Sí a los escraches

Están de moda y vienen a ser algo así como ponerse unos pantalones vintage, porque no son los escraches algo nuevo, ni de invención española. Vienen de Argentina, de cuando se reclamaba justicia por los crímenes de Videla, entre otros, que habían quedado olvidados en algún cajón. En esencia, entiéndase que no me extienda en esto. Los argentinos salieron a la calle porque se vieron indefensos, porque comprobaron que los mecanismos que supuestamente tenía la sociedad y la justicia para atender a estas situaciones estaban fallando o, peor, manipulados o maniatados.

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Y que nadie se engañe, eso es lo que pasa aquí. La gente está harta, se ve indefensa, ve casos de corrupción en cada Ayuntamiento que en vez de ser perseguidos son sustentados por un aparato judicial-político-mediático que persigue silenciarlos o lavarles la cara. En serio, ¿qué esperaban? ¿De verdad pensaba la clase política española que la sociedad iba a seguir cruzada de brazos viendo lo que ve mientras se queda en la calle, sin trabajo o con una sanidad que cada vez es menos eficiente y aspira a ser más cara? Es la punta del iceberg.

Los escraches molestan a los políticos, sin excepción salvo casos aislados. Y molestan porque son efectivos. Pongámonos en situación. ¿Cuántas manifestaciones de todo tipo ha habido en los últimos años? No llevo la cuenta. Huelgas generales ha habido dos. Se rodeó el congreso, se acampó en la Puerta del Sol y en muchas más plazas españolas y la 'marca España' se vio seriamente dañada, y con razón. Hubo respuesta política, pero nada comparado con lo que están provocando los escraches.

Y es que me pongo en el cuerpo de un diputado, un congresista o una vicepresidenta del Gobierno cualquiera y veo que el panorama cambia. Porque, seamos francos... ¿En qué les cambia la vida cuando hay una manifestación o una huelga? Les importan los titulares de los periódicos, las encuestas de intención de voto, pero no las personas. Cuando termina su jornada laboral vuelven a casa y disfrutan de los privilegios que les reporta lo que nosotros pagamos en impuestos. Mientras eso no se toque, todo va bien.

Pero hay quien se ha atrevido a tocarlo, aunque más bien sólo lo han rozado. Se les ha señalado, sí. Se les ha perseguido, sí. Se les ha incomodado, en definitiva. Llevan muchos años por encima del bien y del mal, sintiéndose invulnerables, impasibles al desaliento ajeno. Y ahora hablan de nazismo. Es desmesurado. 

Lo más preocupante es que las reacciones sugieren intención de seguir en la misma línea, de acallar las voces que dicen 'basta ya' y esperar a que todo vuelva a su lugar, al que ellos quieren. No se dan cuenta de que esto es el principio, que cuando se lleva a alguien al borde de un desfiladero, esa persona reacciona de la manera más inesperada para luchar por su vida. Esa persona es la sociedad española, que está harta, que no ve soluciones y sí muchas cosas que le cabrean, que le indignan y que le dan razones para levantarse y pedir lo que por derecho le pertenece. Que hoy se escandalizan por unos pitos, unas pegatinas y poco más. Que no entienden que, si todo sigue igual, si no dan su brazo a torcer, de eso a un cristal roto o a un golpe sólo hay un paso. Y no defiendo ni justifico que se dé ese paso, ni mucho menos. Simplemente se ve venir. Hace cuestión de un año vimos arder el ayuntamiento de Atenas, por poner un ejemplo. Aquí el comportamiento es exquisito, si me lo permiten.

Porque, al final, parecen haber olvidado que esto es una democracia, que viene a decir que el poder es del pueblo, que es de todos. Y que lo mínimo es escucharle y hacerle caso. Que una mayoría absoluta no equivale a impunidad ante todo y que, a fin de cuentas, todavía no ha habido un escrache que haya entrado en la casa de ningún político, ¡qué diablos! Se quejan de la vergüenza que les da y por el miedo a perder su estatus de personas intocables. No se dan cuenta de que todo lo que es susceptible de empeorar, acabará empeorando, a no ser que se pongan los medios.

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