Nada que celebrar

Por mi parte no hay nada que celebrar. Margaret Thatcher murió el lunes por la tarde a los 87 años. Y no ha sido la única que nos ha abandonado: con apenas 24 horas de diferencia, el economista y escritor José Luis Sampedro falleció en Madrid a los 96 años. Si bien es cierto que es difícil comparar a dos personalidades con una repercusión tan desigual, no hay quien dude que ambos representaban, en mayor o menor medida, dos modelos de entender la economía en los que muchos nos fijamos.

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Los dos  no pudieron diferir más en sus maneras de entender la realidad. La británica, la paladín del libre mercado y de los derechos del capital privado. El español, el enemigo número uno del poder del dinero, que rige el mundo desde que el hombre antiguo acuñara una moneda por vez primera. No solo las ideas que en vida defendieron han sido diametralmente opuestas, sus muertes han provocado las más opuestas reacciones que pueda haber. En el caso de José Luis Sampedro nos encontramos con  homenajes cariñosos en forma de viñetas, de vídeos recordatorios, de máximas del autor recopiladas, mientras que en el caso de la dama de hierro  nos encontramos con que hay quien ha celebrado su muerte publicando en el muro de Facebook alguna frase de burla o alguna canción de mofa como la que Pete Wylie le compuso allá por los 80 “The Day that Margaret Thatcher Dies”.

Sí, lo sé, el que ríe el último ríe mejor. Ya sé que me dirán que cualquier homenaje que haya recibido Sampedro en estos días será una chorrada al lado de los fastos que David Cameron ya ha anunciado para el funeral que tendrá lugar la semana próxima y también sé que son muchos los dirigentes políticos que han alabado a Margaret Thatcher estos últimos días. Pero todos sabemos que eso es lo normal en esta situación. El caso es que de entre las dos sensibilidades habrá quien se alegre, si es más simpatizante de Sampedro, de ver como el intelectual que apoyó a los indignados españoles se va de este mundo sin levantar apenas un sentimiento de rabia o crítica. Por otro lado habrá también  quien se irrite, si congeniaba con la Thatcher, por las celebraciones que su muerte ha provocado entre ciertos sectores. Sin embargo yo me pregunto si estas reacciones son lógicas y si aquellos que simpatizábamos más con Sampedro no deberíamos  desear que el insultado en carteles y por cuya muerte se brinde con cava sea el bueno de José Luís y no la ex primera ministra. 

Que Thatcher fuera alguien que desarrollara su carrera en un país que no es el nuestro  20 años atrás no le ha impedido ser la protagonista de múltiples y encendidos comentarios en España. Los británicos no conocen a Sampedro, pero nosotros sí que tenemos presente a Margaret Thatcher y podemos asegurar que es ella y no él quien más pasiones levanta incluso aquí en España. La falta de rechazo hacia el humanista y la rabia que la política británica provoca manifiestan el fracaso del uno y el éxito de la otra. La calma en la que se ha despedido a nuestro querido escritor no es producto, por mucho que  algunos queramos pensar, del halo de sabiduría y bondad que Sampedro despertaba con su genio y cercanía. Siento decirlo pero es así, lo que estáis leyendo no es un homenaje a José Luis Sampedro, es un acto de reconocimiento doloroso a Margaret Thatcher, es la entrega de las armas de Vercingétorix al César, el pasillo que el equipo rival le hace al ganador del trofeo. 

Por muy doloroso que nos pueda parecer, reconocer la superioridad, no moral (evidentemente), pero de fortaleza y firmeza de Margaret Thatcher puede ser el ejercicio más sano que podemos hacer aquellos que, como Sampedro, creemos en un mundo más igualitario. Para ello debemos ser capaces de ver que Thatcher fue una mujer muy valiente que hizo tres cosas que ningún otro líder de la izquierda, los movimientos anticapitalistas, el humanismo social o como queráis llamarlo se ha atrevido a hacer desde hace ya mucho tiempo. La primera fue querer el poder y buscar cómo llegar a él de todas las maneras posibles. La segunda fue tener claro que había ciertos principios dentro de su ideología que nunca traicionaría, aunque le costara una derrota electoral.  La tercera fue no tener miedo a ser odiada y ser conscientes de que cuando muriera habría quien estaría deseando marcarse un bailecito sobre su tumba. 

Por el otro lado, y esto tal vez sea más preocupante, el caso de Sampedro, es también aplicable a otras tantas figuras que se han situado a la izquierda del panorama político. Los referentes de la izquierda han carecido de por lo menos una de las tres cualidades que he mencionado arriba y de las que Margaret Thatcher nunca careció. Sampedro mismo, tras su desengaño del PSOE, nunca fue una persona que animara a la organización política disciplinada y su desconfianza en los partidos es algo que muchos de sus seguidores siguen a rajatabla. Por poner otro ejemplo, cojamos a Julio Anguita, él sí cree en la organización política y ganar el poder, pero cuando estaba en primera línea de la política bajó el listón ideológico más de lo que hubiera debido. Y por último, y aunque a ella misma no le guste y  no se considere líder política en modo alguno, Ada Colau, mujer valiente que involuntariamente se ha convertido en referente de lucha para muchos, es un buen ejemplo de alguien comprometido que no se atreve a definirse ideológicamente.  

Sin embargo sería injusto culpar únicamente a las figuras que puntualmente aparecen en el panorama político actual y no fijarnos en el conjunto de personas que conformamos esa amalgama de sensibilidades que algunos han denominado progresismo, otros izquierda, etc. No podemos esperar tener a alguien que dé la cara por nosotros si nosotros mismos tenemos estos mismos defectos: ni nos definimos políticamente, ni nos organizamos con algo de jerarquía y mucho menos estamos dispuestos a aguantar el rechazo que el resto de la sociedad pueda ejercer ante acciones o posturas que puedan herir ciertas sensibilidades por parecer radicales. ¿Alguien se podría imaginar a Margaret Thatcher dudando en aplicar recortes o preocupada por los heridos al enviar a los antidisturbios a las protestas, o sufriendo porque en todos los bares de los barrios obreros su nombre fuera el más vilipendiado del planeta? Por supuesto que no, ella misma  plasmo su manera de ser en su ya mítica frase: “No soy una política de consenso, soy una política de convicciones”. 

Parece que ni los líderes europeos y españoles contrarios al neoliberalismo son capaces de dar la talla ante contrincantes  como “the iron lady”. Latinoamérica parece ser el único lugar que en ese sentido sí ha aportado algunos líderes fuertes, aunque no del agrado de todos nosotros. Esperemos que esto cambie y algún día, aquel cuya muerte sea causa de celebración entre algunos sea alguien que pensara de manera similar a José Luis Sampedro, y que muera después de haber cambiado las cosas, aunque eso le cueste ser odiado por muchos. 

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