la respuesta es sí, puede, si quiere, dejar de leer en este momento (aunque le ruego que no lo haga). Si la respuesta es no, permítame volver a realizar una pregunta: ¿Y por qué no?


¿A qué viene todo esto?, puede usted preguntarse. Pues a lo siguiente: mientras avanzaba la narración era cada vez más consciente de la conducta abusiva, megalomaníaca y destructiva (autodestructiva también) de Papa Hemingway para con las mujeres con quienes convivió y con sus hijos. En algunos fragmentos del documental resulta fácil despreciar al hombre, sin duda alguna, pero, ¿es todo ello suficiente para dejar de admirar su literatura? ¿Resta grandeza a sus cuentos o a sus mejores novelas la insistencia en que sus mujeres abandonaran sus trabajos para dedicarse en exclusiva a él? ¿Despreciamos su obra porque su comportamiento no nos gusta?

Hace unos 4 o 5 años, Fernando Trueba realizó unas declaraciones desafortunadas (aunque tienen su gracia, si se carece de prejuicios nacionalistas) en las que afirmaba que no se había sentido español ni 5 minutos en toda su vida. Aquello produjo un huracán de acusaciones, amenazas de boicot, chanzas sobre su estrabismo, etc. Pero lo peor de todo fue la tendencia a infravalorar su cine, por gente que, en muchos casos, no había visto sus películas o quizás peor, había gozado con 'Belle Epoque' y había celebrado el Oscar para el cine español con el mismo celo nacionalista con el que ahora atacaba al director de la película. Mucha gente afirmó indignada que sus películas eran malas y que el verdadero delito consistía en haberle dado el premio (Premio Nacional de Cinematografía, nada menos) en cuya recogida tuvo el hombre la infeliz idea de hacer su chistecito. De repente, no solo sus películas eran malas, sino que había que sabotear sus futuros estrenos. De hecho, su siguiente película, 'La reina de España', secuela de 'La niña de tus ojos', fue un espectacular fracaso de taquilla. ¿Estaba el castigo a la altura del pecado? No lo creo. Y no solo no lo creo, sino que, como suele pasar en España, fue desproporcionado y espectacularmente violento y despreciable.
Hace poco tiempo, en una conversación informal, surgió el nombre de Camilo José Cela. La persona que estaba a mi lado abrió mucho los ojos y me dijo: “Puffff, qué asco de tío, nunca me leería un libro de ese. Qué mal me cae”. Lo que me sorprendió más no fue su ausencia de argumentos, sino su virulencia. Yo no me cuento entre los defensores de la literatura de nuestro Nobel más mediático, aunque debo reconocer que 'La colmena' y 'La familia de Pascual Duarte' me gustan mucho. Lo que me resulta sorprendente es la certidumbre con la que mi interlocutor había decidido permanecer para siempre ajeno a la posibilidad de que sus libros, en un giro irónico de las cosas, le gustaran.

Gustav Mahler presionó a su joven esposa Alma para que abandonara sus pretensiones de dedicarse a la música. Según el compositor, su mujer debía ocuparse de cuestiones familiares, no de vanas aficiones (están más que documentadas las excepcionales dotes musicales de Alma Mahler) artísticas. Solo cambió de parecer hacia las cualidades de su esposa como compositora y solista cuando descubrió el affaire que mantenía con Walter Gropius. Vaya cretino, podría usted decir. Y es verdad, vaya gilipollas, pero ¡qué músico!
Knut Hamsum, noruego, y Ferdinad Celine, francés, son dos de los grandes escritores del siglo XX. Y, sin embargo, apoyaron ambos el nazismo sin ambages. Dos hombres seguramente despreciables (al menos sus ideas lo eran), pero ¡qué dos escritores! ¿Debería descartar de mi vida el gozo supremo que supusieron 'Hambre' o 'Viaje al fin de la noche' solo porque sus autores eran unos carajotes? Por cierto, si no han leído ambos libros, les recomiendo que lo hagan.

¿Es Javier Bardem peor actor por sus opiniones políticas? Ya sé que este tipo de preguntas se contestan con obviedades, pero en nuestra sociedad, las obviedades han dejado de tener significado. Si le muestra usted a algún defensor de la planitud de la Tierra 250 evidencias de lo contrario, siempre encontrará una forma de decir: “ya, pero…”
Si analizáramos las opiniones y actos de cada uno de los creadores que nos han proporcionado alegrías a lo largo de los años (¡y de los siglos! ¡Y de los milenios!), descubriríamos que prácticamente nadie merece ser leído, escuchado o contempladas sus obras, si juzgamos su calidad artística en función de nuestra visión de sus comportamientos. En contra de esto, podríamos practicar el noble arte de la “asepsia cultural”, es decir, separar al autor de su obra o, al menos, no juzgar la obra con los parámetros aplicables a la personalidad del autor.
Y no hay que irse muy lejos ni en el tiempo ni el espacio. En esta misma maravillosa provincia, en sus pueblos y en su capital, me he encontrado a menudo con declaraciones del tipo: “no pienso ir a la exposición de Fulanito; me cae como el culo”. “¿El libro de Menganito? Seguro que es una mierda, con lo gilipollas que es…” y otros ejemplos que sería en largo, aburrido y sobre todo repetitivo consignar aquí.
No sé ustedes, pero yo he disfrutado leyendo libros de gente que me cae mal, he gozado con la música de gente que no trago cuando las veo en televisión o me he maravillado con películas de gente a la que detesto por sus ideas.
En fin, como siempre, cada cual seguirá haciendo lo que crea conveniente y ni este torpe artículo ni ningún otro cambiará la perspectiva de nadie acerca de estas cuestiones. Yo les pido que, si no les caigo bien, no se preocupen demasiado: ya he terminado, pueden dejar de leer.