La generación frustrada
Les sonará la frase: 'Tú tenías que haber vivido en la postguerra'. A todos nos ha caído ese minisermón cargado de significado en algún momento de nuestra impertinente y despreocupada niñez cuando nos quejábamos por aquello que no teníamos, sin reparar en lo que sí disfrutábamos. Nos lo decían nuestros abuelos, sabios y cariñosos, sabedores de que la vida no siempre sonríe e intentando darnos una perspectiva que nos reforzase el día de mañana. También nuestros padres, cómo no.
Sabían de lo que hablaban, aun sin saber lo que deparaba el futuro. Hace poco escuché de boca de una psicóloga un consejo para los padres de hoy día, que invitaba a provocar una frustración controlada en sus hijos para que supieran lidiar con este sentimiento. El convencimiento de un padre, desde el mismo momento en que su hijo ve la luz, es el de mover cielo y tierra con tal de que no le falte de nada. No pocas veces se escucha eso de procuraré que mi hijo tenga todo lo que yo no tuve. Es una intención noble, pero quizá no sea práctica. La vida es aprendizaje y es el desarrollo de mecanismos con los que lidiar ante la adversidad. La frustración, la impotencia por no conseguir algo, la dificultad recurrente hasta que se llega al sitio donde se quiere estar, son enemigos triviales a lo largo del camino que se recrudecen cuando se llega a la edad adulta. Si una persona no sabe cómo responder a eso, lo tendrá muy difícil en estos tiempos.Porque hablamos de la generación perdida. Aquella que ha resultado la mejor preparada de la historia de España, pero que no encuentra un terreno laboral en el que desarrollarse ante la crisis galopante que nos asola. Es también una generación frustrada. Quien más, quien menos, ha disfrutado de la época de vacas gordas que ha precedido a esta travesía por el desierto y yo, que me encuentro de lleno en ella, tengo claro que hemos vivido más que razonablemente bien. No me considero un consentido, pero sí un privilegiado en muchos aspectos.Pero hemos llegado a un escenario impensable para todos hace unos años. Para nosotros y para nuestros padres. Peligrosamente familiar para nuestros abuelos. No se puede generalizar, pero está por ver cómo responde esta generación frustrada al reto de sobrevivir, no sólo a la ausencia de expectativas, sino al hastío y al rechazo constante, a pesar de las habilidades, buenas intenciones o esfuerzos realizados.Los tiempos en los que todo se arreglaba a partir de la voluntad de un padre que hacía horas extra han pasado y, a los problemas estructurales derivados de la situación social y política se suman aquellos que siempre existieron, que siempre nos frustraron y que son de naturaleza puramente humana. Con los que siempre hubo que coexistir y madurar, pero que se unen a los de nuevo cuño y dibujan un paisaje escarpado como pocos.La frustración, esa enemiga de la edad adulta que ahora resulta ser aliado para los niños de hoy día. Nadie sabe qué les espera dentro de 20 años y, por el bien de todos, cabe esperar que todo acabe en un mal sueño. Pero, por si acaso, quizá sea buena idea hacerles mejores, como si de un 2.0 se tratase. No pueden ser otra generación perdida y mucho menos frustrada. Impasibles al desaliento y preparados para gestionar el éxito. Ése es el futuro, aunque todo pase por negarles algún deseo cada cierto tiempo.