El cuento de nunca acabar

Huelva está hechizada. No es ningún secreto. Y los polvos mágicos de ese maleficio son radiactivos. Los onubenses padecemos las cláusulas abusivas de un ancestral pacto con el diablo contaminante. El analfabetismo ecológico y un cuento de Disney sobre reinos con pleno empleo han convertido a la ciudad en un príncipe de las tinieblas.

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El conjuro chamánico, que auguraba prosperidad y progreso, fue marchitando la rosa medioambiental que, pétalo a pétalo, se va desnudando hasta mustiar sin remedio nuestro patrimonio natural. En el momento en el que esa flor, protegida por la urna que custodian agentes sociales, ecologistas y ciudadanos comprometidos con la causa, pierda su última hoja, el sortilegio culminará sus devastadores designios condenando a Huelva a una eternidad como engendro tóxico. 

Érase una vez, érase que se era, había una vez… comienzos para una fábula (los dirigentes nos acostumbran a una cada día y suelen repetirse) existen infinidades, pero el colofón no concibe finales alternativos; el único broche posible es ‘este cuento se ha acabado’. Que Fertiberia deje de comer perdices a costa de la salud de los onubenses es un deseo más que extendido en la población desde hace eones. Este pérfido hechicero, experto en abono, ha ‘estercolizado’ nuestras marismas con residuos químicos articulando un descomunal  caldero de 1.200 hectáreas, donde el cuerno de unicornio, la escama de dragón y los cabellos de duende del nauseabundo brebaje, lo componen el uranio, el ácido fosfórico y el yeso. 

La pócima resultante son los mediáticos fosfoyesos. Un ungüento corrosivo que carcome la imagen de la ciudad, impregnándola hasta el tuétano de un pegajoso chapapote publicitario merced a constantes anuncios de riesgos epidemiológicos relacionados con afecciones respiratorias y cáncer, entre otras. Inmejorable carta de presentación. Sin olvidar el muestrario gratuito que el Polo ofrece a los visitantes con fragancias frescas ‘Eau d´azufre’ o ‘Channel celulosa’, que cautivan las pituitarias. Hablar de Huelva con foráneos es resignarse a debatir sobre unas balsas cuyas arenas movedizas, compuestas por 120 millones de toneladas de sustancias nocivas, van sepultando a la ciudad lentamente. Pocos conocen el Parque Moret, pero casi nadie es ajeno a la condición de Huelva como uno de los vértices del triángulo de la muerte. 

La ‘burrocracia’ es la magia negra que domina con esmero y maestría este trol que rezuma astucia jurídica, amparándose en interminables recursos para revocar, o al menos ralentizar, la aplicación de los veredictos. Tras la sentencia que obligaba a sellar las balsas de fosfoyesos, Fertiberia recibió un expediente sancionador de la Junta de Andalucía por no ajustarse a los plazos de entrega de un plan para la restauración y regeneración de los terrenos afectados. Tímidos apercibimientos, fatuas advertencias y ridículas alegaciones eternizan un proceso que dura ya demasiado.   

La Mesa de la Ría, mientras tanto, prosigue con su cruzada, loable y necesaria, aunque sin demasiados anclajes pragmáticos. El objetivo es transformar a Huelva en la capital del ‘País de nunca jamás’, volar entre flamencos y espátulas sin efluvios radiactivos, luchando contra los piratas saqueadores del medio ambiente. A través de mensajes instigadores y agitando las redes sociales, besan los receptores de la conciencia cívica de los onubenses para despertar a la bella durmiente de un sueño profundo. La rueca del conformismo y la inacción ha sumido a la sociedad en un letargo absoluto.  

En un desesperado intento por ganar adeptos para desmantelar ese contenedor ‘natural’ de residuos químicos, la Mesa de la Ría se ha hecho eco de la idea de ‘La Huelva Tóxica’ pidiendo al Recreativo de Huelva para que luzca en sus camisetas un lema contra los fosfoyesos. Churras con merinas (o Meninas, que sería aún más ecléctico), tocino con la velocidad, fútbol con… ¿propaganda? Al fin al cabo, supone posicionarse deliberadamente respecto a un problema con múltiples factores en liza y que va más allá de una cuestión de salud pública. Usar la influencia que ejerce el Decano entre los onubenses para catalizar el debate hacia un bando concreto es un arma de doble filo. Supone contaminar ideológicamente a una institución que representa a toda la población, sin olvidar la hipocresía o incoherencia subyacente. No olvidemos que  Cepsa y Atlantic Cooper, moradoras del Polo Químico, han estado muy ligadas a la historia del Recre como patrocinadores y colaboradores.

Una de las pocas propuestas planteadas hasta la fecha por la Mesa de la Ría consistía en desplazar los residuos hacia una mina abandonada de Tharsis y clausurarla posteriormente. Un proceso caro y peligroso. Los enanitos de Blancanieves harían precio especial, pero algunos de ellos se han prejubilado, otros han aceptado papeles como extras en Star Trek y además están a la espera de la resolución de una demanda por expolio geológico tras años de extracción ilegal de mineral. Es pura ficción, la opción propuesta, quiero decir. Se trata de una alternativa poco realista. Significaba meter la porquería debajo del felpudo y, para más señas, en felpudo ajeno. Un planteamiento que, obviamente, indignó a los vecinos de la localidad del Andévalo, que se opusieron con vehemencia.

Falta cohesión entre los agentes sociales, un foro de debate plural, implicación de los gobernantes (no solo cada cuatro años). Es necesario ponderar todos los factores (económicos, medioambientales, políticos, etc) en juego, esbozar planes integrales técnicos exhaustivos, contar con estudios independientes y que las medidas coercitivas sean contundentes para disuadir de un libertinaje empresarial demasiado frecuente. 

La moraleja del cuento actualmente es que Huelva pierde sí o sí. No hay final feliz, solo del mal, el menos. Tras la sentencia de la Audiencia Nacional que obligó a la paralización de los vertidos, la propia Fertiberia redujo su plantilla en más de 100 trabajadores, Foret cerró su planta dejando a 145 personas en la calle, Nilefós despidió a 120, mientras que Ercros prescindió de 36 empleados. La industria es el gigante con pies de barro de nuestra economía. Un gigante anciano, obsoleto, débil y sin relevo generacional fuerte (el turismo es aún demasiado estacionario) de manera que, si se desploma, aplastará el presente de numerosas familias cuyos ingresos dependen del sector. Y el futuro… colorín muy oscuro.

@ManuelGGarrido

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