56 minutos para la hora del braguetazo
Huelva ha contraído matrimonio de conveniencia con la mecánica relativista, también conocida como teoría de la relatividad. Un auténtico braguetazo. El fraudulento enlace, con Einstein como ilustre oficiador 'in absentia', se consagra en sesión continua en los aparcamientos situados en las explanadas del antiguo recinto colombino de la capital, que ejercen de capilla improvisada, como si de un show de Las Vegas se tratara. Los regentes del parking se destapan como reputados físicos capaces de alumbrar un microcosmos de culto al relativismo, sacando tajada de su aplicación 'sui generis'. “Tiempo ni hora, no se ata con soga”, como dice el refrán. Del dicho al hecho ya no hay trecho.
Quien accede a aquellas instalaciones con su vehículo se introduce en un vórtice de fluctuaciones vectoriales. No se deje hipnotizar por esta aurora boreal conceptual, no se refiere a la experimentación de una excursión extrasensorial motivada por la inhalación excesiva de efluvios resultantes del CO2. No hay colocón gratis. En este caso va un paso más allá en el universo psicodélico. Testimonios inquietantes relatan que en aquel espacio las horas poseen una duración de 56 minutos, con impuestos indirectos incluidos. En sus dependencias la unidad de medida sexagesimal carece de validez alguna. ¿Marketing quizás? Rotundamente no, en el monumental cartel de la entrada nada figura al respecto.
No es ni mucho menos baladí. Las tarifas estipulan un precio de 2 euros por 8 horas de uso del servicio, lo cual parece un coste razonable, pero si se excede en un solo segundo ese lapso, la cuantía se quintuplica hasta los 10 euros. Negocio redondo. Un letrero colocado en los accesos comunica la oferta y especifica sus condiciones, pero obvia de manera deliberada algunas cláusulas que incrementan las tasas. Se les “olvida” especificar que las magnitudes horarias difieren de las arbitrariamente conocidas por el común de los mortales. Resultado: inocentes usuarios llegan a retirar su vehículo a las 8 horas terrícolas y se topan con el suplemento de la galaxia 'Parkimetrón'.
Algunos conductores lograron esquivar la patraña fullera de baja sofisticación al solicitar previamente información adicional sobre los bonos, momento en el que fueron puestos en antecedentes. Otros no tuvieron tanta suerte. Los empleados se limitan a expedir los tickets sin advertir 'motu proprio' de la letra pequeña que, en el mejor de los casos, se hallará impresa en tinta invisible (también conocida como tinta simpática, menuda la gracia).
La posterior reclamación ante el agravio termina encareciendo una transacción (engordada con recebo de descaro y jeta) con un nuevo arancel adicional en forma de desazón, molestia e irritación, fruto del mutismo y vagas respuestas simplistas e injustificadas. Coctel de caciquismo extravagante e irregularidad manifiesta, ya que no existe ningún documento a la vista para que el consumidor pueda decidir si acepta o no las reglas del juego. La banca siempre gana.
Ante la irrupción de esta dimensión paralela regida por horas de 56 minutos, asaltan decenas de incógnitas: ¿Los empleados de aquel aparcamiento gozarán de 4 minutos de asueto por hora para cuadrar las planillas?, ¿finalizarán 32 minutos antes que el resto si el contrato es de jornada completa, o 16 en caso de que sea a tiempo parcial?, ¿o tienen, por el contrario, sincronizados sus relojes y ordenadores en función de los nuevos parámetros temporales? ¿Cuál es la incidencia en los biorritmos?, ¿se ha asociado alguna patología o trastorno similar al 'jet lag'? ¿Exactamente con qué bisectriz del meridiano de Greenwich se sincronizan? ¿Fichan a portugueses, canarios e ingleses para una adaptación menos traumática a tales condiciones? ¿Se podría decir que son unos adelantados a su tiempo? ¿Dónde está la NASA cuando se les necesita? ¿Han recibido ya la visita de Michael J. Fox? A lo largo de la historia, el hombre ha anhelado erigirse en el dios Cronos sin éxito, pero donde otros fracasaron, en Huelva hallaron la senda gloriosa.
El surrealismo y el pillaje fusionados como estrategia competitiva. Se empeñan en exprimir el jugo de un nabo macilento, los onubenses. Un ultraje más. Un hurto obsceno. Sin el decoro mínimo del disimulo. Ruindad y cutrerío a la enésima potencia. Un insulto vociferado en el rostro de la inteligencia de los onubenses.
@ManuelGGarrido