Empleo de la estulticia para cargas y demás atentados contra el pueblo
Cuando juzgaron a los nazis en el proceso de Nüremberg, esgrimieron con frecuencia el siguiente argumento: “Cumplía órdenes”. Sobre la intrincadísima contradicción ética que se deslinda, el eminente filósofo Fernando Savater señalaba que dicho argumento no suple en modo alguno la responsabilidad de los imputados, ya que la autonomía ética individual debe prevalecer sobre cualquier orden o mandato.
El individuo está obligado a poseer un código deontológico propio, que no tiene por qué confraternizar en integridad con el código deontológico del resto de individuos de la humanidad, pero sí coincidir en ciertos aspectos comunes, o al menos uno: el respeto a la vida humana.
La policía actual, democrática, azul y bienpagá, si acaso admite (difícil cuestión) contestar a las preguntas del ciudadano corriente, que tiende a increparle en las manifas, llamándole Hijos de puta, Por qué defendéis a los poderosos en lugar de al pueblo, Qué te he hecho yo, niñato iletrado, para que me impidas manifestarme. En fin, esas cosas. La policía, cuando en lugar de con la porra contesta con la voz, no supera el clásico argumento de “estoy haciendo mi trabajo”. Es decir, me pagan por aplastarte, ¿qué quieres que haga? La pela es la pela y tú una simple persona humana.
Llegados a este punto, a esta era, en que el capitalismo ha dado un pasito más (previsible y previsto) para conquistar derechos ciudadanos y lucrarse con nuestras vidas, sosteniendo un sistema en que una masa de pobres trabaja para enriquecer a una pequeña cúpula de millonarios, llegados a esta tristísima etapa de la humanidad en que se absuelven a los delincuentes y se encarcelan a los luchadores, en que se condena a muerte a la gente que no tiene dinero para pagar su sanidad… llegados a este punto, se podría decir que ha comenzado la guerra.
De esta manera, un policía encargado de controlar una manifestación o desalojar una plaza nos está atacando a todos directamente: representa y perpetra las pretensiones del Estado, cuyos intereses se oponen a los de la población. El Estado, al entender que la mayoría de la sociedad posee intereses opuestos a los suyos (lo que sería una contradicción si estuviéramos en democracia, pero no lo estamos, nunca lo estuvimos) echa mano de la policía, un cuerpo que sabe pegar profesionalmente, con lo que tanta dialéctica institucional se reduce a la ley animal más simple y genesíaca; la ley del más fuerte.
Tú puedes manifestarte, pero pacíficamente”. Ya. ¿El Gobierno recorta pacíficamente? Es decir, la gente que está en paro, las familias abocadas a la miseria, que son muchas, ¿no son acaso objetos de una violencia mucho mayor de la que jamás podrían ejercer de forma particular?
La emblemática denominación “pacíficamente” convoca de facto la inocuidad, no el pacifismo. ¿Qué promovía Gandhi, abanderado del pacifismo universal? Pues la desobediencia civil (prohibida en España) la resistencia pacífica en la calle (prohibida en España) la nacionalización de empresas por parte del pueblo (prohibida en España) la huelga general (casi prohibida, ya que la policía protege a los esquiroles y los sindicatos sólo a sí mismos) y la no-cooperación con las fuerzas del orden (prohibida también). Todas estas actitudes son entendidas por la policía como “violentas” así que, de ejecutarlas el ciudadano, la policía está legitimada para detenerlo, pegarle, encarcelarlo y lo que le venga en gana.
Pero, oh pobres policías, están trabajando, es su trabajo. Pues vaya mierda de trabajo. Están cobrando por pegarle a la gente, cobrando por mantener los intereses de los ricos y parece que el hecho de “cobrar por ello” les resta responsabilidad, cuando supone todo lo contrario.
- Manolo, ¿Sabes que trafico con mujeres extranjeras? Les prometo bienestar en España y luego las encierro en un prostíbulo.
- Qué cabroncete estás hecho.
- Qué va hombre, lo hago por dinero.
- Ah bueno...
(Este ficticio traficante de mujeres, con las nuevas medidas, declara un 10% de todos sus beneficios y legaliza su situación… Eso es harina de otra columna)
La “profesionalidad” de la policía antidisturbios se reduce a que no pueden ni deben decidir, no pueden ni deben pensar, razonar ni contextualizar. Es decir, no pueden llevar a cabo ningún comportamiento endémicamente humano, sino sólo conductas atribuibles a cualquier animal: –Ven aquí–, y el bicho viene; –Espera en la plaza hasta que yo salga–, y el bicho se queda; –Ataca, campeón, ataca–, y el bicho ataca. Por lo tanto, cuando acudo a las manifestaciones, encuentro que unos seres con una entidad intelectual no sé si inferior, pero jamás superior a la de mi perra, constituyen mi autoridad y la de todos los luchadores que allí nos congregamos (y mi perra no se atreve siquiera a atacar a un pájaro, mi pobre perrita pija, cuántos humanos deberían aprender de ella).
Así que, hermanos policías, mientras estén con su uniforme azul vigilando los edificios de los poderosos, mientras estén acordonados en la puerta de un banco e identificando manifestantes, no serán ustedes personas, sino alimañas asalariadas ejerciendo de alimañas. Y nosotros, el pueblo, no vamos a parar hasta que se reorganicen las formas de producción del país, hasta conseguir que todo el mundo viva dignamente, cueste lo que cueste. Ustedes verán, pero si no están dispuestos a claudicar, si prefieren su salario mantenido a costa del trabajo del pueblo y proyectado en su detrimento, no les extrañe nuestra próxima reacción. ¡Verán qué caluroso se despide mayo!